martes, 25 de diciembre de 2012

Drama místico





Mucho antes de entrar en olor de Santidad la Madre Laura Montoya fue protagonista de un escándalo novelesco en Medellín. El matrimonio, la vocación religiosa, la educación de las niñas de bien y el fanatismo agitaron el pequeño barco de la villa. En el medio de la tempestad de rumores, arengas y cartas estaban los novios en vísperas, Eva Castro y Rafael Pérez, y la Madre Laura Montoya, madrina de la futura boda y maestra preferida de la novia: una joven pálida y delicada de ánimo, voluntariosa y retraída, perfecta para llamar a la muerte en un poema romántico.
Eva Castro desdeñaba los bailes y otros eventos de sociedad, su pretendiente no tenía muchas posibilidades distintas del secreto al oído privilegiado de la preceptora. Incluso el Sí definitivo debía entregarse por interpuesta persona. Luego de un paseo a Robledo donde Rafael “le precisó a Eva sus aspiraciones”, ella dijo que sólo durante la siguiente semana le daría respuesta.  La Madre Laura fue encargada de darle la buena nueva al ansioso joven: “Señorita, si Rafael viene a pedirle una respuesta mía, dígale que sí”, le dijo Eva a su guardiana de fe. No digamos que todo estaba consumado, pero estaba cerca. Se fijó la fecha, se bendijeron las argollas y de pronto, días antes de la ceremonia, la joven anunció el deseo de “retirar su palabra”. Su resolución tenía visos de arrebato místico: “antes de consumar su sacrificio -así llamaba su enlace- creía tener el valor suficiente para ver muertos a todos aquellos a quienes amaba”.
Las primeras acusaciones contra la Madre Laura llegaron de la familia Castro. La maestra abnegada era ahora una fanática que torcía el ánimo de las jóvenes con la unción de saliva venenosa, sermones contra el matrimonio, promesas místicas y otras hierbas de convento. Los murmullos crecieron al paso de la monja y muy pronto eran gritos y burlas de los emboladores. Las familias comenzaron a sacar sus niñas del Colegio de la Inmaculada -que dirigía la Madre Laura- antes de que se quedaran mirando al páramo y despreciaran los halagos de sus pretendientes. Los periódicos de izquierda la pusieron en su hoguera y la Madre procedió según sus saberes: calentó un cuchillo al rojo vivo y se grabo con él una cruz en su pecho. Una defensa íntima contra sus enemigos y una confirmación de las locuras extáticas rondaban su cabeza.
Todo habría quedado en el revuelo pasajero de un pueblo que por pugnas ideológicas y gusto por las habladurías terminaba graduando de bruja a una de sus maestras de confianza. Pero el escritor Alfonso Castro, hermano de Eva, decidió publicar una novela para ventilar su versión de la historia. En 1903 circuló Hija espiritual. Estaba muy claro que la señorita Adela, la desbaratadora de matrimonios, no era otra que la Madre Laura Montoya. En principio sus superiores le pidieron silencio, era cuestión de dominar el orgullo. Pero cuando la espuma y la bilis estaban cerca del atrio de la Catedral la instaron a defenderse. La Madre Laura escribió entonces una larguísima carta abierta al Doctor Alfonso Castro. Tomás Carrasquilla sirvió de escribano, editor y mentor dialéctico. Tanto que la carta figura en sus obras completas aunque al final tenga la firma de la recién santificada.
Las cerca de veinte páginas están llenas de inteligencia y preguntas sobre la educación de las mujeres y el difícil tránsito de las solteras en una sociedad que era a su vez una fábrica de esposas obedientes. En últimas la monja reivindica el derecho a encerrarse sin quebrantar ninguna ley social ni natural “¿No es cierto que representamos nuestro papel de bestias chasqueadas e inútiles con demasiada mansedumbre?” Terminé por darle toda la razón.



