Miran a lado y lado antes de cruzar la calle. Saben de equilibrio, del abismo de las aceras, de advertencias y escarmientos. Muy pocos conocen el reino de sus noches pero se les notan los estragos. Viven en la calle sin pertenecer solamente a la sociedad del bazuco, el alcohol rebajado y el perico cortado. Algún secreto hace que se mantengan a flote, alguna voz, una memoria, una promesa incumplida, una cuenta por cobrar.
De modo que cuando toca caminan con la mirada al frente, y ofrecen servicios de mensajería, celaduría, búsqueda y rastreo de objetos perdidos, gangas de objetos encontrados. Cambian billetes, consiguen periódicos viejos, botan escombros, apilan cajas de cerveza, negocian con el jefe del cuadrante, averiguan precios, revenden vicios. Freelancean en el más rudo de los mundos. Y gastan con juicio.
Los habitantes con calle tienen la cabeza mejor puesta que nadie. Logran vivir en el mundo del puñal y el cartón y, al mismo tiempo, tener un pie en la sociedad que reclama el aseo, el silencio, la sobriedad, el saludo y los 32 dientes. Rebuscan y reencuentran. Tienen madrinas y defensores, jefes y benefactores. Y amigos más allá de las promesas de la menuda. Porque la mendicidad no es lo suyo, son más del intercambio y el cuento. Piden, pero explican con una elocuencia y una extensión que hacen obligatoria la generosidad.
Los he visto caminar en figuras y estilos variados. Derrochando simpatías o reclamos según la ocasión.
El más organizado lo conocí viviendo en un carro abandonado, el asiento de atrás como sofá cama y un closet de basura en el resto de su Mazda. Tenía carro pero trabajaba en bicicleta en las tardes. Huraño y respetado en el vecindario de talleres. Sin perro porque ladraba suficiente. También he visto a un pequeño monje que camina entre quebradas de barrio, siempre de pantalón y camisa negra, con barba, tonsura y un morral a la espalda. Lo distingue su vara en la mano, que sirve como dignidad, no como bastón ni arma, porque camina y sonríe con un pacifismo que preocupa a quienes esperan el verde en el semáforo. Es seguro que con la vara que mide no es medido. Y cada tanto me visitan dos hermanos que juntan cojeras y comparten andrajos. Uno se encarga de las conversaciones y los negocios mientras su hermano asiente sin decir palabra. Pero digamos que los dos cuentan a su manera. Entonces, inventan caminatas imposibles en busca de un par de zapatos. Dicen, además, que llevan años tras una carreta para arrastrar sus latas y botellas, lo repiten con tanto ahínco que parece más una mentira que una verdadera ilusión. Estoy seguro que no los veré arrastrando esa carreta, podría ser su perdición en esas lomas. No es fácil diferenciar a los dos hermanos, les pasa como a los acróbatas espejo de los circos sin equilibrio financiero.
Hay un personaje célebre entre esta colección de quienes bordean las esquinas y retan los bajos de los puentes. Se dedica al diseño estrafalario y surreal, al rompecabezas disparatado de lo que recoge y trueca: una pista de carros en un vinilo, un radio moribundo adornado por dos dinosaurios, un sombrero con tres lápices como antenas. Puede ofrecer un molinillo y un balón de básquet en la misma promoción… Y así se va solventando. Otro más punketo, con un zapato un día sí y otro no, con pipa y sin boina, vive del patrullaje, hace de Rappi pero a pata. El cigarrillo es su moneda oficial. Empuja carros y lava motos. Lo he visto invitar a pizza y robar cable.
Valen esos personajes que nos cuentan un poco de la vida en el otro lado, que nos dejan ver por esas ventanas temidas y saludan a diario al mundo que los atropella. Son los que traen las palabras nuevas y los trastos viejos.
Carlos era un "pelao" que por más de 6 años coincidió conmigo y mi esposo en la 65 con la 30. Moreno, alto, hincha del América, con una dentadura perfecta y siempre, siempre, con una sonrisa genuina, alegre siempre, nos saludaba con alegría cada que el semáforo nos hacía coincidir con su servicio de limpia vidrios que intentábamos remunerar de la forma más generosa posible. Pasaban muchos días sin que lo viéramos pero siempre reaparecía.A fines del año pasado finalmente le preguntamos al resto del combo dónde estaba Carlos. La noticia fue que sucumbió al robo de cables, se cayó y murió. Nunca escuchamos estas noticias, personajes tan presentes tan anónimos. Carlos el sonriente.
ResponderEliminarBuenisima!!! me gustó mucho todo pero esta frase es mundial "Y gastan con juicio." jajajajajaja son buenisimos buenisimos para gastar. Un amigo basuquero que tuve me decía que por la noche tasaba sus basucos para que le duraran toda la noche. Es porque por la noche no tenía a quien pedirle plata, lo que tuviera a las 7 de la noche ya le tenía que durar hasta el otro día a las 8 am que los juiciosos que le daban plata otra vez aparecieran.
ResponderEliminarY otra anecdota que habla sobre uno de sus "skills" que no fue mencionado en la columna: 25 años después de salir del colegio en el centro me saludó un desconocido, no sé cómo pero lo reconocí, era alguien que iba dos años más atrás que yo en el colegio con el que nunca en mi vida yo había hablado y ahora vivía en la calle, me miró a los ojos concentrado y de una lo vi calibrar cual era el cuento que me tenía que echar, ensayó varios: "a vos te gustaba mi hermanita ¿cierto? yo me acuerdo" jajaja y pues bueno, es que la hermanita de él le gustaba basicamente a todo el colegio. Ese truco no funcionó pero yo estaba con mi hermana ese día y me dijo "¿esa es tu mamá?" jajajaja ¿quien se resiste a ese piropo? cinco mil pesos le di muerto de la risa yo. Le conté a mi hermana y estaba muerta de la risa por ese truco.
Estoy de acuerdo. Aquellos que nos han permitido mirar a través de esas aterradoras ventanas y dar la bienvenida al mundo que cada día son pisoteados por ellas.
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