Chile viene de un lustro de discordias políticas y sociales. Desencuentros históricos, reclamos y violencia en las calles, descalificaciones desde orillas ideológicas y generacionales. La sombra de la dictadura todavía hace recordar el terror y el desprecio por la vida de un poder impuesto por un bombardeo. Y todavía genera visiones belicosas, posturas en los límites de la democracia retomada, reclamos de sangre.
Hace cinco años el estallido social dejó ver que el sereno Chile de la superficie tenía candela bajo el tapete, que el marco todavía vigente de la dictadura era violencia silenciosa, que había muchos por fuera de la comodidad de ese regreso a la vida republicana. De ahí, en buena parte, salió la elección de Gabriel Boric, de los reclamos convertidos en acometida, fueran justos o no; y ahí estuvo la respuesta del Estado liderado por Sebastián Piñera, con abusos y violaciones de derechos humanos que dejaron jóvenes muertos y mutilados.
Luego vinieron los intentos fallidos por cambiar la constitución heredada de la dictadura. Las encrucijadas de los desacuerdos, el empate inútil que imponen ciertos sectarismos. La primera redacción constitucional, con mayorías de la izquierda, no logró el consenso suficiente a la hora de ser refrendada por los ciudadanos. El triunfo que dejó el estallido se mostró estéril para los cambios institucionales. Entonces vino un segundo intento y la voluble opinión, tan moldeable y ávida de discordias, ya prestaba sus mayorías a la oposición al gobierno, la derecha dura de José Antonio Kast. El texto escrito con la derecha tampoco logró la aprobación popular. Todo el mundo salió derrotado y el statu quo se reía de todo el gasto humano y político en las refriegas de calles y redes. “Durante nuestro mandato, se cierra el proceso constitucional. Las urgencias son otras", dijo Boric entre satisfecho y hastiado.
Ahora la tragedia parece haber dado un nuevo aire a la política en Chile. Primero la devastación por los incendios en Viña del mar que dejaron más de ciento veinte muertos, y luego la muerte del expresidente Sebastián Piñera. Las tragedias pueden tener esa virtud que la estridencia de las alegrías opaca en ocasiones. Puede poner por encima valores más profundos, hacer patentes los dolores ajenos, despertar una solidaridad sin partidos. El expresidente Eduardo Frei, que fue rival de Piñera en las elecciones de 2009, lo dijo claro en su discurso en el funeral: “Que reine la grandeza, que cesen las pequeñeces y las profundas descalificaciones personales”. Algo para pensar en tiempos donde se debaten aplausos o rechiflas en estadios o comparsas.
Pero las palabras que dejaron que ver que la política puede conmover más allá de las bodegas y las arengas, las dijo Boric en el funeral de Estado, adversario duro de Piñera, a quien mucho acusaron de querer tumbarlo durante el estallido. Primero se demostró que no era oportunismo ni sentimentalismo, hacía poco habían hablado sobre las necesidades para atender los incendios y Boric lo consultó en otras ocasiones. Y en el discurso resaltó su postura democrática, hizo un mea culpa al decir que siendo oposición “las querellas y las recriminaciones fueron, en ocasiones, más allá de lo justo y razonable”, reconoció méritos durante la pandemia y la reconstrucción luego del terremoto cuando iniciaba su primer periodo presidencial. Y Camila Vallejo, ministra general del gobierno, mujer del Partido Comunista, habló de Piñera como un político que tenía un “liderazgo difícil de encontrar, que independientemente de las críticas o de las posiciones ideológicas, son capaces de sentarse con quien piensa distinto para avanzar en acuerdos”.
Las llamas pueden apaciguar y la muerte de un adversario tenaz puede llevar a reconocer una cuota de su grandeza. Y la política puede ir más allá del ego y la mezquindad.
"... Y la política puede ir más allá del ego y la mezquindad..." Hagale entender pues eso, a ese ciclope de un solo solo ojo que no ve.
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