martes, 18 de diciembre de 2012

Oncología Vs Ontología




El castigo llegó por manifestar en público mi curiosidad sobre el libro La infancia de Jesús, publicado hace poco por un famoso tuitero residenciado en El Vaticano. Un amigo se tomó en serio mis palabras y me sorprendió con un pulcro ejemplar en blanco y dorado.  El escalofrío inicial se vio apaciguado cuando busqué ansioso el final y vi que esa infancia fue más o menos corta, apenas 132 páginas. Decidí que el libro merecía una columna, una especie de reseña navideña sobre un pesebre erudito.  A burro regalado…
Pero la verdad Ratzinger resultó un autor imposible. Cargado del tedio de los profesores que hace tiempo no hablan fuera de sus clases, circular y redundante en sus argumentos. En las primeras veinte páginas me atiborró de genealogías incomprensibles por lo “simbólicas y profundas”. Los personajes de su libro no son hombres del tiempo de Jesús sino teólogos, palabras y acertijos que recuerdan a los monjes malvados que hizo famosos Umberto Eco. Solo algo me gustó de esas primeras páginas: sus juegos de números que suman letras y encuentran cifras mágicas. Fue nuevo ver a Benedicto XVI como un maestro de supercherías, un jugador de un casino venerable y sofisticado.
Acudí entonces a un libro de un tamaño similar que estaba sellado en la cabecera de mi cama. Serviría como antídoto contra la noche larga que prometía Ratzinger. Ya no se trataría de una infancia sagrada sino de los últimos días de un hombre que se niega a mirar al cielo en medio de su agonía. Un ateo que consumido por un cáncer de esófago nivel 4 (no hay nivel 5) decide contar sus dolores y sus pensamientos luego de ser deportado a “Villa Tumor”. Mortalidad, es el título de la colección de artículos de Christopher Hitchens que terminan con las simples anotaciones del moribundo, bocetos de las páginas que no fueron.
Hitchens reta a la muerte como si fuera uno más de sus contradictores en el debate público. Está orgulloso de poder mirarla a los ojos, de esperarla aunque lo encuentre humillado y maltrecho, asexuado (con los primeros síntomas Tanatos gana la pelea sobre Eros), incapaz de ejercer desde el imperio de su voz, sabiendo que será imposible una nueva pretensión de juventud. “He retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta aburrido”.
Pero Hitchens también es un paciente excitado y por momentos feroz. Creerá en las posibilidades de algunos tratamientos con un respaldo científico y escupirá sobre la esencia granulada de la semilla del durazno, las dietas macrobióticas, la posibilidad de abrir sus chacras y otras curas que requieren la carga de un aparato de fe sobre los hombros. También en ocasiones es melancólico: se duele porque no podrá asistir al matrimonio de sus hijos, ni gozar la recién adquirida posibilidad de eterna primera clase por sus millas acumuladas, ni leer (o por qué no escribir) las “notas necrológicas de villanos como Henry Kissinger o Joseph Ratzinger”.
La enfermedad de un ateo recalcitrante hizo que muchos espíritus religiosos celebraran el castigo sobre el blasfemo mientras otros tantos acudían a la oración, primero por su alma y luego por su cuerpo.  Hitchens no podía responder a las ofensas ni agradecer lo que le parecía inútil. Sólo recordó una contundente frase ajena: “no tengo un cuerpo, soy un cuerpo”. Y para los que apostaban por su posible conversión buscó la sentencia de Voltaire cuando moribundo le dijeron que renunciara al diablo: “no es el momento de hacer enemigos”. Prometo no apartarme nunca más de mi senda como lector. 

