Nos hemos acostumbrado a
hablar de la eterna guerra colombiana, del desangre de nuestros campos, de la
violencia indiscriminada en las ciudades. Gastamos las metáforas y construimos
un escenario que se hace inamovible a pesar de las cifras y los hechos cambiantes.
Tanto desdeñamos la realidad, un poco más compleja que la percepción, que hace
unos días Francisco Maturana, un experto en metáforas, dijo añorar los años tranquilos
de la década del noventa frente a los azarosos días actuales. Alguien debería
contarle que en 1991 se cometieron en Medellín 4585 homicidios, casi el doble
de los contabilizados por Medicina Legal en todo el departamento de Antioquia
durante el año pasado.
Sentarse a mirar unas
tablas con la información que dejan los asesinatos en Colombia tiene algo de
macabro. Sumar muertos de ciudades es simplista cuando los crímenes de cada
esquina tienen una lógica y enmascaran poderes diversos. Sin embargo, puede ser
útil para sacar algunas conclusiones sobre el origen y la evolución de esa
violencia que hace rato escribimos con mayúscula. Por ejemplo, hace tiempos
tenemos la idea de Urabá como el teatro de una guerra soterrada y aterradora.
No es para menos, allí han estado todos los grupos ilegales posibles, allí han
mutado nuestros mercenarios de radicales de izquierda a grandes capos de la
derecha. De algún modo el EPL terminó siendo escuela de los Paras y los
Urabeños. Pero los datos del año pasado nos muestran a todos los municipios del
Urabá antioqueño con una tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes menor
que la del departamento de Antioquia, con Necoclí como el más tranquilo y
Chigorodó como el más convulso ¿Será todo obra del poder del Clan Úsuga?
Las tres grandes
capitales, Bogotá, Medellín y Cali, reúnen el 33% de los homicidios que se
presentaron en Colombia el año pasado. Bogotá sigue siendo una ciudad ejemplo a
pesar de la imagen de inseguridad que proyectan los noticieros. Es la capital
con la segunda tasa más baja de homicidios por cada 100.000, solo superada por
Tunja que tiene números cercanos a los de los países escandinavos. El año
pasado en Tunja murieron asesinadas 14 personas. Medellín presentó su tercera mejor
cifra en la última década y ahora tiene una tasa menor que la de Antioquia. La
ciudad que se podría decir fue maestra en las mañas y la saña de la violencia
homicida ahora es superada por muchos de los pueblos de Antioquia. Cali muestra
unos números alarmantes que casi triplican la tasa nacional de homicidios por
cada 100.000 habitantes. Lo peor es que sus grandes vecinas, Tuluá, Palmira,
Cartago y Buga, pasaron la barrera de los 100 homicidios en el 2013 y ponen al
Valle como el departamento con más violencia homicida en Colombia. Un triste
apartado merece Quibdó que es de sobra la capital más violenta del país, una
realidad que ni siquiera se hace visible en medio del recuento cotidiano de sus
tristezas. Todas las ciudades de la Costa Atlántica, excepto Santa Marta,
siguen mostrando que tienen lógicas más tranquilas. Incluso La Guajira donde las
mafias son dueñas tiene cifras de homicidios cercanas a las de Bogotá.
En los primeros seis
meses de este año Medellín y Cali han mostrado una considerable disminución de
sus homicidios. También en la Costa y en Santander los alcaldes han hablado de cifras
que permiten el optimismo. Es muy posible que el 2014 termine con la menor tasa
de homicidios de los últimos 25 años en Colombia. Puede estar comenzando un
ciclo positivo e inestable más allá de La Habana.
Hombre se le escapó la metáfora obvia de Tunja, cifras semejantes a la de países escandinavos y una temperatura similar jeje.
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