miércoles, 11 de junio de 2025

Del trino al hecho

 


En los últimos tres años hemos visto ataques armados contra figuras políticas en los países más y las democracias más diversas: Estados Unidos, Japón, Eslovaquia y Argentina fueron los casos más significativos. El disparo de precisión que dejó un hilo de sangre en la cara de Trump, la bala de un arma hechiza que mató a Shinzo Abe, ex primer ministro japonés, el disparo fallido de una pistola Bersa, modelo Lusber 84, a treinta centímetros de la cara de Cristina Kirshner y los cinco balazos que recibió el primer ministro de Eslovaco por parte de un “pacifista” enceguecido. En todos los países se hicieron llamados a la moderación del discurso, la erradicación del odio en las redes, el respeto por las diferencias democráticas.

En todos los casos las investigaciones hablaron de “lobos solitarios” que se convencen de la obligación de un sacrificio mayor, mártires creados frente a la soledad de las pantallas, alienados por el combate digital. En el caso de Argentina los fallidos asesinos hacían parte de una pequeña secta de WhatsApp, una pareja de novios con “ímpetu para salvar” el país y su amigo con ansias de adrenalina: “estoy con unas ganas de ser San Martín en versión femenina…”, le escribía la joven de 23 años a su novio. La edad de los atacantes está entre los 20 y los 71 años y sus blancos repartidos por todo el espectro político.

El ataque contra Miguel Uribe Turbay nos obliga a hacer nuestro propio diagnóstico ¿Qué tanto tiene que ver el atentado con la crispación política? ¿Ha alentado el presidente con sus insultos (HP, Nazis, Asesinos, mafiosos, traidores) y sus símbolos (la bandera de la guerra a muerte, por ejemplo) un clima propicio para la violencia? ¿Son los activistas de redes contratados por el gobierno una avanzada de odio que incita a los ataques? ¿Ha respondido la oposición con un furor que solo entiende del enfrentamiento por fuera de las posibilidades democráticas? ¿Una oposición extrema busca desconocer el mandato presidencial y anima su caída violenta?

Lo primero es que el perfil del joven atacante en Bogotá nos pone muy lejos del “lobo solitario” dedicado a rumiar sus rencores para luego ejecutar un desahogo alienado y violento. No hay en ese joven, hasta ahora, ningún asomo de postura o motivación política. Es más una capia de los niños sicarios usados por la mafia en los ochenta, tan parecido a Byron de Jesús Velásquez, conductor de la moto desde donde le dispararon a Lara Bonilla, y a Andrés Arturo Maya, asesino de Bernardo Jaramillo.

Nuestra violencia sigue siendo más compleja, más llena “manos negras”, “oficinas mafiosas”, “grandes poderes políticos”, “intereses económicos”, “el establecimiento”, según las expresiones hechas durante décadas. La historia de violencia oficial, el poder mafioso y sus ambiciones políticas, la eterna combinación de armas y política hace que en Colombia siempre haya una muy amplia vitrina de sospechosos. Aquí todo tiene cuatro o cinco escalones antes de un autor intelectual. Estamos llenos de franquicias criminales y subcontratos homicidas. Los magnicidios siempre han estado vinculados a las grandes empresas criminales y sus colectas.

Pero ya sabemos que esos poderes prenden empujados, que son influenciables, que tienen el gatillo pronto. Carlos Castaño lo dejó claro varias veces, están prestos a las insinuaciones. De modo que los insultos partidistas, las amenazas digitales, los señalamientos irresponsables, el aliento a la furia, las falsas disyuntivas entre libertad y muerte pueden despertar una parte latente de la gran máquina de violencia que tenemos desde hace décadas. Hay mucha pólvora física para tanta chispa digital.

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