El
11 de diciembre de 2006, el presidente de México, Felipe Calderón, declaró la
guerra frontal contra el narcotráfico. El ejército fue enviado a las calles y
el gobierno prometió proteger a los ciudadanos de la violencia criminal. Durante
los primeros cuatro años de Calderón en el poder fueron detenidas más de
120.000 personas vinculadas con los diferentes carteles. Al frente de la
estrategia contra la mafia estaba Genaro García Luna, quien fue el Secretario
de Seguridad Pública durante el sexenio presidencial y era conocido como el
“súper policía”. García Luna creó la Policía Federal y sus cifras le permitían,
cada tanto, a Calderón decir que la guerra se estaba ganando. Pero la guerra se
perdió en todos los frentes. Durante los seis años de gobierno fueron
asesinadas más de 115.000 personas en crímenes relacionados con el narco. Uno
de los principales cuerpos antimafia, el “incorruptible” Grupo Aeromóvil de
Fuerzas Especiales (Gafes), se convirtió en un centro de entrenamiento para los
‘Zetas’, el principal grupo sicarial de los carteles. La lucha entre capos
llegó a las más horrorosa ostentación de violencia y los temores ciudadanos se
multiplicaron. Por último, Genaro García Luna fue detenido en Estados Unidos en
2019 acusado de recibir sobornos del Cartel de Sinaloa y colaborar con sus
tareas.
El
nueve de enero del próximo año comenzará el juicio contra García Luna ante una
corte de distrito este de Nueva York. Se dice que recibió millones de dólares
de la mano de Ismael ‘El Mayo’ Zambada y Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán. La revista Forbes incluyó hace unos años a García
Luna en la lista de los diez hombres más corruptos de México. Un honor que
cuesta. Hasta hace unos días, la colaboración del exsecretario de Seguridad
Pública al cartel de Sinaloa no era del todo clara a pesar de las 14.000
páginas de material probatorio que comenzarán a revelarse en 2023.
Esta
semana la revista Proceso entregó un
adelanto de la manera de trabajar del “súper policía”. La entrevista a un
hombre de unos cuarenta años, único sobreviviente de un grupo llamado Unidad
Especializada contra el Crimen Organizado, deja claro el papel del gobierno
como aliado de uno de los carteles emergentes. La guerra contra el narco, como
se le llamó en México, era en realidad la guerra contra un narco en particular,
contra el cartel de los Arellano Félix. Lo novedoso de la historia es que
demuestra que los narcos no solo pactan y buscan colaboración de poderes
estatales y policías locales, como se ha dicho tantas veces en México, sino que
lograron poner sus fichas en la dirección de la guerra en su contra.
Ese
grupo policial encubierto, conformado por al menos treinta policías que
actuaban de civil, trabajaba en silencio, torturando y asesinando narcos, para
lograr una tarea específica: atacar y diezmar al grupo de los Arellano Félix en
Tijuana para que el Cartel de Sinaloa se apoderara de la región. Una casa en
Sinaloa les servía como cuartel de torturas, allí “interrogaron” a más de cien
miembros de los Arellano Félix. Según su testimonio, dado desde Las Vegas,
Nevada, los miembros de la agrupación policial eran amonestados y sancionados
cuando capturaban a hombres de ‘El Chapo” o ‘El Mayo’. Los hombres recibían
órdenes del Secretario de Seguridad Pública.
Está
claro, y Colombia también es ejemplo evidente, de cómo el Estado es incapaz de
convertir a los narcos o someter a los carteles, y cómo en cambio, los grandes
capos logran que el Estado les sirva como aliado en sus disputas internas. Los
gobiernos pretenden ser jueces implacables, y se convierten en simples calanchines.