martes, 27 de noviembre de 2012

Pacto salvador





Mauricio Funes, presidente de El Salvador, comenzó su mandato anunciando una guerra frontal contra las Maras, pandillas que han derivado en tribus delincuenciales unidas por pactos de sangre. En febrero de este año los anuncios públicos y los nombramientos de dos militares retirados en el ministerio de justicia y la dirección de la policía, anticipan una guerra frontal.  El proyecto que convertía en delito el simple hecho de pertenecer a las Maras esperaba la aprobación del Congreso. Todo era crujir de dientes en un país con uno de los índices de homicidios más altos del mundo.
Un mes más tarde los jefes de la Mara Barrio 18 estaban atentos a la homilía del capellán del ejército en Cojutepeque, un antiguo cuartel adecuado como cárcel, y la prensa reseñaba los ánimos conciliadores de esas castas bárbaras que han marcado a Centro América: “Somos conscientes que hemos ocasionado un profundo daño social, pero por el bien del país, de nuestras familias y de nosotros mismos, pedimos que se nos permita contribuir en la pacificación de El Salvador, que no sólo es de ustedes, sino nuestro también", decía un aparte de la carta de tres páginas firmada por los jefes de las Maras Salvatrucha y Barrio 18, antiguos enemigos a muerte.
El gobierno negó desde el comienzo cualquier tipo de negociación. Dejó los acercamientos entre los bandos en manos de un obispo y un ex guerrillero, trasladó a 30 cabecillas a cárceles más flexibles y se sentó a esperar con un ábaco en la mesa del presidente para contar los muertos. La semana que siguió al 8 de marzo, día en que supuestamente se selló la tregua, los homicidios cayeron un 53% en todo el país. Hasta el 21 de noviembre El Salvador ha tenido 1528 homicidios menos que en el mismo periodo de 2011, una reducción cercana al 40%. Cuando un reportero le preguntó a uno de los jóvenes de las “familias en armas” por la tranquilidad ambiente, la respuesta llegó acompañada de una sonrisa: “Estamos de vacaciones”. La orden de “calmarse” llegó desde las celdas hasta los “palabreros”, jefes de cada una de las gavillas, y el miedo es suficiente para que se cumpla sin chistar.
En varios países de América Latina se ha vuelto común que los logros en seguridad se consigan más desde las cárceles que desde los ministerios. El gobierno de Funes ha quedado en medio de una encrucijada que no sabe si celebrar o deplorar: sigue asegurando que no hay pactos ni negociaciones con los delincuentes y al mismo tiempo exhibiendo el milagro pacificador. La violencia entre las Maras ha disminuido pero las extorsiones y los atracos siguen su curso. Según dicen el pacto se limitó a una reducción del 30% en los homicidios. Ahora los dos mediadores civiles valen más que los ministros que actúan como simples evaluadores. Un gabinete de analistas.
Las propuestas de las Maras y los conciliadores siguen llegando pero el pudor del gobierno no permite avances. La lección de Felipe Calderón en México, quien rechazó siempre cualquier posible contacto con los narcos sigue pesando sobre el gobierno de Funes. La paradoja es que El Salvador vive un tiempo de tranquilidad de la mano de dos civiles con acceso a las prisiones y ocho grandes jefes mareros aburridos luego de diez años de aislamiento. Hasta ahora la movida del gobierno ha sido simple: hacerse a un lado.  En México y en Brasil comienzan a mirar de reojo el experimento. Para Colombia nada es nuevo, aquí se ha negociado hasta con el diablo. La pregunta de siempre: ¿a cambio de qué?

martes, 20 de noviembre de 2012

Serrana




 

Una pequeña isla de “arena muerta” en el Caribe, enemiga de barcos de todas las banderas, es la protagonista de una de las crónicas de indias más asombrosa entre la colección de inventos y prodigios que dejó el género. Desde 1545 está marcada en los mapamundis como un grano de arena blanca en un mar cubierto de pólvora, tesoros y emboscadas. Un hombre hizo que ese ripio marino interesara por igual a los geógrafos y a los escritores. Se llamó Serrana en honor a su ilustre náufrago y su hazaña de supervivencia durante ocho años con sus días y sus noches, acompañado apenas de un cuchillo al cinto.

El Inca Garcilaso no resistió la tentación de contar la historia de Pedro Serrano. No importó que estuviera hablando de las tierras del Perú, abrió un paréntesis y dejó correr el cuento que oyó de boca de uno que dijo haber conocido al mismísimo protagonista: “A Pedro Serrano le cupo en suerte perderse en ellos (aquellos bajíos) y llegar nadando a la isla, donde se halló desconsoladísimo, porque no halló en ella agua ni leña ni aun yerba que poder pacer, ni otra cosa alguna con que entretener la vida mientras pasase algún navío que de allí lo sacase…” Solo un día de llanto se concedió Serrano luego del naufragio causado por la impericia y el abandono de la nave de un piloto que llamaban Portogalete. Un nombre como un mal presentimiento para cubrir la ruta entre Santo Domingo y la Isla Margarita con el encargo de llevar “tiros y pólvora”.

