jueves, 9 de diciembre de 2021

Perder es cobrar un poco


 





No es fácil perder a voluntad. Uno puede ser derrotado por cobardía, por incapacidad, por la caprichosa fortuna o por simple inferioridad. Se agacha la cabeza con la camisa sobre el hombro y al otro día todo vuelve a ser normal. Porque el fracaso es también un asunto cotidiano. Pero perder por decisión propia es la jugada más compleja, mostrarse peor de lo que uno es requiere un talento que no se encuentra todos los días. Los defensores de Llaneros pueden ser de palo como esa línea de cuatro de los futbolines que va de lado a lado girando sobre su eje. Pero cuando se ven tan aparatosamente lentos, cuando se esfuerzan en no esforzarse les aparece el antifaz de los ladrones en las historietas. Estamos hechos para los alardes y la fanfarronería y no para la entrega y el empequeñecimiento.

Por eso son inolvidables esos juegos de once contra once donde vale más la ruleta de las apuestas que la gambeta del delantero. El gol olímpico de Cuadrado con la Juve, una Vecchia Signora que sabe mucho de avaricias y casinos en las áreas, quedó opacado por el raponazo Jonathan Segura. Y es delicioso cuando luego de los partidos no hablan los técnicos sino los presidentes de los equipos que se plantan como el más peligroso cabeza de área. Y en vez del análisis técnico sale el comunicado de prensa. Y en lugar de los goles se cantan unas cuentas verdades.

Los italianos nos han dejado las mejores películas luego de los partidos y los títulos. Mafias alimentadas por las delicias de los restaurantes de familia, gitanos como agentes de segunda mano, apostadores que cantan sus desgracias sin una lira y bambinos produciendo oro con empates insípidos. Muchas veces el Calcio ha sido más jugoso en la mesa que en la cancha. Y no nos preguntemos por los castigos del dios de la pelota ni por la justicia que pide la tribuna indignada, porque el hincha solo grita contra la injusta bandera del línea y la sentencia del juez que no lleva martillo sino un mísero pito y dos cartulinas.

La historia de Paolo Rossi es el mejor de los cuentos de hadas y diablos que tiene el fútbol de marionetas que dejan los amaños de partidos. Rossi y sus 21 goles ascendieron a la A al Lanerossi Vicenza en la temporada 1976. Y muy pronto conoció los juegos del Calcio. En 1978 su pase se fue a subasta entre el Vicenza y la Juve. No hubo acuerdo y los presidentes se fueron a los sobres: cada uno ponía el suyo sobre una mesa con la oferta por Pablito. David, encarnado por el presidente Giuseppe Farina, le ganó la apuesta al Goliat Bianconero y Rossi siguió en el Vicenza hasta verlo descender con su camiseta puesta. De ahí pasó al Perugia, donde pasó lo que pasó. Una tarde, jugando bingo, apareció un amigo y le presentó a un romano que dejó caer una propuesta: “¿Qué haces el domingo? Intentaremos ganar ¿Y si piensas en un empate?” Rossi dice que la conversación duró dos minutos y que volvió incómodo a los números de su tabla. El domingo los apostadores gritaron ¡Bingo! El partido Avellino Vs Perugia terminó 2-2 con doblete del Bambino.

Reventó el escándalo por apostadores que se reclamaban pagos incumplidos y Rossi quedó en los titulares. Tres años de suspensión para jugar y un pedido de dieciocho meses de cárcel por la fiscalía: “Seguí el proceso como algo irreal, como si hubiera alguien más en mi lugar. Supe que todo era cierto cuando llegué a casa y vi los rostros de mis padres.” Las cartas firmadas para que se rebajaran su sanción le permitieron ir al mundial de España. Lo demás es gloria con cinco tantos incluidos tres contra el Brasil de los sueños y uno en la final contra Alemania. Cinco ases suficientes para hacer olvidar los años días de dados y juzgados. Luego de otro escándalo en 2006 por favorecimientos concertado de algunos árbitros a la Juventus, la Lazio, el Inter y la Fiorentina Italia volvió a ser campeón de mundo. Los dados cargados en la casa y la copa en alto en Alemania.

En el fútbol se susurra y se debe cubrir la boca para hablar en la cancha. No solo los técnicos plantean estrategias. Los italianos nos han mostrado que directivos y apostadores también mueven sus fichas. Juega la pizarra y el maletín.

 

 

 

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