martes, 11 de diciembre de 2012

Conejillos de hierba






Hace unas semanas el jefe de policía de Aurora, una ciudad con más de 300.000 habitantes en Colorado, les comunicó a sus agentes que la fiscalía local dejaría de presentar cargos por posesión de marihuana contra los mayores de 21 años. La decisión se extenderá poco a poco por los Estados de Washington y Colorado que en las pasadas elecciones aprobaron, como una práctica legal, el uso recreativo de la hierba. Pero lo que se ganó en las urnas y en las decisiones locales puede perderse frente al gobierno federal que dirige Barak Obama.
El Presidente de Estados Unidos sabe muy bien que está en juego su legitimidad para seguir liderando una cruzada mundial que cada día tiene más importantes detractores. Esos dos referendos exóticos y más o menos insignificantes pueden ser el hilo por donde se comience a descoser la política antidrogas dictada desde el Norte. Luis Videgaray, principal asesor del recién posesionado presidente mexicano, lo dijo sin muchos pelos: “Obviamente no podemos manejar un producto que es ilegal en México, tratando de detener su transferencia a Estados Unidos, cuando en Estados Unidos -al menos en parte de Estados Unidos- ahora tiene un estatus diferente". Y eso que el presidente Peña Nieto es enemigo declarado de la legalización. Felipe Calderón, que acaba de terminar su periodo de lucha a muerte con el narco, dijo con algo de resignación que había un “cambio de paradigma” luego de esas elecciones. Y ya apareció un político de izquierda, Fernando Belaunzarán, con la idea de que el Congreso mexicano regule la marihuana a imagen y semejanza de los más liberales Estados yanquis.
De modo que la gran pregunta es que hará Obama frente a ese humo incomodo que comienza a levantarse. Para la ley federal la marihuana sigue siendo una sustancia tan ilegal como el LSD y la heroína. Sobre el papel Obama podría movilizar las fuerzas federales para hacer cumplir la ley nacional e imponer demandas contra los Estados o sus autoridades. El problema es el costo político que supondría perseguir las decisiones aprobadas por sus electores: la base demócrata más liberal. El Washington Post le recomendó hace unos días abstenerse de bloquear la legalización y considerar a los dos Estados en capilla como conejillos para evaluar cambios futuros. Cada año se detiene en Estados Unidos a 1’600.000 personas por delitos relacionados con drogas y los gobiernos locales piensan cada vez más en los costos de las prisiones y los posibles ingresos de la venta legal.
Hay una antecedente sobre la mesa que da pistas sobre lo que podría hacer el gobierno central. Durante este año en California han sido cerrados 650 de los 1400 dispensarios donde se vendía marihuana legal para usos médicos. Las redadas federales han cerrado dispensarios serios (recetas médicas estrictas y funcionamiento con visos hospitalarios) y dispensarios laxos (recetas expedidas en fiestas nocturnas con ayuda de enfermeras en minifalda.)
A diferencia de lo que sucede en América Latina, donde la opinión a favor de la legalización es todavía minoritaria, en Estados Unidos la última encuesta de Gallup reveló que más de la mitad de los ciudadanos está de acuerdo con la legalización de la marihuana. En 1969 solo el 13% la apoyaba. Mientras aquí los políticos temen a la reacción de la opinión pública respecto a la legalización, en Estados Unidos el presidente parece dispuesto a retar a la mayoría, integrada por su propio partido, por temor a perder las riendas de una guerra que le entrega, sobre todo, un poder de tutela y vasallaje sobre muchos países.


martes, 4 de diciembre de 2012

Vocación revocatoria


                                          








Antanas Mockus llevaba año y medio de haberse posesionado como alcalde de Bogotá cuando sonaron las primeras voces que buscaban su revocatoria. La representante de una asociación de minusválidos que aspiraba a ser edil de la localidad Antonio Nariño y el fiscal de Sintrateléfonos eran los ciudadanos más descontentos de la ciudad en 1996. Detrás de esos dos ilustres desconocidos asomaban tres concejales con hambre y las palabras de siempre: “inepto, caos, desorden administrativo, falta de ejecución”.
Luego fue Peñalosa. En 1999 el problema era el exceso de obras. Había más de 4000 frentes de trabajo en la capital y los cambios en el POT generaban enemigos e inquietudes. De nuevo un desconocido, Luis Eduardo Leyva, manejaba las planillas para recoger firmas y armar manifestaciones. El ruido se hundió antes de las urnas. Lucho Garzón también sufrió el amago de los amargados en la derrota. En este caso el retador era nada más y nada menos que Germán Vargas Lleras. La agenda nacional estaba copada y Vargas Lleras intentaba proponer un debate que lo pusiera a la altura del alcalde de Bogotá. En política el tamaño de los enemigos es proporcional al tamaño de las expectativas y los debates sin urnas de por medio son aburridos ejercicios académicos.
Antes de que llegara la temida firma del Procurador Ordóñez, Samuel Moreno alcanzó a sentir la voz de quienes se pretendían líderes de su legión de electores arrepentidos. Además del grupo con 90.000 seguidores en Facebook estaba la voz dolida de Andrés Pastrana para guiar al rebaño. Pero no se pudo ni contra Samuel y su 80% de desaprobación.
Ahora, para repetir la pantomima de cada 4 años, Miguel Gómez propone la revocatoria de Gustavo Petro. El repetido juego de los oportunistas es una señal inequívoca de que la balanza de la sospecha debe inclinarse hacia el lado de los revocadores. Porque los políticos derrotados pueden ser más peligrosos que los elegidos. Proponer una especie de revancha electoral cuando el alcalde no ha cumplido siquiera un año en su cargo no es más que una fantochada. En Colombia se han intentado cerca de 50 revocatorias y ninguna ha logrado mover a alcaldes o gobernadores de su silla. Miguel Gómez sabe muy bien que perdería por goleada contra Petro en una campaña de revocatoria. No le interesa el rumbo de la ciudad sino el tamaño de su sombra en el teatro de la política. No puede resistir que Gina Parody sea la contrincante oficial de Petro mientras él es apenas un peón del uribismo. Necesita la tarima inútil de la revocatoria para crecer un poco.
Lo peor del caso es que el alcalde de Bogotá apoya la idea de su contradictor. A Petro le gusta mucho más la política desde la tarima que desde el escritorio y sabe más de discursos vocingleros que de soluciones. El reto de Gómez lo ayudará a defenderse lejos de los problemas y cerca de la retórica. En este caso la idea para hundirlo resulta una especie de salvavidas: “Quiero que se dé (la posibilidad de revocatoria) porque nos pone de nuevo en campaña. Nosotros necesitamos estar otra vez en la calle, gobernar en la calle, conquistar espacios que por la enfermedad he dejado.”
Colombia ha sabido huir, por apatía, por cansancio, por simple desconfianza, a una avalancha de revocatorias como la que sufre Perú: en el último año se votaron en cerca de 300 que en su mayoría solo sirven a los políticos. Las discusiones democráticas más importantes se dan en foros distintos a las mesas electorales y tienen resultados opuestos a un candidato levantando sus brazos. Bogotá deberá elegir las peleas valiosas y los escenarios adecuados.

