Tal vez todo
tenga que ver con la herencia furiosa del bipartidismo. Con la política que se
hacía en Colombia hace años con dos sencillos ingredientes: el color inspirador
del partido propio y el color hiriente de la divisa del adversario. Tiempos de
la política más vibrante, donde no era necesario pensar sino inscribirse en una
lista, elegir un bando para adquirir temores y defensas suficientes. Fernando
González lo retrataba muy bien hace ochenta años en uno de los números de la
Revista Antioquia: “…Nuestros becerros son familias
liberal y conservadora; no el nacionalismo; no el odio al país vecino sino
el odio a los hermanos; nuestro fin es destruirnos mutuamente, dentro de las
fronteras. A esas dos monstruosidades sin ideal, sin programas, nombres vanos, jóvenes,
ancianos y mujeres sacrifican su honor, sus hogares y sus conciencias”. Y hablaba
de los “oficios de insultar y sembrar odios” desde la prensa. Oficio que ahora
se ejerce más directamente desde las redes sociales.
Van cambiando los
nombres de los antagonismos. Se han desteñido los colores de los partidos
históricos pero se encuentran nuevos enconos para hacer una política más
primaria, lograr unos electores más obedientes y señalar unos políticos más
imprescindibles. Las Farc se han convertido en el mejor argumento para llevar la
política hacia los extremos. Las guerrillas en armas lograron ser el principal
ingrediente de al menos seis elecciones presidenciales en los últimos cuarenta
años. Bien fuera por las promesas de aniquilación o negociación. Un grupo
insignificante políticamente logró ser protagonista por medio de la amenaza
armada. Ahora, luego de su desmovilización, han encontrado un nuevo
protagonismo como centro de discordias irremediables. Las Farc han terminado
por contagiar de extremismo el ánimo de la opinión pública. Para algunos, son un
ingrediente indispensable del debate, un punto de referencia que los hace
visibles y diferentes, al tiempo que les ayuda a situar a sus rivales en los
territorios del peligro. La desmovilización de las Farc ha demostrado que la
guerra política puede ser más larga que la lucha armada.
Un texto
reciente del salvadoreño Joaquín Villalobos deja claros los riesgos de esa
política que alienta el desprecio por el adversario. El Salvador vivió un
momento parecido al que vive Colombia y solo encontró lecciones dolorosas. Un
acuerdo de paz logró que la guerrilla dejara las armas, que cesara la violencia
política y los fraudes electorales, y que presidentes y parlamentarios fueran
electos sin el sobresalto de los golpes militares. Villalobos define lo que
siguió: “La polarización no solo impidió plantearse una política de Estado,
sino que también evitó un encadenamiento positivo de las políticas de seguridad
de seis gobiernos. Estos aplicaron la lógica de deshacer lo que el otro hacía o
de actuar en sentido opuesto, de esa forma la seguridad ha ido de mal a peor y de
peor a desastre. Al final, un problema social terminó convertido en una nueva
guerra.”
El resultado. Las
Maras, que bien podrían ser un equivalente de nuestras bandas criminales, llámense
Bacrim o Farcrim, tomaron buena parte del control en las ciudades y el campo.
La convulsión electoral fue un ingrediente pasivo, ensimismado de la violencia
por venir. El Salvador tuvo más homicidios en sus 25 años de paz que durante
los largos años del conflicto. En medio de la crispación los extremos adquieren
una relevancia que no merecen mientras los criminales juegan al pragmatismo. La
política logrará el control de los electores y el crimen el control de los
territorios.
Bastante inquietante esa cruda pero cierta analogía con el caso del El Salvador. Desalentadora frase esa que dice que el país mencionado tuvo más masacres en los 25 años de paz que en todo el conflicto madre. Total, ojala su análisis se equivoque, pero es importante decir todo lo que usted dice estimado Pascualito. Gracias por esas precisas y sagaces palabras, que lo dejan a uno meditando. ¿que hicimos para merecer este sino lleno de angustias y penas?....un abrazo estimado, buena columna.
ResponderEliminarMuy interesante su columna mi estimado Pasculito Saludos desde Audi pipoll radio en Toronto Canada donde les amplificamos con la luciernaga Saludos todos art. Didier Pipoll
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