martes, 12 de junio de 2012

Hipótesis electoral



 

 
Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1998 Luis Carlos Villegas le trajo de regalo a Andrés Pastrana una razón desde México: las Farc estaban dispuestas no solo a la negociación sino a la paz. Los adelantos militares de la guerrilla, la sin salida del gobierno Samper y la esperanza intermitente en la negociación componían el clima perfecto para un nuevo intento. Unos meses antes Juan Manuel Santos se había adelantado con una propuesta de despeje para instalar la mesa. Lo que siguió fueron dos reuniones con Manuel Marulanda en junio de 1998, una de Víctor G. Ricardo como enviado de Pastrana y otra del mismísimo candidato conservador para trabar algunos compromisos. Las Farc entregaban un peso definitivo a la balanza electoral del momento. No se podía mostrar la foto con Tirofijo en un cartel de Pastrana Presidente, pero el mensaje era claro.

Pastrana quedó a merced de las Farc. Había sido elegido para hacer la paz y cualquier resultado distinto lo descalificaría. Estaba en manos de Cano, Márquez, Jojoy y demás. Y de una cuenta regresiva de 4 años que solo corría para una de las partes. Los engañados éramos todos, pero el Presidente era el socio mayoritario, el representante legal y el fiador en ese peligroso negocio. Ahora parece innegable que Santos está trabando sus primeros contactos. Como pruebas se exhiben los riesgos políticos del gobierno para aprobar una reforma a la Constitución que despierta por adelantado a un gran contendor electoral, y la renovada actividad diplomática de la guerrilla en Europa. Si Juan Manuel Santos no tuviera la posibilidad de mirar por la cerradura de las Farc, difícilmente habría peleado con tanta garra el llamado marco jurídico para la paz.

Santos quedará entonces en la bandeja de los negociadores guerrilleros como Presidente y como candidato. Será mucho más vulnerable que Pastrana. Arriesgará no solo el juicio definitivo sobre su presidencia sino la posibilidad de ser reelegido en 2014. Falta algo menos de 18 meses para que estemos en campaña presidencial y muy seguramente la guerrilla alargará sus tiempos para negociar con un hombre bajo el peso del Estado y sobre la inestable cuerda de una campaña. En las elecciones pasadas Santos sintió el golpe cuando Noemí Sanín lo acusó de ser el cerebro de la zona del Caguán. El candidato respondió con toda desde la orilla de la mano dura que encarnaba en ese momento: “precisamente porque esos bandidos de las Farc se han burlado del pueblo colombiano. Por eso es que hoy hablamos de no despeje y de no cederles un solo milímetro en materia de seguridad”. Las respuestas serán mucho más difíciles cuando el opositor sea Uribe y Santos deba explicar un proceso que tendrá de por medio leyes estatutarias, víctimas insatisfechas, ONGs acuciosas y militares inconformes.

En el aire no se respira el mismo clima unánime por un proceso de paz que llevó a Pastrana a quemar las naves. Los empresarios que fueron algunos de los más entusiastas en el Caguán, ahora son solo espectadores recelosos. Los políticos jugarán como siempre según la intuición y la oportunidad. Y qué decir de los militares. En 1999 el anuncio de un despeje indefinido por parte del presidente Pastrana causó la renuncia del ministro de defensa Rodrigo Lloreda y estuvo cerca de llevar al retiro a la mitad de los generales del país. Santos deberá sortear las zancadillas de sus adversarios políticos, de sus nuevos mejores amigos, de su contraparte en la mesa, de sus hombres de uniforme y de una buena parte de la opinión que cree que es mejor tragarse la bendita llave.


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