martes, 22 de enero de 2019

Fatídico sermón


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 Al ELN solo lo puede sostener una especie de inercia enfermiza, una apología del fracaso, un triste sentimiento de heroísmo por resistir, por marchar inútilmente. La “lucha popular prolongada” ha logrado que sus líderes mueran de viejos o sean dignos de un museo de cera para la visita de las agencias internacionales de prensa. Malcolm Deas describe muy bien su tránsito de más de medio siglo de combates: “Es de suponer que la supervivencia requiere de un gran esfuerzo mental y físico, y que lograrla, junto con las pequeñas mejoras en las condiciones materiales y de seguridad, es una fuente continua de autosatisfacción, un indicador de que se va por buen camino”. De modo que su gran hazaña revolucionaria es el aguante. Esa resignación de recorrer un camino inútil pero obligatorio la sostenía el cura Manuel Pérez al mencionar a guerrilleros, que como Moisés, “persisten, resignados a que ellos nunca pueden ver la tierra prometida”.


La incansable hipnosis frente espejismo cubano, con Fidel muerto y Raúl jubilado, solo puede venir de las alucinaciones capitalistas que entrega el narcotráfico. El carácter religioso del ELN ha contribuido a esa tendencia al fanatismo y a las purgas de los infieles en sus campamentos. Eric Hobsbawm, historiador inglés que visitó por décadas a América Latina en busca de sus movimientos revolucionarios, describía también las plagas radicales del ELN que desde los años ochenta se resistió a los diálogos planteados por el presidente Betancur: “El ELN atrajo curas y estudiantes, pero su insensatez y su falta de objetivos políticos pronto se volvieron evidentes. Probablemente haya ejecutado un número mayor de  sus propios combatientes y excombatientes como ‘traidores’ que soldados del ejército colombiano.” Esa semblanza del ELN escrita en 1986 muestra que su rezago y su anacronismo cumplen al menos tres décadas. Es imposible que los dirigentes del Comando Central, una definición de la cúpula que ya suena caricaturesca, todavía crean en la fantástica teoría foquista, según la cual un foco guerrillero al interior del país serviría como ejemplo para encender el fuego revolucionario. Hoy solo existen pequeñas parrillas de ilegalidad minera, narca o extorsiva con ambiciones y perversiones propias.
Muchas veces se ha hablado de una guerrilla formada por una estampida de estudiantes en los setenta, por universitarios que no podían resistirse al entusiasmo revolucionario. Pero Joe Broderick, autor de varios libros sobre Camilo Torres, dice que en 1970, ocho años después de su fundación, el ELN tenía ochenta combatientes. Y menciona cómo Fabio Vásquez Castaño, uno de sus fundadores, miraba con algo de sorna a los guerrillos que llegaban con sus libros en el morral. Tal vez eso explique que Aldemar Rojas, señalado de cometer el atentado en Bogotá, haya estudiado hasta tercero de primaria. Hay que decir que en algún momento los jefes de la guerrilla sentenciaron a muerte a Broderick por andar preguntando por la vida de su mártir. El morralito de libros del ELN puede explicar la maraña ideológica de esa guerrilla: La hojarasca, Cien años de soledad, algunos libros de Martí, un par de novelas soviéticas, cuentos de la revolución mexicana
Camilo Torres hablaba de la “obligación cristina” de la lucha armada, de la necesidad de la entrega total por la causa, que como dice Posada Carbó: “...en clave bíblica solo puede conducir a la desesperación fanática”. A pesar de eso, sus líderes, “hablan más de matar, de manera práctica y sucinta, que de morir”.



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