Iván Duque gastó
una buena parte de su oratoria resaltando su juventud coincidente con la
juventud colombiana. Mostrar la cédula como un lema de campaña. Una especie de
llamado a la república de los jóvenes. Al gobierno del futuro, similar al que
llamaba Cesar Gaviria en los 90 y que hoy es pasado remoto y enterrado. Duque
quiere ser renovación aunque cargue y se apoye en una colección de políticos
curtidos en todo sentido, un yunque de conservadurismo religioso e ideológico,
un retrato de grupo que es necesario esconder en el último bolsillo de la
billetera para invocar protección sin mostrar las arrugas amargas y ceñudas. Poco
a poco, con sus canas ciertas o inducidas, confirmó que era un joven demasiado
viejo, un hijo liberal con grandes obligaciones conservadoras, un niño con los
juramentos de quien recién fue “investido” para la primera comunión.
Pero los jóvenes
parece tienen muy bien afilado su detector de “muchachos” contemporáneos de
Marta Lucía y Ordóñez. Basta con hacer una breve búsqueda por los formularios
E14 de algunas mesas para entender un poco cómo se vota, al menos en las ciudades,
dependiendo de la fecha de nacimiento. Miré mesas de puestos de votación
diversos en Medellín y Bogotá. Las últimas mesas tienen a los votantes más jóvenes
e indiferentes y las primeras a los más vividos y cumplidores. Las primeras
mesas tienen casi siempre entre un 30 y un 40% más de participación que las
últimas. Los millennials todavía votan más en Facebook y en Twitter que en el
cubículo. En Medellín, en las mesas de votantes
más jóvenes, Fajardo le ganó a Duque en diferentes estratos. Cuando se pasa del
20 o 25% del total de las mesas en un puesto de votación, pasando de las mesas
más jóvenes a las de mediana edad, Duque comienza a marcar diferencias, a ser mayoría
cuando asoman las canas; y en las primeras mesas, las del votante cansino, las
mesas del 11% de los colombianos que pasan de 60 años, el candidato de Álvaro
Uribe ya cuadruplica al segundo, Sergio Fajardo en este caso.
En Bogotá pasan
cosas parecidas. La ubicación de los barrios marcó el liderato alternado de
Fajardo y Petro en la mitad y algo más de las mesas más jóvenes. En Bogotá el
conservadurismo, el temor al cambio, la religión de lo establecido, parece
llegar un poco más tarde. Duque perdió no solo en el 25% de las mesas más
jóvenes, como en buena parte de los sitios de votación en Medellín, sino en
cerca de la mitad de las mesas más inclinadas a los 18 años. El candidato del
Uribato tiene entonces poco más que la juventud impostada y la experiencia
prestada. Y tiene además la más rancia maquinaria aunque se esconda en la
tarima detrás del telón del Centro Democrático que adorna el perfil de Uribe.
La política más vieja también puede vestirse con chaleco abullonado y manillas
en las muñecas.
La demostración
de que un creciente interés de los más jóvenes y una mayor votación hace que
llegue la derrota de lo más arisco a una visión liberal, a los valores sin
discriminación de la Constitución del 91, está en el resultado en las cinco capitales
de departamento en las que más se votó en Colombia, donde la participación pasó
del 63%. En Bogotá, Medellín, Manizales, Bucaramanga y Tunja, Sergio Fajardo
obtuvo el 37.2% de los votos contra el 33.8% de Duque. Sólo el interés de los
más jóvenes puede salvarnos de la visión polvorienta y embalsamada de quienes
acompañan y mueven los hilos la vejez prematura de Iván Duque.