En junio de 1978 el director del Inderena le dirigió una carta al Consejo
Nacional de Estupefacientes manifestando su preocupación por la inminente “fumigación
aérea en grandes extensiones” de la Sierra Nevada de Santa Marta. En ese momento
la pelea planteada era el Paraquat contra la marihuana. Desde esos tiempos cándidos
de La mala hierba han llovido estudios,
fallos, demandas, condenas contra el Estado y miles de galones de herbicidas. Durante
la última década el gobierno ha fumigado en promedio algo más de 110.000
hectáreas cada año. Ahora se trata del Round-Up Ultra contra la coca. Las estadísticas de los
propios gringos le ponen drama al asunto: “Equivale a una hectárea fumigada
cada 5 minutos y 29 segundos desde el 1 de enero de 1996.” El drama real es
para los campesinos de Cauca y Nariño, quienes además de la guerra prolongada
soportan (datos de 2012) cerca del 50% del “rocío” de Round-Up Ultra.
Hace seis meses el gobierno de Juan Manuel Santos acordó el pago de 15
millones de dólares a Ecuador como compensación por los daños ocasionados por
la fumigación a campesinos al otro lado de la frontera. Se comprometió
igualmente a respetar una franja de diez kilómetros, contiguos a la línea
limítrofe, donde las avionetas no podrán hacer su trabajo. En los últimos años
el Consejo de Estado ha condenado a la policía y el ejército al pago de
indemnizaciones a campesinos en Algeciras, Belén de los Andaquíes y Tierralta por
los daños sobre cultivos legales. Los vientos, los descuidos o la simple
indolencia pueden llevar el veneno destinado a la coca hasta los pastos, el
lulo, la yuca, los mangos y el maíz. Lo que aquí son “daños colaterales”, en
Afganistán fue una razón de peso para no fumigar la amapola de los talibanes. Así
lo dijo The New York Times en 2007: “…oficiales de inteligencia
de los EE.UU., temen que cualquier fumigación sobre cultivos afganos empleando
químicos estadounidenses, equivaldría a un favor a los propagandistas talibanes…el
costo político podría ser especialmente alto si el herbicida destruye cultivos
de alimentos que los agricultores mantienen al lado de los de amapola”.
Es imposible negar la reducción de hectáreas de coca en Colombia. Ese
éxito ha sido la defensa del gobierno contra todos los argumentos -lógicos,
científicos, económicos, políticos- que recomiendan acabar con la fumigación.
La cifra bruta de 99.000 hectáreas de coca sembradas en 2007 contra 48.000 en
2012, se ha convertido en el escudo de los escuadrones de fumigación. Pero al
mirar con calma no todo es tan claro. Es cierto que en 2012 el 55% de la
fumigación se concentró en los tres departamentos que más hectáreas erradicaron,
Nariño, Putumayo y Guaviare; pero también resulta que la rebaja de hectáreas
sembradas en Antioquia, Bolívar, Caquetá y Putumayo coincidieron con un menor
número de fumigaciones. Se ha demostrado que el precio de la pasta base se
mantiene estable independientemente de las hectáreas destruidas desde las
avionetas. El castigo por la fumigación es sobre todo para el eslabón más débil
del negocio, el 63% de los cultivadores venden la hoja sin ningún tipo de
proceso y deben asumir el costo del baño de Glifosato. El mercado se acomodó
para dejar intactas las condiciones a los traficantes y poner la carga sobre
los cultivadores: hace 5 años solo el 35% vendía la hoja sin tratamiento. Además,
durante tres años Nariño ha liderado dos escalafones que parecen contradictorios:
producción y fumigación. Hoy en día los principales indicadores, precio y
demanda, depende más de lo que pasa con los cultivos en Perú y las rutas en
México que del vuelo rasante de las avionetas.
Un envenanamiento legal que ignora el común de la ciudadanía de este país. Una ignominia más del establecimiento en cabeza de los títeres de turno.
ResponderEliminarMuy buen documento sobre coca en Colombia. No se puede decir que no hay información.
ResponderEliminarDocumento de Unodc en Colombia. Cultivos de coca 2012