miércoles, 1 de abril de 2020

Propagar la palabra






El cielo y el infierno pueden compartir desgracias similares. Sus recelos y sus contactos son múltiples y duraderos. Corea del Sur es el escenario más reciente de esos contagios a pesar de las distancias entre las llamas y el agua bendita. Un profeta de 88 años es el protagonista de este portento. El anciano visionario se llama Lee Man-hee y tiene un especial poder de comprensión. Es el único en el mundo que puede descifrar las metáforas más intrincadas de la biblia. Uno más de los tantos cristos que viven y se reproducen en Corea. Hace poco Lee Man-He se arrodilló ante los periodistas para pedir perdón por haber esparcido algo más que la palabra iluminadora de Cristo. Desde su iglesia Shincheonji en la ciudad de Daegu el Covid19 hizo una gran peregrinación. Pasadas tres semanas desde la aparición del primer caso el 40% de los contagiados tenían relación con la iglesia que es tratada de secta en Corea. Y entonces comenzó una pequeña inquisición para supervisar la temperatura más que la herejía. Un termómetro en vez de un crucifijo. Más de un millón de coreanos firmaron una petición para exigir al gobierno la disolución de la secta apestosa. Y los fieles comenzaron a esconderse, y negaron tres veces a Lee Man-He. El gobierno allanó las “oficinas de la congregación” y subrayó los listados de los súbditos. Los “directivos” escondieron algunas carpetas contagiadas y ahora Lee Man-He y 12 de sus colaboradores, la justicia también puede ser metafórica, enfrentan cargos por homicidio y delitos contra la salud pública.
Pero aún no se han tocado el cielo y el infierno. La bondad y compasión de los súbditos de Lee Man-He llegó hasta un hospital siquiátrico en Daegu. Cuidar a los pacientes con problemas mentales era parte de su voluntariado. Y aquí pasamos de la iglesia como paraíso íntimo en la tierra al manicomio como infierno con candado en este valle de lágrimas. Casi todos los pacientes del pabellón siquiátrico del hospital Daenam terminaron contagiados, 103 de los 105 dieron positivo en las pruebas de Coronavirus. Les había llevado algo de consuelo y peste. Tal vez tenían razón los habitantes de algunas ciudades europeas durante algunas de las tantas pestes en siglo XIX: “Y cuando la gente se dio cuenta y creció la creencia de que el cielo no quería o no podía ayudarles, no solo bajaron los brazos diciendo ‘Dejemos llegar lo que tenga que llegar’. Más aún, pareció como si el pecado hubiera brotado de un malestar secreto y clandestino hasta convertirse en una horrorosa, rabiosa plaga, que, mano a mano con el contagio físico, trataba de matar el alma mientras la otra destrozaba el cuerpo…” La historia la cuenta Jens Peter Jacobsen en una novela llamada La peste en Bergamo. Como coincidencia es necesario decir que muchos de los 40.000 habitantes de Bergamo que hace un mes fueron a ver al Atalanta, su equipo, enfrentar al Valencia español en San Siro, en una ceremonia de la Champions League, volvieron con una goleada a favor y un inesperado compañero. Otra vez el cielo y el infierno. Y otra vez el Norte de Italia.
Mirando los estadios vacíos y las iglesias cerradas los domingos, cuando la gente busca los mercados como únicos sitios de diversión y salvación, se recuerda La Muerte de las catedrales, un texto corto de Proust en el que las iglesias son teatros donde se intenta reconstruir, como si fueran óperas, los antiguos ritos olvidados. Algo parecido a la reciente bendición del Papa Francisco en el escenario grandioso de El Vaticano. Mientras tanto, las ceremonias religiosas se han tomado FaceBook y los sacerdotes confiesan en los call center.

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