Los
medios brasileros dicen que el presidente Jair Bolsonaro llora en las noches,
solo, desconsolado en el palacio de Planalto, esa hermosa y oscura caja de
vidrio en Brasilia. Bolsonaro se duele por los apoyos partidistas perdidos y la
incertidumbre creciente sobre su reelección, por la mirada recelosa de los
militares en los últimos días y por la prensa que lo pulla y lo burla cada
mañana. El Covid19 ha dejado más claras sus perversiones y prioridades. La
política se hace pequeña en medio de la pandemia. La audacia es ahora
irresponsabilidad, el arrojo es arrogancia, el voluntarismo es ignorancia. Los
presidentes se encargan de cerrar o abrir las puertas de las casas vía decreto.
Y lo hacen mirando los cálculos incompletos y cambiantes de los epidemiólogos y
los infectólogos. Es el peor momento para las batallas cuerpo a cuerpo, no hay
enemigo, solo pueden dar brazadas contra la nada. Hace quince días Bolsonaro
decía muy tranquilo, luciendo su sonrisa blanca y su cara bronceada: “Por
mi histórico de atleta, en caso de que fuera contaminado por el virus, no
tendría que preocuparme, no sentiría nada, como mucho una gripita o un resfriadito”.
Hoy le corresponde el llanto en las noches y la máquina para correr sin avanzar
en las mañanas.
En el
Reino Unido Boris Johnson apostó por los científicos. El crudo realismo de los
modelos y el inevitable pragmatismo económico. Si es cierto que una muy buena
parte de la población debe infectarse para lograr la “inmunidad del rebaño”,
pues lo mejor sería dejar avanzar el virus y encerrar a los más débiles. “Debo
ser claro con ustedes y con la ciudadanía británica: muchas familias van a
perder a sus seres queridos antes de lo que pensaban” El papá de Johnson,
entonces, no podría cumplir sus deseos de ir al Pub del barrio. Pero los
científicos cambian de una semana a otra frente a este virus más ubicuo que
inocuo. Y señalaron la posibilidad de 260.000 muertes en unos meses a causa del
Covid19 y la congestión hospitalaria. Ahora Johnson está en una Unidad de
Cuidados Intensivos por Coronavirus y la Reina Isabel II habló sin corona
frente a la nación: “Deberíamos sentirnos tranquilos de que, si bien aún nos
queda más por soportar, volverán los mejores días: estaremos con nuestros
amigos nuevamente; estaremos con nuestras familias nuevamente; nos volveremos a
ver.” Las sillas presidenciales se ven tan inútiles por estos días que los
ciudadanos se sienten mejor siendo súbditos.
También
la ideología se hace invisible en medio de la confusión del mundo que mira tras
la ventana. Trump y su desmesura se encargó de retar el virus sin dejar de dar
bofetadas a sus rivales vía Twitter. Su oficio es no tener miedo. Pero Queens,
su distrito en NY, según sus propias palabras, es ahora el foco de la
infección. Y el presidente bajó el tono y agachó la cabeza. Desde el otro lado
del muro, y de las ideas y los intereses nacionales, AMLO hace lo mismo que
Trump, solo que ya no enérgico sino adormecido. Exhibiendo estampitas
religiosas y prometiendo abrazos antibacteriales. Da algo de rabia y algo de
risa verlos desvalidos en una misma esquina. Tanto ha cambiado el poder que en
Ecuador el gerente de un banco público es el encargado de gestionar la entrega
de cadáveres en Guayaquil. Y Nayib Bukele, presidente de El Salvador, populista
hiperactivo que reta al congreso con las armas del ejército, se ha convertido
en el ejemplo de la región para reaccionarios y liberales. Un Duterte más
joven, mejor vestido y menos brutal.
Tal
vez nosotros debamos agradecer la intrascendencia a la que nos había
acostumbrado el gobierno, y vivir una crisis en tono menor en lo político, sin
el estridente llamado al heroísmo ni las audacias del caudillo.
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