miércoles, 29 de junio de 2022

Histeria electoral

 





 

Antioquia se convirtió en una especie de anomalía electoral en el mapa de Colombia. No es extraño si se mira la política en los últimos veinte años y ciertas manías grandilocuentes que hablan de razas y otras taras. Lo verdaderamente extraño es que algunos (no pocos) encuentren gran motivo de orgullo en una simple inclinación política, y que identifiquen el gusto de las mayorías en sus mesas de votación con la señal de ser un pueblo elegido, una “nación”. El temor frente a una opción política es visto como una especie de revelación y los prejuicios como principios a defender. Nuestra política local, la más pequeña, la que se comenta en las casas y los grupos de WhatsApp, puede parecerse a los ataques de histeria que se inducen en algunos cultos menores.

. Hace unos días le tomé una foto a un aviso en el vidrió trasero de un taxi en la ciudad de Medellín con este mensaje: “No dejemos quitarnos nuestra libertad, nuestro país, nuestras vidas del Comunismo, la peste que invade a Latinoamérica... Vota bien”. Ese letrero excitado define el sentimiento de miles de ciudadanos en el departamento. Y ahora, después de las elecciones, han salido algunos a recordar la idea de una Antioquia federal, repitiendo las palabras de los godos de mediados del siglo XIX cuando el Estado Federal de Antioquia era un “oasis de libertad, o el asilo que tienen los principios buenos en esta orgía de anarquismo”.

Una parte de los empresarios y los políticos, quienes se autodenominan como la clase dirigente en Medellín, está cada vez más desconectada nacional, generacionalmente y socialmente. La mayoría de los jóvenes votaron por Gustavo Petro y en muchos de los barrios populares esa candidatura tuvo más del 40% de los votos. Pero esa “clase dirigente” cree que meterse en una burbuja, o en una urna para que quede más claro, es una medida sana, purificadora. Por eso algunos intentaron adoctrinar a sus trabajadores, otros miran con recelo, casi con temor, a quienes marcan distinto el tarjetón y algunos más amenazaron con represalias económicas y sociales a quienes osaron apoyar públicamente al candidato de sus terrores. Y todo recuerda a Fernando González y sus diatribas a esa “Medellín dominada por inhóspites vendedores de rollos de tela…”

Varias razones han empujado a esa histeria electoral. La primera es la llegada de Daniel Quintero a la alcaldía. Quintero ha disfrazado el latrocinio de progresismo y sin duda multiplicó los temores sobre Petro. Aquí ya no se trata de ideología sino de la muestra patente de un gobierno experto en mentiras y tropeles. Se impuso entonces la lógica de que Petro podía ser tan funesto como su pretendido aprendiz. La segunda es el desembarco de los Gilinski en las empresas más representativas de la ciudad. Ahí se materializó otra amenaza contra otra burbuja, un arca para que quede más claro, que se veía absolutamente blindada. De modo que la llegada de Petro a la presidencia fue el golpe definitivo para ese nerviosismo que se venía alentando.

Antioquia, que se dice pujante y elegida, deberá entonces despertar de su letargo, de su sueño de modales modosos y sectarismo, y actualizar un poco sus miras, dejar de pensar en sus poderes intocables y sus purismos y ponerse a pensar un rato, a mirar con más atención, a escuchar más allá de sus acentos y sus pactos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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