 

martes, 27 de noviembre de 2012

Pacto salvador





Mauricio Funes, presidente de El Salvador, comenzó su mandato anunciando una guerra frontal contra las Maras, pandillas que han derivado en tribus delincuenciales unidas por pactos de sangre. En febrero de este año los anuncios públicos y los nombramientos de dos militares retirados en el ministerio de justicia y la dirección de la policía, anticipan una guerra frontal.  El proyecto que convertía en delito el simple hecho de pertenecer a las Maras esperaba la aprobación del Congreso. Todo era crujir de dientes en un país con uno de los índices de homicidios más altos del mundo.
Un mes más tarde los jefes de la Mara Barrio 18 estaban atentos a la homilía del capellán del ejército en Cojutepeque, un antiguo cuartel adecuado como cárcel, y la prensa reseñaba los ánimos conciliadores de esas castas bárbaras que han marcado a Centro América: “Somos conscientes que hemos ocasionado un profundo daño social, pero por el bien del país, de nuestras familias y de nosotros mismos, pedimos que se nos permita contribuir en la pacificación de El Salvador, que no sólo es de ustedes, sino nuestro también", decía un aparte de la carta de tres páginas firmada por los jefes de las Maras Salvatrucha y Barrio 18, antiguos enemigos a muerte.
El gobierno negó desde el comienzo cualquier tipo de negociación. Dejó los acercamientos entre los bandos en manos de un obispo y un ex guerrillero, trasladó a 30 cabecillas a cárceles más flexibles y se sentó a esperar con un ábaco en la mesa del presidente para contar los muertos. La semana que siguió al 8 de marzo, día en que supuestamente se selló la tregua, los homicidios cayeron un 53% en todo el país. Hasta el 21 de noviembre El Salvador ha tenido 1528 homicidios menos que en el mismo periodo de 2011, una reducción cercana al 40%. Cuando un reportero le preguntó a uno de los jóvenes de las “familias en armas” por la tranquilidad ambiente, la respuesta llegó acompañada de una sonrisa: “Estamos de vacaciones”. La orden de “calmarse” llegó desde las celdas hasta los “palabreros”, jefes de cada una de las gavillas, y el miedo es suficiente para que se cumpla sin chistar.
En varios países de América Latina se ha vuelto común que los logros en seguridad se consigan más desde las cárceles que desde los ministerios. El gobierno de Funes ha quedado en medio de una encrucijada que no sabe si celebrar o deplorar: sigue asegurando que no hay pactos ni negociaciones con los delincuentes y al mismo tiempo exhibiendo el milagro pacificador. La violencia entre las Maras ha disminuido pero las extorsiones y los atracos siguen su curso. Según dicen el pacto se limitó a una reducción del 30% en los homicidios. Ahora los dos mediadores civiles valen más que los ministros que actúan como simples evaluadores. Un gabinete de analistas.
Las propuestas de las Maras y los conciliadores siguen llegando pero el pudor del gobierno no permite avances. La lección de Felipe Calderón en México, quien rechazó siempre cualquier posible contacto con los narcos sigue pesando sobre el gobierno de Funes. La paradoja es que El Salvador vive un tiempo de tranquilidad de la mano de dos civiles con acceso a las prisiones y ocho grandes jefes mareros aburridos luego de diez años de aislamiento. Hasta ahora la movida del gobierno ha sido simple: hacerse a un lado.  En México y en Brasil comienzan a mirar de reojo el experimento. Para Colombia nada es nuevo, aquí se ha negociado hasta con el diablo. La pregunta de siempre: ¿a cambio de qué?

