Han pasado
largos años desde su primera elección presidencial y todavía hoy, con más canas
y pecados, buena parte de la política de su país se divide entre sus fervientes
enemigos y sus leales seguidores. Los partidos tradicionales pasaron a ser
franquicias que estorban y manchan, mientras las aventuras personales marcan
las elecciones de hoy. Seis meses antes de su primera elección era un personaje
apenas conocido, lejos de los primeros puestos en las encuestas. Era el momento
de caminar y cargar contra las élites políticas. Los corruptos y las camarillas
partidistas fueron su blanco predilecto durante la primera campaña, había
llegado la hora de la honestidad y del trabajo. Y de la guerra. El terrorismo
de la guerrilla dejaba claro al enemigo y las prioridades: mayor protagonismo
de los militares, mayores licencias y mayor presupuesto de guerra. Los
documentos oficiales dejaban muy clara la estrategia: “Se propone un gobierno
CIVIL-MILITAR, en el cual las Fuerzas Armadas conscientes con (sic) su
responsabilidad patriótica asumen el compromiso de dirigir los destinos de la
Patria".
Los golpes a la
guerrillera se celebraron en todo el país y la popularidad del presidente
crecía en la calle y en las encuestas. La opinión entregaba nuevos beneplácitos
y privilegios, las victorias militares se tradujeron en victorias políticas.
Poco a poco los políticos tradicionales, antes vituperados, comenzaron a
sumarse a ese gobierno invencible. Vinieron las reformas constitucionales para
adaptar las instituciones al nuevo mandatario (y a los clamores nacionales).
Vino, por supuesto, un segundo periodo presidencial, recién aprobado por un
parlamento ya obediente y un triunfo apabullante en las urnas. El pequeño y
desconocido candidato de unos años atrás ahora era una suerte de titán
autocrático.
Pero aparecieron
los aguafiestas desde algunos medios de comunicación y desde una arrinconada
oposición. Los abusos militares se hicieron patentes, algunos triunfos
militares devinieron en masacres luego de complejos procesos judiciales y las
familias de las víctimas arreciaron sus alegatos en contra de un Estado que había
asesinado civiles inermes para amedrentar y demostrar el avance de la “legalidad”.
Los organismos de inteligencia comenzaron a seguir a periodistas, opositores y
líderes sociales. El gobierno actuaba cada vez más como un cuartel de
inteligencia que como un consejo ministerial.
Entonces se hizo
necesario un tercer periodo presidencial. Era más un sacrificio personal del
líder carismático que una usurpación. El desafuero tenía a las Cortes
advertidas y algunos legisladores alertas. Se cargó contra las cortes y se
tranzó con los legisladores. Asesores cercanos al presidente fueron condenados
por entregar dádivas públicas a congresistas a cambio de facilitar un tercero y
salvador periodo. Los resplandores iniciales se hicieron turbios y las condenas
llegaron también para miembros del ejército y funcionarios de inteligencia que
demostraron ser la mano negra detrás del gobierno vociferante.
Ahora las
grandes discusiones se centran en cuánta justicia es necesaria para ser llamada
tal para quienes salvaron la patria, independientemente de algunos excesos, del
poder armado y tiránico de las guerrillas. Y por supuesto, en el más grande de
los interrogantes: ¿Quién es el heredero legítimo y confiable de aquel
presidente que todavía parte al país en dos mitades casi iguales?
Cualquier parecido con Colombia, no es coincidencia. Es exactamente lo que repetimos, alos después
ResponderEliminarMás gallo no canta un claro, siempre miramos la paja en el ojo ajeno y no "la viga" en el propio. Si no aprendemos de los horrores de los demás, vamos a estar condenados a sufrir sus mismas desgracias
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