Las grandes vueltas, carreras de tres semanas y miles de kilómetros, con cientos de corredores de castas distintas, jefes desafiantes y soldados exhaustos, son siempre una road movie. Pero la Vuelta a España que terminó el domingo pasado tuvo además los ingredientes de una traición, y un pretexto para una fábula moralizante, y la participación activa del coro de los aficionados, y el final feliz de una telenovela.
Sepp Kuss, un gringo nacido en Durango, pueblo fundado como estación de trenes para minería, fue el inesperado ganador de la Vuelta. Kuss va siempre riéndose, hasta cuando desfallece, y le suelta la mano a los aficionados contra las barandas, saludando como si fuera uno de los animadores del circo que arrastra la caravana del ciclismo. El hombre llegaba con la obligación de siempre, ser el lugarteniente de los dos líderes del equipo: Primoz Roglic y Jonas Vingegaard. Kuss los ha llevado de la mano durante tres Vueltas, dos Tours y un Giro. Siendo el primer anillo de seguridad, el remolcador, el mesero para los momentos de fatiga, el que desiste de la gloria para que el líder se bañe en champaña al final de la etapa. “No sé si soy el talismán del equipo”, dice Kuss cuando le recuerdan los triunfos de sus compañeros.
Pero el simple amuleto en el bolsillo de los líderes se convirtió en caposquadra. Una escapada que parecía inofensiva lo dejó en el liderato y le entregó algo más de dos minutos sobre los favoritos. Y el hombre de Durango, casado con una catalana, habitante de Andorra, comenzó a sumar simpatías en las orillas de la carretera: “Ha habido momentos en los que he estado a punto de llorar de la de gente que me ha estado animando”, dijo Kuss entre ahogos al final de uno de los premios de primera categoría. Era el momento de ver ganar a uno de los excluidos, a un colado en el podio, a un obrero del pelotón. Era el momento de la fábula.
Pero la historia necesitaba un villano y al final, para mejores intrigas, tuvo dos. Roglic y Vingegaard rompieron los códigos de carrera según los cuáles los compañeros no atacan a un líder con opciones de triunfo en la general, y se fueron con toda contra el norteamericano. La emboscada fue en el ascenso al Angliru, una de las cimas más duras del ciclismo mundial. En medio de una neblina perfecta para las traiciones, los “compañeros”, segundo y tercero en la general, atacaron al líder y se perdieron en la niebla que Kuss confundía con su falta de oxígeno. Uno de los narradores de la televisión española no aguantó y les gritó: “Pero dónde vais, cabrones”. Un “enemigo” terminó salvando su liderato por 9 segundos. Mikel Landa, ciclista español del Bahrain Victorious, alcanzó a Kuss y le puso su rueda para que no terminara desfondado. Ese día, Kuss pudo celebrar su cumpleaños siendo líder: “Casi no dormí esa noche porque tenía tantos pensamientos sobre quién soy para ellos y quién soy para el equipo, para qué función sirvo, sí, un poco...” De pronto, cuando era el momento de que los códigos lo protegieran, parecía que no estaban hechos para él, solo para los elegidos al triunfo desde el inicio de las carreras. Hasta el World Street Journal, no muy dado a la compasión, dijo que Sepp Kuss ganaría si sus compañeros no le robaban la carrera.
Las redes y las carreteras estallaron contra los conjurados y para muchos la gente terminó decidiendo quién debía ganar. Lo dice el director de la Vuelta: “La libertad es buena hasta que causa problemas”. Los dueños del Jumbo-Visma, supermercados holandeses, no querían problemas de imagen: “El patrocinador manda y sus llamadas no solo existen, sino que son habituales.” Vingegaard lo tenía claro: “La codicia no es buena”, dijo luego del triunfo de Kuss. Los villanos terminaron por debajo del líder, recibiendo el baño de champaña que les daba Kuss, y el público pudo llorar feliz.
Esta no es una columna, es un pilar en mármol que sostiene el Partenòn. Después de leerla casi me siento a llorar por y con Kuss. Recuerdo una bajada en una inapropiada bicicleta a Barbosa. Al regreso, 30 grados, con arena en la boca, dos piñas colgadas en el marco y sin cuchillo para destilarle la miel a la fruta. Sentado la la vera del camino con la pálida, cagao y con el agua y los capos lejos.
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