martes, 22 de diciembre de 2015

Obituario








Un dedo temible, como salido de un cuento de Poe, servía de asa a la puerta de su cuarto tras una escalera oscura. Era el reino prohibido para los visitantes del domingo en la casa de la abuela, el refugio del tío de letras y misterios, la sala de audición de las “melodías no oídas”. El balcón de su pieza daba contra la calle y servía como garito para los amigos que llegaban a deshoras, para los humos de media noche que alimentaban las hojas de los cascoevacas, el árbol de su infancia. La casa le resultó siempre un universo suficiente para la memoria, la imaginación y la épica familiar. Los portarretratos se convertían en el único ojo en las noches de desvelo, las baldosas eran espejos de otro tiempo, las ventanas servían como atalayas adecuadas para quien siempre eligió la quietud: “Apoyada la barbilla / sobre una vara de bambú / Basho ve el imperio.”
Para mí, que miraba desde afuera, la ventana de su casa fue siempre una invitación. La reja forjada formaba una especie de jeroglífico, de heráldica para un hombre que tenía aires aristocráticos en el sombrero pero gozaba la vida de barrio popular en la tienda de esquina o en la complicidad copisolera con su empleada de confianza. En su casa de Villa Hermosa, la nueva casa que describió con su estilo escueto, “Darle a la memoria / materia sin pasado”, entendí esa ardua carpintería que ocupa a los poetas. Ahora era una luminosa escalera de caracol que llevaba a un salón con vista al rastrojo del solar. Bien podría convertir ese pequeño giro sobre la escalera en un rito de iniciación para un abogado en busca de otros códigos. Jesús Gaviria, poeta profesional, trabajador ocasional y pintor a punta de letras, fue mi traductor al idioma de los versos, el hombre que me mostró el primer diccionario poemas-realidad, realidad-poemas. Ahora leía sus versos a la manera del haiku, “Si estás atento / la cabecita roja de la lagartija / asomará entre las piedras”, y entender, darle un sentido a los ruegos de Antonio Machado: “Detén el paso, belleza esquiva, detén el paso”.
También fue de algún modo un maestro en eso de acostumbrarse a la llegada de la muerte. Detrás de las lecturas en su compañía conocí a varios amigos que me llevaban algunas décadas. Supe entonces que la complicidad no es un asunto generacional y tuve el privilegio de complementar mis recorridos por la ciudad con los rastros de otras rondas. Las historias de cajón de Miguel Escobar y el humor arrevesado José Gabriel Baena, como esos aullidos guturales que sueltan los discos tocados al revés, fueron también herencias de ‘Pacho’, o ‘Chucho’, para usar los nombres verdaderos detrás del Jesús jamás usado. Eran sin duda extraños los gustos y los temores de ese descreído que podía llorar leyendo la novena. La muerte aparece en muchos de sus poemas y fue siempre una presencia en sus pesadillas y sus reflexiones. “La risa y el llanto / que fueron los días / hoy son yerba / por voluntad / de lo efímero. Para la brisa / te fatigas.” Pacho concibió sus poemas, perfectos para esta época de 140 caracteres, como una forma de iluminación, un destello que era necesario anotar de inmediato. Disentía de Pessoa quien alguna vez dijo que “todos los versos se escriben al día siguiente”. Y a pesar de releer sus versos cientos de veces, de repetirlos de memoria entre brindis, de coleccionarlos como tesoros, tenía claro que sus trabajos eran inútiles para el mundo que cruza las calles, busca las filas en los bancos y olvida frente a la luz del programas favorito de televisión: “No hay nada / que el poeta / de hoy pueda hacer.”
El sábado 19 de diciembre, día de su muerte, fui como peregrino a su casa cerrada desde hace algún tiempo. Solo a ver su ventana y recordar las imágenes sobre su puerta. Encontré los hilos de una telaraña entre los muros y la manija de la puerta. Algunas hojas secas los hacían visibles en la oscuridad. Un sello frágil y definitivo. Sé que le habría gustado pintar la escena en sus versos.


2 comentarios:

  1. En El Espectador omitieron el último párrafo...

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  2. No cabía en el impreso, esta, digamos, es la versión extensa. Gracias por la atención.

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