miércoles, 8 de abril de 2020

Virus insignificante







Los medios brasileros dicen que el presidente Jair Bolsonaro llora en las noches, solo, desconsolado en el palacio de Planalto, esa hermosa y oscura caja de vidrio en Brasilia. Bolsonaro se duele por los apoyos partidistas perdidos y la incertidumbre creciente sobre su reelección, por la mirada recelosa de los militares en los últimos días y por la prensa que lo pulla y lo burla cada mañana. El Covid19 ha dejado más claras sus perversiones y prioridades. La política se hace pequeña en medio de la pandemia. La audacia es ahora irresponsabilidad, el arrojo es arrogancia, el voluntarismo es ignorancia. Los presidentes se encargan de cerrar o abrir las puertas de las casas vía decreto. Y lo hacen mirando los cálculos incompletos y cambiantes de los epidemiólogos y los infectólogos. Es el peor momento para las batallas cuerpo a cuerpo, no hay enemigo, solo pueden dar brazadas contra la nada. Hace quince días Bolsonaro decía muy tranquilo, luciendo su sonrisa blanca y su cara bronceada: “Por mi histórico de atleta, en caso de que fuera contaminado por el virus, no tendría que preocuparme, no sentiría nada, como mucho una gripita o un resfriadito”. Hoy le corresponde el llanto en las noches y la máquina para correr sin avanzar en las mañanas.
En el Reino Unido Boris Johnson apostó por los científicos. El crudo realismo de los modelos y el inevitable pragmatismo económico. Si es cierto que una muy buena parte de la población debe infectarse para lograr la “inmunidad del rebaño”, pues lo mejor sería dejar avanzar el virus y encerrar a los más débiles. “Debo ser claro con ustedes y con la ciudadanía británica: muchas familias van a perder a sus seres queridos antes de lo que pensaban” El papá de Johnson, entonces, no podría cumplir sus deseos de ir al Pub del barrio. Pero los científicos cambian de una semana a otra frente a este virus más ubicuo que inocuo. Y señalaron la posibilidad de 260.000 muertes en unos meses a causa del Covid19 y la congestión hospitalaria. Ahora Johnson está en una Unidad de Cuidados Intensivos por Coronavirus y la Reina Isabel II habló sin corona frente a la nación: “Deberíamos sentirnos tranquilos de que, si bien aún nos queda más por soportar, volverán los mejores días: estaremos con nuestros amigos nuevamente; estaremos con nuestras familias nuevamente; nos volveremos a ver.” Las sillas presidenciales se ven tan inútiles por estos días que los ciudadanos se sienten mejor siendo súbditos.
También la ideología se hace invisible en medio de la confusión del mundo que mira tras la ventana. Trump y su desmesura se encargó de retar el virus sin dejar de dar bofetadas a sus rivales vía Twitter. Su oficio es no tener miedo. Pero Queens, su distrito en NY, según sus propias palabras, es ahora el foco de la infección. Y el presidente bajó el tono y agachó la cabeza. Desde el otro lado del muro, y de las ideas y los intereses nacionales, AMLO hace lo mismo que Trump, solo que ya no enérgico sino adormecido. Exhibiendo estampitas religiosas y prometiendo abrazos antibacteriales. Da algo de rabia y algo de risa verlos desvalidos en una misma esquina. Tanto ha cambiado el poder que en Ecuador el gerente de un banco público es el encargado de gestionar la entrega de cadáveres en Guayaquil. Y Nayib Bukele, presidente de El Salvador, populista hiperactivo que reta al congreso con las armas del ejército, se ha convertido en el ejemplo de la región para reaccionarios y liberales. Un Duterte más joven, mejor vestido y menos brutal.

Tal vez nosotros debamos agradecer la intrascendencia a la que nos había acostumbrado el gobierno, y vivir una crisis en tono menor en lo político, sin el estridente llamado al heroísmo ni las audacias del caudillo.



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