Hace
cerca de un año y medio la Corte Constitucional dejó claro que las objeciones a
la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) no habían logrado mayoría en el
Congreso. El presidente Duque firmó entonces, con un puchero, la ley
estatutaria que reglamentó la justicia transicional. Muy pronto esas
objeciones, que eran un punto de honor, se convirtieron en un asunto menor, una
anécdota en medio de los retos y las dificultades por venir. Pero la JEP ha
regresado como estrategia del gobierno y del Centro Democrático. Hace una
semana el expresidente Uribe habló de la necesidad de un referendo para
derogarla, y un día después la senadora Milla Romero, reemplazo de Uribe en el
senado, radicó un proyecto de reforma constitucional con ese mismo objetivo. La
intención trae sus paradojas. En su referendo fracasado de 2003 una de las
reformas propuestas por Uribe tenía un parágrafo para recordar: “La renuncia
voluntaria no producirá como efecto el ingreso a la corporación de quien
debería suplirlo.” La intención era luchas contra la corrupción y la
politiquería.
Pero
ese paso de la resignación al ataque con el papel de la JEP solo indica que el
gobierno, a poco menos de dos años de terminar su mandato, es ahora un simple
ejecutor de la estrategia electoral para 2022. La falta de norte y liderazgo
hacen que el gobierno sea hoy un comité de campaña, sus decisiones tienen que
ver más con el cálculo electoral que con los posibles logros y políticas
públicas.
El
partido del presidente solo tiene un blanco posible, no logra encontrar un
mejor enemigo que el acuerdo contra el que luchó durante más de cuatro años
desde la oposición. Es claro que para el CD no vale la pena intentar un nuevo
alegato, proponer un tema urgente, renovar la pugna política o señalar los resultados
del gobierno en ejercicio. Cuando se tiene un libreto aprendido, un público que
lo celebra y su mejor actor es incapaz de seguir otro guion, no hay mejor
alternativa que apelar al conocido grito de batalla, a la mnemotecnia colectiva.
De modo que el gobierno y el CD recuerdan hoy a los canales de televisión que
repiten las novelas exitosas del pasado.
Lo
más sorprendente es que parece que el gobierno celebra algunas de sus derrotas
para encontrar pretextos e invocar su viejo pregón. La imposibilidad de la
fumigación con Glifosato, la necesidad de limitar el derecho al libre desarrollo
de la personalidad de quienes porten o consuman drogas, la urgencia de reformar
las cortes y la ilusión rota de un cambio en Venezuela son las grandes
frustraciones y las eternas herramientas de Uribe, su partido y su gobierno en
cuerpo ajeno. La aparición de Márquez y Santrich es otra de las bendiciones
para el gobierno, los peligrosos “atentados” en forma de cartas públicas
entregan la posibilidad de alzar la voz y exhibir el camuflado, el consejero
presidencial para la seguridad, Rafael Guarín, lo tienen muy claro: “La segunda
marquetalia no es nada distinto que el narcotráfico y los crímenes atroces de
la primera. Es la continuidad de la misma estrategia de terrorismo y
narcotráfico. Nada nuevo. Vino viejo en odres nuevos.” La sigla mágica vuelva a
aparecer en boca del gobierno: “En realidad nunca se desmovilizaron las Farc”.
El
discurso del Centro Democrático ha dejado de hablar de seguridad, incluso el
expresidente Uribe no mencionó la palabra en su reciente proclama electoral
luego de la libertad decretada por la juez de garantías: los asesinatos de
líderes sociales, el crecimiento de las masacres y el aumento de la producción
de coca en el último año han hecho que desaparezca la palabra que antes era un
mantra del Uribismo. Pero es necesario reemplazarla por un término que esconda
las debilidades del ejecutivo y magnifique las amenazas. Luego de las protestas
en Bogotá sacó de la manga la palabra “terrorismo”, un comodín que sirvió
durante más de una década. De un momento a otro el ELN se convirtió en
organizador de un estallido espontáneo por la violencia policial y el
comisionado de paz, Miguel Ceballos, habló de “terrorismo urbano” y de un
“nuevo teatro de guerra”.
Mientras
tanto el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla en La Florida de los
peligros del Castro-Chavismo y señala el rumbo colombiano como ejemplo. El
gobierno Duque celebra la exportación de su discurso añejo, ahora sus
congresistas asesoran la campaña republicana y ‘Pacho’ Santos tira línea en
Washington. En Estados Unidos también pueden llegar tarde Mucho ha cambiado en
Colombia desde 2002, pero el discurso se resiste y la política muestra que
puede ser inmune a la realidad.
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