miércoles, 12 de noviembre de 2014

República del repudio






Para los indígenas del Cauca ha sido imposible apartarse de la guerra. Su resistencia a las armas ha terminado por involucrarlos cada vez más en un conflicto al que ya no pueden llamar ajeno. Los bandos enfrentados entienden el simple desdén como una afrenta, el silencio como señal para la sospecha, la indiferencia como triste cobardía. El pueblo Nasa intenta ver en el ejército y la guerrilla a los representantes de otro mundo ideológico, incluso de otra realidad geográfica, invasores todos en un territorio sagrado. Pero sus jóvenes entran y salen de los bandos y los negocios que acompañan a las armas, la ideología mueve sus contiendas políticas y enfrenta a sus candidatos. Desafortunadamente el mundo de todos los días es permeable a la guerra. La foto de los reos tomados por su propia guardia les demuestra que son víctimas y victimarios, que los invasores pueden ser ellos mismos. El sombrero de los hombres de la guardia contra las gorras de los jóvenes guerrilleros.
En el examen de los Nasa al conflicto no hay una pregunta por la legitimidad y las acciones de los hombres en armas. En la República del repudio la guerrilla y el ejército tienen el pecado original de la ocupación de un territorio sagrado y ajeno a sus disputas. Nadie podría reprocharles su fatiga de los victimarios, su negativa a llevarles una especie de contabilidad a los verdugos. Pero tal vez desde afuera sea posible hacer un paralelo entre las actuaciones de quienes se disputan los cerros y los cultivos entre tiros de fusil y estruendo de ‘tatucos’.
Hace dos años largos, la misma opinión que hoy convierte a la guardia indígena y a su justicia de bastón y sin cojeras en un ejemplo digno de imitar, gritaba contra “esos indios” que habían sacado a las malas al ejército del cerro Berlín en el mismo Toribío. Las lágrimas del sargento Rodrigo García cuando más de seiscientos indígenas lo arriaron cerro abajo junto a sus soldados, fueron la gota para la indignación del momento. El mismo Feliciano Valencia, líder de la guardia en julio de 2012, reconoció que se habían equivocado. En esa ocasión el ejército ganó la partida por resignación, por humildad, por sentido común. Era imposible enfrentar a los bastones con fusiles. Hace unos meses en un retén militar en Guachené resultó muerto John Mina Guazá quien viajaba en una moto con un amigo. Los militares intentaron esconder los hechos y desaparecer algunas pruebas. El caso pasó a la justicia ordinaria y hoy 33 soldados están detenidos por lo que al parecer fue algo más que un error militar. Luego del intento de los hombres de esa primera fuerza por cubrir lo que pudo ser un homicidio el Estado ha llevado las cosas al curso legal. La única manera de demostrar que tiene un amparo para actuar en ese territorio.
Desde afuera del territorio sagrado, con la mirada profana del citadino, prefiero el respaldo de la Fiscalía que juzga a 33 militares a los comunicados de La Habana que repudian lo propio como si fuera ajeno, y prefiero el llanto del sargento García a los disparos de Alias Fercho, condenado por matar a los dos guardias indígenas. En ocasiones el bastón debería ser también una vara para medir.


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