Asaltar el poder despierta una satisfacción insospechada, un sentimiento súbito de dignidad y una ostentación de las posibilidades. No es tanto una conciencia de la virtud, se trata más bien de un apetito nuevo, desconocido. La credencial le entrega al recién llegado un punto de vista mucho más amplio que su manual de funciones. Las venias, el afán de los subordinados, el ascensor privado y la guardia atenta a cada paso, hacen que el mandatario camine más erguido y hable de manera más pausada. Su firma, antes un mamarracho para identificarse, es ahora el sello del comuníquese y cúmplase. Muchos poderosos logran poner un freno a la vanidad de quien acaba de encontrar un tesoro. Las utopías colectivas, el temor, la conciencia de las derrotas anteriores, la experiencia de las rechiflas ciudadanas, la simple vergüenza hace que algunos dignatarios respiren antes de ordenar el gasto para satisfacer sus gustos.
Pero cuando ese esplendor recién llegado se combina con la alegría adolescente las cosas pueden salirse de control. Ahora el triunfo es sobre todo una revancha y una fiesta. Y el furor hace que el grupo de los elegidos, porque los adolescentes celebran con el ruido de la pandilla, pierda de vista el más mínimo recato. Es cierto que ocultan sus excesos y latrocinios, pero algo les dice que tienen derecho, algo los empuja a la exhibición. Parece que quisieran dejar algunos cabos sueltos, algunas facturas insolentes para demostrar el supremo derecho al derroche. Porque para el impúber el gozo secreto es insuficiente.
La gavilla que está a punto de dejar el poder en Medellín ha dado en los últimos días las pruebas de su desvergüenza y su gula. Una colección de facturas de compra ha dejado al descubierto los gustos de la primera familia de la ciudad. El alcalde, su esposa, sus amigos y su séquito se dedicaron durante tres años largos a comer por cuenta de un fondo público, una caja menor que permitía gastos de 23 millones de pesos al mes. La bolsa estaba destinada a gastos urgentes de representación, mejor dicho, a agasajos para visitantes imprevistos, a protocolos para fechas especiales, a las relaciones públicas de la “elegancia y la distinción”.
Pero la familia Quintero Osorio, familia que se decía real al comer galletas de soda durante la campaña, resultó ser real, con mayúsculas y honores, al llegar al palacio municipal. Eran ellos quienes merecían las finezas del menú y los manteles. Visitantes imprevistos al fin y al cabo. Las facturas son un tour gastronómico por la ciudad, compraban lo flambeado y lo crudo, gastaban para el chicharrón dorado –en diciembre regalaban marranos en los barrios para compensar un poco– y para un insignificante paquete de maní. Hacían activismo vegano en las redes privadas mientras gastaban a costillas de la tarjeta pública. Cuando los gobernados descubren las debilidades de los gobernantes, mostrar y hacer público el vicio hiere aún más que el propio vicio.
Ha llegado el momento del hartazgo de la primera familia y sus compañeros de salón de gobierno. El reflujo y la cercanía del final del mandato es su castigo, la ansiedad de pagar las propias cuentas luego de cuatro años no debe ser nada fácil. Volver a las galletas de soda y la cuajada, mirar los precios en las cartas, parecer tacaño luego de la largueza. Volver a ser una banda del común y el corrientazo. El logro de una dignidad inesperada puede provocar una falta de conciencia de la ilegalidad, una relajación de las obligaciones públicas, y un refinamiento extremo de las costumbres privadas. Le pasó a la familia Quintero Osorio. Bienvenidos a la frugalidad y disfruten de los austeros placeres.
Excelente descripción de la barra de chirretes venidos a más.
ResponderEliminarPascual esa es la más acertada radiografía de la bandola dirigida por la Familia Quintero Osorio
ResponderEliminarEsto aplica para todos, absolutamente todos los mandatarios del país, viven por 4 años de lo público, luego les cuesta asumir sus propios gastos y deciden volver a aplicar y se hacen elegir nuevamente.
ResponderEliminarVan a terminar con la boca hinchada al pasar de la carne molida al rib eye y del aguardiente a la chámpala.
ResponderEliminarEspero con prudente estoicismo así suceda. Tomaré entonces con alegría y gozo un muy buen vino.
ResponderEliminarCon estoicismo sensato, espero que así sea. Después de eso, disfrutaré felizmente de un excelente vino.
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