Al día siguiente Serrano ya estaba matando tortugas con su puñal. La sangre le servía para calmar la sed y los caparazones para recubrir agujeros donde esperaba recoger agua lluvia. Días más tarde estaba buceando piedras con el fin de encender fuego con la ayuda del puñal y poder cocinar “los camarones y otras sabandijas”: “Y para que los aguaceros no se lo apagasen, hizo una choza de las mayores conchas que tenía de las tortugas que había muerto, y con grandísima vigilancia cebaba el fuego por que no se le fuese de las manos.”

No es extraño entonces que se haya dicho que Daniel Defoe sacó buena parte de su Robinson Crusoe del ingenio y las desgracias de Serrano. Y que el mismo Cervantes, impresionado luego de leer a Garcilaso, hizo naufragar a Antonio en Persiles y Segismunda. Entre nosotros, Manuel Uribe Ángel le dedicó la novela corta La Serrana, donde el autor lo hace dueño de una colonia de una sola persona y aprovecha para hablar de geografía, historia patria, biología y fábulas políticas.

Luego de cinco años de encierro a mar abierto Serrano encuentra la compañía de un nuevo naufrago. Se consuelan con lágrimas y credos, pelean por la supremacía de ese reino estéril, hacen un acuerdo de paz, se turnan el sueño para mantener el fuego y maldicen en coro a los barcos que no atienden sus señales de humo. Dos miradores hechos de caparazones y piedras han sido levantados a lado y lado de la isla. Hasta que el día víspera de San mateo son recogidos de su isla sin paraíso con rumbo a La Habana. En el camino, sin ver tierra firme, muere el desdichado naufrago que acompañó a Serrano.

Hoy dormirán en Serrana los diez infantes de marina menores de veinte años que cuidan esa tierra adelantada en ficciones literarias. Ese faro bibliográfico. El 19 de noviembre pasado anduvo por allá el diablo de nariz roma, pies como grifos y cola de murciélago que una noche, poco antes de su rescate, plantó su cara frente a Pedro Serrano.

martes, 13 de noviembre de 2012

Diálogos de guerra





El año pasado Sao Paulo alcanzó el índice de homicidios más bajo desde 1995. Parecía que la ciudad había abandonado definitivamente los tiempos en que algunos de sus distritos eran considerados las zonas urbanas más peligrosas del mundo. En 1996 la aglomeración de Jardim Angela, en el sur de la ciudad, obtuvo ese dudoso honor según un informe de Naciones Unidas. En ese conjunto de barrios el índice llegó a 116 homicidios por cada 100.000 habitantes. Pero las grandes intervenciones militares y policiales en las favelas han sido desarrolladas en Río de Janeiro y Salvador. Sao Paulo mostraba un modelo diferente y exitoso basado en trabajo comunitario e inteligencia policial en los barrios. En 2011, la ciudad bajó a 9,6 muertes violentas por cada 100.000 habitantes y los números de Jardim Angela no estuvieron muy lejos del promedio paulista.


Desde hace 40 días las razones del optimismo se han visto nubladas. En octubre fueron asesinadas cerca de 200 personas en Sao Paulo. Los policías han puesto casi la mitad de los muertos en esa ola de violencia repentina que los medios y las autoridades explican señalando las cárceles. El Primer Comando Capital, organización con pretensiones políticas y control sobre parte de la delincuencia manejada por los grandes capos en prisión, estaría manejando la estrategia de guerra para mostrar poder y controlar algunas zonas. Al igual que sucede entre nosotros, las primeras medidas han sido los traslados carcelarios.

Leyendo las noticias de Brasil es difícil no pensar en el supuesto correo de brujas que se mueve entre Cómbita y la cárcel del Pedregal en Medellín.  ‘Sebastián’ y su hermano ‘Frank’ se resisten a perder un control que parece destinado a caer en manos de los Urabeños. Los estallidos se sienten en las comunas 8, 9 y 13 de la ciudad y el ambiente de temor por los patrullajes y las órdenes susurradas se ha regado por todas partes. Si las Bacrim logran unificar el mando sobre los combos tendremos ejércitos muy difíciles de doblegar en las ciudades. Cartagena, Buenaventura y Cali también han mostrado índices preocupantes en los últimos meses.

