La guerra por la verdad es ahora un asunto de especialistas, una tarea que toma demasiado tiempo y no tiene grandes efectos prácticos. Un embeleco de “científicos”. La verdadera lucha del momento es por la propagación de la mentira. No se trata del viejo truco de la propaganda oficial o del soborno a quienes tenían la imprenta o la credencial de la certeza. Lo importante hoy es el poder de las máquinas de contagio, el manejo de la pólvora del odio, el control de las multitudes que se alientan a sí mismas. Darle un pequeño empujón a las redes sociales puede significar el mando sobre grandes decisiones políticas o imprevisibles descargas sociales. Dame una bodega y moveré el mundo.
Cuando compró Twitter, en el primer semestre de 2022, Elon Musk dejó claros sus loables propósitos: “No lo hago porque sea fácil, no lo hago para hacer más dinero, lo hago porque intento ayudar a la humanidad, a la que amo”. Pero la cuestión es sobre sobre de amores y odios.
Hace unas semanas las mentiras vía X y Telegram desataron en el Reino Unido las más violentas protestas en al menos quince años. Los señalamientos sobre el supuesto asesino de tres niñas en Southport, una pequeña ciudad al noreste de Londres, sirvieron como pólvora. El rumor digital decía que el culpable era un inmigrante musulmán que había llegado en busca de asilo. Extremistas de derecha, ligas contra los inmigrantes, jóvenes antisistema y vándalos con idea de robar algún supermercado alentaron la furia. El sospechoso capturado es un joven galés de padres ruandeses sin vínculos con el Islam. La noticia no alivió a nadie, solo fue una verdad intrascendente. Mucha gente está a la espera de una certeza contra su frustración, una confirmación de sus prejuicios, una justificación para sus odios. La inercia de las redes sociales encarga del resto.
Conocer el origen de la mentira no es fácil ¿Quién tiró el fósforo? Tras una alerta del gobierno británico fue capturado en Pakistán Farhan Asif, un periodista de 32 años. El hombre alegó que solo cortó y pegó y fue dejado en libertad. Además, la fiscalía persigue a un activista de ultra derecha que se hace llamar Tommy Robinson, un profesional de la agitación vía redes. El pirómano fue capturado antes de las protestas por difundir un documental prohibido y huyó a Chipre luego de pagar la fianza. Desde allá atizó la furia de Southport. El gobierno dice que acusará, con cargos relacionados con el terrorismo, a algunos instigadores digitales ¿Estamos al borde del derecho penal contra la mentira? ¿Solo cuando inciten a la violencia? ¿Quién pondrá la línea entre el llamado a la protesta y la invocación y los estragos?
Un magistrado brasilero ordenó hace ocho días el cierre de X. Musk sacó de Brasil a sus empleados cuando el juez Alexandre de Moraes pretendía que respondieran por no acatar la orden de suspender algunas cuentas que propagan mentiras y racismo. Musk está siendo investigado por obstrucción a la justicia instigación al delito. Los bolsonaristas gritan censura mientrras Lula entregó su versión en el día de la independencia: “la democracia no es el derecho de mentir, de expandir el odio ni atentar contra la voluntad del pueblo”. ¿Los jueces serán el censor del odio y los dueños de las redes deberán responder como editores de sus millones de usuarios?
La reciente captura en Francia de Pavel Durov, dueño de Telegram, completa las tensiones entre gobiernos y redes en las últimas semanas. Durov está acusado de violación a normas de privacidad y propagar mensajes extremistas. La nota de humor la han puesto Maduro y Musk al proclamarse archienemigos universales.
Mientras tanto la masa sorda de las redes se agita de lado a lado, según la turbulencia del momento y aliento fantasmal de las bodegas ¿Romper las redes para contener las mareas?
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