La histeria y el oportunismo electoral ha hecho que una idea, un slogan, mejor, haya rondado durante mucho tiempo sobre una parte de nuestra sociedad y nuestra política: “Colombia puede convertirse en una Venezuela”. La posibilidad de un gobierno de izquierda se miró durante mucho tiempo frente al espejo distorsionado del gobierno de Hugo Chávez. Una tergiversación que desconocía momentos históricos, fortalezas institucionales, posibilidades económicas, un estado de ánimo colectivo, una larga historia de izquierda armada, un papel de los militares en la sociedad. La llegada de Petro al poder se ha encargado de desmentir esa supuesta amenaza. Colombia no tendrá un gobierno capaz de transformar al Estado en una autocracia basada en una “unión cívico-militar-policial” y mucho menos en una dictadura al estilo Maduro.
Pero luego de dos años en el poder es inevitable encontrar características similares entre Chávez y Petro. Más allá de sus posibilidades de cambio, de sus alcances e influencias sobre la realidad, es claro que hay un estilo, unas ideas y un talante que se sobreponen.
Petro ha hablado de su relación con Chávez en la época de políticos soñadores y simples peatones con ideas transformadoras: “Yo conocí a Chávez hace 19 años, él no era presidente y yo tampoco alcalde, caminábamos por la carrera Séptima y hablábamos de los sueños del libertador, construimos una ilusión política de cómo se construye una justicia social y cómo Bolívar puede revivir uniendo la diversidad Latinoamericana. Voy a despedir a un hombre inmenso…”, dijo Petro en el momento de la muerte de Chávez. Aunque también cuestionó el desvío de la revolución bolivariana hacia el modelo cubano.
Los caminantes de la Séptima tienen sendas parecidas. Leyendo dos libros escritos ya hace unos años, Hugo Chávez sin uniforme y El chavismo al banquillo, se encuentran paralelismos. Al igual que Petro, Chávez tenía un fetichismo histórico, siempre creía gobernar sobre la ruta de hazañas pasadas. Lo vimos hace poco con el 19 de abril declarado “día de la rebeldía”. Sobra decir que Petro también es bolivariano de espada desenvainada. Chávez siempre tuvo un gobierno supeditado a la figura del presidente, un aparato burocrático que iba rezagado respecto al líder. A Petro le pasa igual. Reclamar, culpar, fustigar a sus funcionarios es una característica común.
El llamado a la calle también era fue un rasgo principal del gobierno Chávez. En 2002 el país vivió una competencia ciudadana por las movilizaciones de gobierno y oposición. “Vengan a la calle para que vean”, retaba Chávez a sus opositores en 2001 y hacía suyo al pueblo. Para que eso fuera cierto intentó, con éxito muchas veces, convertir a las organizaciones sociales en cuadros de partido, vestirlas con el uniforme de sus “consejos comunales”.
Chávez, al igual que Petro, creía tener alcances planetarios: “Nuestra tarea es salvar al mundo, al planeta tierra”, dijo en 2005 vestido de Charro mexicano. Es normal en los líderes que se consideran elegidos, como inevitable su soledad en los palacios. Son los mismos que anhelan ser venerados: “Él necesita ser escuchado y atendido, admirado, idolatrado incluso”, decía en su momento Edmundo Chirinos quien fue su psiquiatra. Perder el cariño de la gente lo hacía retraído y frustrado. El contacto popular del que habla Petro y que lo hace un apasionado de las campañas. Otro rasgo de Chávez según Luis Miquilena, uno de sus mentores: “Pero bueno, chico, es que tú has confundido la confrontación lógica y natural de las elecciones con el ejercicio del poder…”
Con reformas a la salud y a los servicios públicos comenzó el fin de la luna de miel de Chávez y su pueblo. Petro no es Chávez, pero tiene su comandante interno.
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