Luego de 5 años largos los reductos paramilitares que dejó la desmovilización han encontrado una nueva manera de operar, menos visible, menos política, pero no menos sanguinaria ni efectiva. Las Bacrim están alcanzando su etapa de madurez y en poco tiempo será necesario ponerles un nuevo apelativo. Además, ya no tienen remilgos ideológicos, por lo que cada vez encontrarán más afinidades comerciales con los frentes guerrilleros. Pero el gobierno sigue presentando la reducción en el índice de homicidio nacional como una muestra inapelable de que todo va bien.

En medio de un panorama de amenazas crecientes valdría la pena preguntarse por los riesgos que puede entrañar una desmesurada atención nacional y gubernamental a las conversaciones con las Farc. Lo primero que debería quedar claro es que allí no está la llave para la paz del país. Una firma en La Habana, el mejor de los escenarios posibles, no sería necesariamente un alivio a nuestra situación de violencia. La facción guerrillera más cercana a la diplomacia y la cháchara entraría a la política, mientras que buena parte de sus compañeros seguiría en armas buscando una salida pacífica para la coca. Hasta en el mapa de la guerra las Farc parecen haber perdido relevancia y las amenazas por venir podrían estar en sitios y personajes distintos a los de la historia guerrillera. Una cosa es que Iván Márquez nos deje en paz y otra muy distinta es la paz con mayúsculas.
 

martes, 6 de noviembre de 2012

Es mejor la seguridad



 

La policía debe ser siempre una opción para el peor de los casos. Los cañones de algunos viejos imperios tenían una sabia inscripción: “El último argumento de los Reyes”. En las democracias que se pretenden tales los policías deberían tener una leyenda parecida en sus cascos y chalecos: “El último argumento del Estado”. Pero cada vez gana fuerza una idea según la cual los policías deben ser una especie de cuerpo para el adiestramiento social y la tutoría forzada sobre el conjunto de los ciudadanos. La idea no es solo peligrosa sino estúpida. La intención del Estado de ponerse por encima de los padres y los individuos frente a comportamientos que se deben decidir en la convivencia diaria y en los “manuales” que se dictan en la familia y los colegios, constituye siempre un riesgo. Y de otro lado, cuando todavía no se pueden controlar los peores comportamientos sociales -el asesinato, los secuestros, la intimidación permanente-, es solo una broma tortuosa pretender regular el respeto a la vida privada en los hogares, la buena educación en los buses y el juego limpio de los amos de las mascotas. Desde hace 25 años hemos capacitado a nuestros policías para pelear contra carteles sanguinarios, no es hora de convertirlos en prefectos de disciplina con libreta, lápiz rojo y chaleco antibalas.

El proyecto de Código de Policía que presentó hace unos días el gobierno está plagado de esas intensiones escolares. El consejero para la seguridad, Francisco Lloreda, dijo que trabajaron durante 18 meses en su redacción. Se confirma la regla según la cual, cuando un funcionario no tiene trabajo decide inventarse una ley inútil. No me quiero imaginar la suerte de ese catálogo en manos de la imaginación del Congreso.  Pero dejemos que el Código en ciernes y sus 280 artículos se presenten por cuenta propia. El proyecto pretende ser liberal y garantista en sus enunciados, pero terminará siendo un repertorio de comodines para que los agentes apliquen sus criterios y aplaquen sus apetitos. Un primer ejemplo: uno de sus capítulos entrega un amplio sermón sobre los derechos de las putas y la necesidad de reconocerlas y salvarlas de la discriminación. A renglón seguido se dice que no se puede ejercer la prostitución cerca de colegios, hospitales, iglesias, zonas de recreación, cárceles, unidades militares o centros históricos. Las putas deberán trabajar entonces en los potreros. Y Medellín estará en problemas, sus zonas rojas más reconocidas están al píe de sus iglesias más clásicas: en la culata de La Catedral y en el atrio de la Veracruz.

Cuando habla de menores y adolescentes el código muestra su peor cara. Pretende decir a qué edad se puede entrar a una sala de juegos de video, prohíbe a los menores participar en manifestaciones públicas, una manera de supeditar el ejercicio de la ciudadanía a la mayoría de edad, prohíbe su entrada a cualquier sitio donde se vendan bebidas embriagantes ¿Restaurantes incluidos?  Además de su colección de tonterías y su redundancia con leyes serias en aspectos serios, lo más grave del código es el desconocimiento sobre cómo funciona nuestra sociedad. La pretensión de hacernos limpios, respetuosos, solidarios y amables con la amenaza de una multa. Habrá cobros para quienes no recojan los paquetes de los ancianos, para los indigentes que duerman de cara al cielo en las aceras, para quienes nieguen información sobre métodos anticonceptivos a los homosexuales. Parece decir, con el tono solemne de las enumeraciones legales, dadme un bolillo y moveré el mundo.