Gustavo
Petro está marcado por cuatro décadas de historia de Colombia. Ha movido en
todas las aguas, en las turbias, en las agitadas, con la corriente en contra y con
los impulsos de un nuevo caudal. Si la política entregara triunfos por experiencia,
por recorrer un camino en instituciones, logros, tragedias, por ser
protagonista de las noticias cruentas y las reseñas democráticas, Petro habría
sido el presidente por aclamación, su hoja de vida sería insuperable en
cualquier terna elegida o recomendada.
El
nuevo presidente de Colombia estuvo en los días del entusiasmo de esa guerrilla
urbana, algo folklórica, que decía que la revolución era una fiesta, y
pretendía empujar un cambio a punta de propaganda y plomo. Todo terminó con el
“holocausto” del palacio de Justicia, un crimen inolvidable para el país. No hubo fiesta, el título de un libro de
Alonso Salazar, describe bien en qué terminó la aventura del M-19 y otros. Y en
los tiempos del miedo al Estatuto de Seguridad. La guerra de los carteles
arreciaba y lo del Eme quedó muy pronto bajo en encanto del perdón. Las bombas
y los magnicidios hicieron que la guerrilla tuviera una oportunidad pronta y
generosa. De modo que Petro estuvo en los procesos de negociación de finales de
los ochenta que marcaron un camino para los que vendrían, uno tras otros, en
distintos gobiernos y con distintos grupos armados.
Y fue
parte, en un papel de reparto, en el proceso constituyente de 1991 que nació de
un movimiento estudiantil y puso a Colombia en el siglo XX. El domingo, en el
discurso de celebración, dijo que se necesitaba una constitución viva, eso debe
implicar su respeto, su confianza por las herramientas y los límites que la
conforman. Y luego de los noventa, de la tormenta de Samper y las aguas pandas de
Pastrana, del fracaso de su intento con las Farc, Petro fue uno de los grandes
protagonistas durante los ocho años de Uribe en el poder. En sus primeros días
como representante a la Cámara denunció la infiltración paramilitar, luego la
sufrió un exilio de unos mese y durante ocho años se encargó de señalar y
develar el terrible poder paraco y sus relaciones asesinas, su simbiosis en
algunas regiones, con el poder político y económico.
Y su
triunfo es también un efecto de los acuerdos con las Farc. La izquierda armada,
su largo fracaso de sangre en Colombia, convirtió al país en una anomalía
política en América Latina. El primer presidente de izquierda elegido en
Colombia (algunos historiadores hablan de López Pumarejo) mucho que agradecer a
ese acuerdo, a una desmovilización casi treinta años después de la suya. El
triunfo de Petro también se gestó en La Habana.
También
el Paro Nacional, el estallido juvenil que Petro entendió mejor que ningún
político, y que hizo de su figura reconcentrada, del candidato de las eternas
grandilocuencias, un hombre inspirador para muchos jóvenes, una figura para los
afiches y la pintura de los indignados. Petro encarnó, por oportunidad e historia,
la gran figura frente a la caída del Uribismo.
Petro fue
relevante en las más recientes encrucijadas del país, su triunfo riene de todo
menos de casualidad. Los los riesgos que implica su temperamento y sus
decisiones erráticas muchas veces, su voluntarismo desordenado, son otra cosa.
Pero el presidente que se posesiona el 7 de agosto ha jugado en todos los
tableros y ha sido una ficha marcada por todos los tiempos. Tiene cuatro años.
Colombia se ha salvado de un populista al estilo de Marcos o Trump.
ResponderEliminarTodavía no está fuera del agua. Y uno se ahoga en cinco centīmetros.
La campaña de desinformación que empezó durante el proceso de elección no ha terminado. Sólo va volverse peor.
XOXO