martes, 20 de noviembre de 2012

Serrana




 

Una pequeña isla de “arena muerta” en el Caribe, enemiga de barcos de todas las banderas, es la protagonista de una de las crónicas de indias más asombrosa entre la colección de inventos y prodigios que dejó el género. Desde 1545 está marcada en los mapamundis como un grano de arena blanca en un mar cubierto de pólvora, tesoros y emboscadas. Un hombre hizo que ese ripio marino interesara por igual a los geógrafos y a los escritores. Se llamó Serrana en honor a su ilustre náufrago y su hazaña de supervivencia durante ocho años con sus días y sus noches, acompañado apenas de un cuchillo al cinto.

El Inca Garcilaso no resistió la tentación de contar la historia de Pedro Serrano. No importó que estuviera hablando de las tierras del Perú, abrió un paréntesis y dejó correr el cuento que oyó de boca de uno que dijo haber conocido al mismísimo protagonista: “A Pedro Serrano le cupo en suerte perderse en ellos (aquellos bajíos) y llegar nadando a la isla, donde se halló desconsoladísimo, porque no halló en ella agua ni leña ni aun yerba que poder pacer, ni otra cosa alguna con que entretener la vida mientras pasase algún navío que de allí lo sacase…” Solo un día de llanto se concedió Serrano luego del naufragio causado por la impericia y el abandono de la nave de un piloto que llamaban Portogalete. Un nombre como un mal presentimiento para cubrir la ruta entre Santo Domingo y la Isla Margarita con el encargo de llevar “tiros y pólvora”.

Al día siguiente Serrano ya estaba matando tortugas con su puñal. La sangre le servía para calmar la sed y los caparazones para recubrir agujeros donde esperaba recoger agua lluvia. Días más tarde estaba buceando piedras con el fin de encender fuego con la ayuda del puñal y poder cocinar “los camarones y otras sabandijas”: “Y para que los aguaceros no se lo apagasen, hizo una choza de las mayores conchas que tenía de las tortugas que había muerto, y con grandísima vigilancia cebaba el fuego por que no se le fuese de las manos.”

No es extraño entonces que se haya dicho que Daniel Defoe sacó buena parte de su Robinson Crusoe del ingenio y las desgracias de Serrano. Y que el mismo Cervantes, impresionado luego de leer a Garcilaso, hizo naufragar a Antonio en Persiles y Segismunda. Entre nosotros, Manuel Uribe Ángel le dedicó la novela corta La Serrana, donde el autor lo hace dueño de una colonia de una sola persona y aprovecha para hablar de geografía, historia patria, biología y fábulas políticas.

Luego de cinco años de encierro a mar abierto Serrano encuentra la compañía de un nuevo naufrago. Se consuelan con lágrimas y credos, pelean por la supremacía de ese reino estéril, hacen un acuerdo de paz, se turnan el sueño para mantener el fuego y maldicen en coro a los barcos que no atienden sus señales de humo. Dos miradores hechos de caparazones y piedras han sido levantados a lado y lado de la isla. Hasta que el día víspera de San mateo son recogidos de su isla sin paraíso con rumbo a La Habana. En el camino, sin ver tierra firme, muere el desdichado naufrago que acompañó a Serrano.

Hoy dormirán en Serrana los diez infantes de marina menores de veinte años que cuidan esa tierra adelantada en ficciones literarias. Ese faro bibliográfico. El 19 de noviembre pasado anduvo por allá el diablo de nariz roma, pies como grifos y cola de murciélago que una noche, poco antes de su rescate, plantó su cara frente a Pedro Serrano.

martes, 13 de noviembre de 2012

Diálogos de guerra





El año pasado Sao Paulo alcanzó el índice de homicidios más bajo desde 1995. Parecía que la ciudad había abandonado definitivamente los tiempos en que algunos de sus distritos eran considerados las zonas urbanas más peligrosas del mundo. En 1996 la aglomeración de Jardim Angela, en el sur de la ciudad, obtuvo ese dudoso honor según un informe de Naciones Unidas. En ese conjunto de barrios el índice llegó a 116 homicidios por cada 100.000 habitantes. Pero las grandes intervenciones militares y policiales en las favelas han sido desarrolladas en Río de Janeiro y Salvador. Sao Paulo mostraba un modelo diferente y exitoso basado en trabajo comunitario e inteligencia policial en los barrios. En 2011, la ciudad bajó a 9,6 muertes violentas por cada 100.000 habitantes y los números de Jardim Angela no estuvieron muy lejos del promedio paulista.


