martes, 22 de marzo de 2016

Guerra fija






Una negra protuberante frente al capitolio de La Habana, forrada en un vestido que es a su vez la bandera de Estados Unidos mientras espera un colectivo. Una negra provocadora y risueña que apenas si levanta una ceja cuando los transeúntes y los ciclistas le gritan arengas, burlas o advertencias. La imagen la vi hace cerca de 15 años y aunque bien podía serlo, la mujer no era una artista callejera en busca de una o dos “fulas” que dejaran caer los turistas. Ahora los portaestandartes oficiales y las ventanas de los apartamentos en La Habana lucen la bandera de los Estados Unidos, como los niños de tercero de primaria lucen todos los días la pañoleta roja en homenaje al Ché. Y los cubanos pueden gritar de asombro o alegría al ver un político luego de la fatiga de todos los materiales que han impuesto los Castro y el Partido Comunista.
Poco a poco Cuba comienza a encontrar en sus visitantes ilustres una señal mínima de que el mundo se mueve y no está del todo sometida al eterno reloj de arena del Gramna. El Papa Francisco, Obama, Putin, el mismo Chávez, como una especie de ahijado, van dejando una estela de nuevas banderas y afiches. Pero no es solo eso, ahora el 25% de los trabajadores cubanos tienen como patrón su propia contabilidad o una empresa privada y ya no dependen de sus reportes en el Comité de Defensa de la Revolución o de las viejas hazañas en Angola. Obama sabe muy bien que los cambios llegarán cuando los cubanos miren menos el control de los burócratas y pueden “resolver” por fuera de las planillas oficiales. Una parte de Miami sostiene la retórica contra la hoz y el martillo y todavía gusta el juego de los espías. Pero muchos de los cubanos-americanos de segunda generación celebran la visita y logran ver la isla más allá del odio a las barbas de Castro. Tal vez la derrota de Marco Rubio en Florida sea una demostración más del momento para una nueva estrategia.
Pero en Colombia la guerra fría no acaba. Desde los extremos políticos han saltado a defender el régimen cubano como un ejemplo de dignidad o a criticar el acercamiento como una triste claudicación. El Centro Democrático sueña con tener una orilla de mar desde donde gritar contra el “enemigo interno” y ahora han graduado a Obama de caballo de troya del comunismo internacional. Comparten los delirios y la estética de centro comercial con la derecha más venenosa de Estados Unidos.
La izquierda, por su parte, ha salido a encomiar los indicadores sociales de Cuba con la vieja cantaleta según la cual la buena atención a los niños justifica negar los derechos y controlar todos los órdenes sociales de los adultos. Para rematar el argumento presentan nuestros  pecados de violencia como atenuante frente a los cerca de 60 años de estado policivo en  Cuba: “los militares colombianos mataron a cientos de civiles, al menos los cubanos los encarcelan y adoctrinan desde niños”, es más o menos su lógica admirable.  Vale la pena dejarles un solo párrafo de Termina el desfile, la novela de Reinaldo Arenas, uno solo para que acompañe el billete de tres pesos con el Ché que trajeron de su viaje iniciático a La Habana: “Salir era arriesgarse a que le pidieran identificación, y, a pesar de llevar encima todas las calamidades del sistema: carné de identidad, carné de sindicado, carné laboral, carné del servicio militar obligatorio, carné del CDR, a pesar, en fin, de ir cual noble y mansa bestia, bien herrada, con todas las marcas que su propietario obligatoriamente le estampaba, a pesar de todo, salir era correr el riesgo de “caer”, de “lucir” mal ante los ojos del policía que podía señalarlo (por convicción moral) como un personaje dudoso, no claro, no firme, no de confianza…”

Somos admirables en escoger lo más sonoro entre lo peor, en pelear los entuertos ya saldados y en revivir las momias más cínicas. 


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