En
Medellín la política se ha convertido en sencilla mnemotecnia. Un juego infantil
donde el ciudadano marca nombres de oídas y caras ojeadas en un tablero llamado
tarjetón. Estamos en el más primario de los escalones electorales, en la simple
asociación por reflejo de la memoria, mucho antes de las ideas, los proyectos,
los perfiles ideológicos y los recorridos en las funciones públicas. El
candidato que encabeza las encuestas tienen dos grandes ventajas competitivas:
su nombre y su apellido que resultan familiares por haber fatigado los espacios
políticos y judiciales en el departamento. El susodicho nunca había hecho una
campaña política en nombre propio. Por eso en una encuesta de Yanhhas a un poco
más de un mes de las elecciones, solo una tercera parte de quienes respondieron
dijo conocerlo. De modo que el alcalde de la ciudad podría ser un imperfecto
desconocido para la gran mayoría de sus habitantes.
Del
segundo en las encuestas digamos que ha hecho casi toda su carrera pública en
Bogotá. Caminando por diversas sedes políticas, marcando directorios y tocando puertas
adornadas con todo tipo de logos partidistas. Luego de recorrer tres partidos y
coquetear con dos más ha decidido ser independiente. Medellín es la ciudad de
sus nostalgias juveniles, donde ha acumulado dos aventuras electorales. La
primera hace 12 años cuando falló en su intento de ser concejal por el partido
Conservador. En ese tiempo pintaba de azul el marrano que le servía de alcancía
en su campaña. Luego lo pintaría de verde y de rojo. Un marrano variopinto. La
segunda fue hace 8 años al apoyar la candidatura de su hermano, ahora vestido
de verde, para el concejo de Medellín. Así logró un paso fugaz y por interpuesta
persona en los corrillos de La Alpujarra. Según la encuesta citada 1 de cada 4
ciudadanos dice conocerlo. A los demás candidatos no los conoce el 80% de los
encuestados.
Medellín
no tiene siquiera alguien de la farándula, el deporte, los medios o el sector
privado en la brega por la alcaldía. La segunda ciudad del país muestra un
desalentador desdén por lo público, un doloroso retrato de la anemia política y
la apatía electoral. Mucho oficinista y poco candidato. A un mes de elecciones el
no sabe/no responde y el voto en blanco suman el 40% en las diferentes
encuestas. Hace 4 años el 57% de los habitantes con cédula no encontró incentivos
suficientes para marcar a alguien en el tarjetón, el 51% no llegó a alguna de
las 4000 mesas de votación y el 6% votó en blanco. Este año con un listado de
candidatos más amplio y menos sonados será mucho más fácil comprar votos, el
precio será mucho menor. Al fin de cuentas, si no conozco a nadie al menos le saco
un peso al deber ciudadano… y al deber en la tienda, en la factura, en el gota
a gota. Un estudio de Transparencia por Colombia realizado hace dos meses dice que
el 40% de los más de 1000 encuestados manifestó haber recibido ofertas de
sobornos o favores especiales por su voto en los últimos 5 años. La falta de un
liderazgo cierto, basado en hechos e ideas, solo lleva a marchitar el espacio
que ha ganado el voto de opinión en las capitales.
Es muy
diciente que en Medellín, donde las figuras de Uribe, Fajardo y Federico
Gutiérrez tienen alto reconocimiento político, sus señalados sean secretos tan
bien guardados. Esos liderazgos enfocados en lo personal han logrado que la
ciudad viva una política que solo responde a la intermitencia electoral, lejos
del debate y el escrutinio público. El dedazo comienza a ser una estrategia gastada
y perdida. Es hora de señalar menos y proponer más.
Buen resumen.
ResponderEliminarAtisbo palabras escogidas para repetir los diagnósticos antiguos: el sector público parece un refugio contra el desempleo y los más avispados anidan en los presupuestos. De dónde vendrán las propuestas para redistribuir la capacidad para orientar los destinos ciudadanos?
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