La jefa de calor de la capital aparece en la televisión anunciando los horarios de apertura y cierre en los centros de refrigeración, hay conciertos y películas para alentar a los ancianos y las personas con enfermedades cardiacas a vivir una experiencia fresca y segura. Muchos no quieren ir a esas grandes neveras comunitarias que se identifican como sitios para habitantes de calle y ancianos solitarios. En los últimos dos meses murieron más de 1.300 personas en la ciudad por la ola de calor y aún falta un mes con temperaturas riesgosas para una gran parte de la población. Las mujeres mayores de 65 años tienen 56% más de riesgo de muerte por golpes de calor que los hombres. Los servicios personales que ejercen en su mayoría mujeres están con una oferta muy baja.
Los consumos de energía son ahora el punto clave hablando de desigualdad. Exceder los límites máximos de consumo trae grandes multas que solo pueden pagarse en los barrios ricos y las protestas han terminado en vandalismo y cortes de energía violentos contra viviendas en algunos sectores de la ciudad.
De otro lado, muchas pequeñas empresas han dejado de prender los aires acondicionados, los precios actuales de la energía no lo permiten, y han mandado a sus empleados a trabajar en casa. Las renuncias se multiplican, muchos tampoco tienen las condiciones para soportar trabajo y temperaturas del verano extremo. Cada vez las ciudades más calurosas viven un “apagón”, no se le puede llamar vacaciones, de algo más de tres meses. La cifra de desempleo se multiplica por dos durante las olas de calor.
En los últimos días han sido caóticos en estaciones de tren y aeropuertos. En algunos casos los rieles se han doblado por la exposición al sol o se han desatado incendios en los travesaños de madera de las vías; las pitas de los aeropuertos han tenido zonas con derretidas en su asfalto y las esperas se han hecho largas. Estaciones y aeropuertos han apagado sus luces en el día para poner a toda potencia los aires acondicionados. Las puertas se han cerrado luego de declararse sitios con estrés por calor y durante horas han sido más puntos de enfriamiento que de transporte.
La temperatura también ha cambiado el aspecto de la ciudad. Tres plazas históricas del centro han cambiado su arquitectura y urbanismo para adaptarse. En las grandes explanadas se han hecho intervenciones con árboles y pequeños cauces de agua fresca. Las plazas se habían convertido en calderas solitarias con una puerta hacia las iglesias donde muy pocos se arriesgaban a buscar sombra y algo de paz espiritual. Las misas virtuales son ahora la mayor conexión con los fieles.
Las noches de acampadas son tendencia. Los más jóvenes acompañan a sus padres y abuelos a salvar las “noches tropicales” en parques públicos que ahora tienen fuentes de agua, pequeños centros de salud anticalor y una gran oferta de bebidas y comidas “cero grados”, pensadas por sus propiedades hidratantes y su aptitud para una digestión que no aumente la temperatura del cuerpo.
Durante dos semanas las aplicaciones sobre riesgo de golpes de calor han recomendado a los habitantes evitar la calle desde las 11 AM hasta las 5 PM. La ciudad vive una especie de toque de queda durante ese lapso. Ahora, la Europa mediterránea tiene el ambiente de Riad y Doha. Las Apps también han comenzado a entregar información de rutas seguras, los caminos más frescos para ir de un lugar a otro. No es el momento de las aplicaciones de las rutas más rápidas.
Para el fin del verano vendrán los días del humo de los incendios y el riesgo para quienes sufren enfermedades respiratorias. Durante el Covid las ciudades más cercanas a los incendios tuvieron 25% de más en el exceso de mortalidad. Hablar del clima dejó de ser un pretexto para la conversación y se ha vuelto un tema de vida o muerte.
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