Desde hace 40 días las razones del optimismo se han visto nubladas. En octubre fueron asesinadas cerca de 200 personas en Sao Paulo. Los policías han puesto casi la mitad de los muertos en esa ola de violencia repentina que los medios y las autoridades explican señalando las cárceles. El Primer Comando Capital, organización con pretensiones políticas y control sobre parte de la delincuencia manejada por los grandes capos en prisión, estaría manejando la estrategia de guerra para mostrar poder y controlar algunas zonas. Al igual que sucede entre nosotros, las primeras medidas han sido los traslados carcelarios.

Leyendo las noticias de Brasil es difícil no pensar en el supuesto correo de brujas que se mueve entre Cómbita y la cárcel del Pedregal en Medellín.  ‘Sebastián’ y su hermano ‘Frank’ se resisten a perder un control que parece destinado a caer en manos de los Urabeños. Los estallidos se sienten en las comunas 8, 9 y 13 de la ciudad y el ambiente de temor por los patrullajes y las órdenes susurradas se ha regado por todas partes. Si las Bacrim logran unificar el mando sobre los combos tendremos ejércitos muy difíciles de doblegar en las ciudades. Cartagena, Buenaventura y Cali también han mostrado índices preocupantes en los últimos meses.

Luego de 5 años largos los reductos paramilitares que dejó la desmovilización han encontrado una nueva manera de operar, menos visible, menos política, pero no menos sanguinaria ni efectiva. Las Bacrim están alcanzando su etapa de madurez y en poco tiempo será necesario ponerles un nuevo apelativo. Además, ya no tienen remilgos ideológicos, por lo que cada vez encontrarán más afinidades comerciales con los frentes guerrilleros. Pero el gobierno sigue presentando la reducción en el índice de homicidio nacional como una muestra inapelable de que todo va bien.

En medio de un panorama de amenazas crecientes valdría la pena preguntarse por los riesgos que puede entrañar una desmesurada atención nacional y gubernamental a las conversaciones con las Farc. Lo primero que debería quedar claro es que allí no está la llave para la paz del país. Una firma en La Habana, el mejor de los escenarios posibles, no sería necesariamente un alivio a nuestra situación de violencia. La facción guerrillera más cercana a la diplomacia y la cháchara entraría a la política, mientras que buena parte de sus compañeros seguiría en armas buscando una salida pacífica para la coca. Hasta en el mapa de la guerra las Farc parecen haber perdido relevancia y las amenazas por venir podrían estar en sitios y personajes distintos a los de la historia guerrillera. Una cosa es que Iván Márquez nos deje en paz y otra muy distinta es la paz con mayúsculas.
 

martes, 6 de noviembre de 2012

Es mejor la seguridad



 

La policía debe ser siempre una opción para el peor de los casos. Los cañones de algunos viejos imperios tenían una sabia inscripción: “El último argumento de los Reyes”. En las democracias que se pretenden tales los policías deberían tener una leyenda parecida en sus cascos y chalecos: “El último argumento del Estado”. Pero cada vez gana fuerza una idea según la cual los policías deben ser una especie de cuerpo para el adiestramiento social y la tutoría forzada sobre el conjunto de los ciudadanos. La idea no es solo peligrosa sino estúpida. La intención del Estado de ponerse por encima de los padres y los individuos frente a comportamientos que se deben decidir en la convivencia diaria y en los “manuales” que se dictan en la familia y los colegios, constituye siempre un riesgo. Y de otro lado, cuando todavía no se pueden controlar los peores comportamientos sociales -el asesinato, los secuestros, la intimidación permanente-, es solo una broma tortuosa pretender regular el respeto a la vida privada en los hogares, la buena educación en los buses y el juego limpio de los amos de las mascotas. Desde hace 25 años hemos capacitado a nuestros policías para pelear contra carteles sanguinarios, no es hora de convertirlos en prefectos de disciplina con libreta, lápiz rojo y chaleco antibalas.

El proyecto de Código de Policía que presentó hace unos días el gobierno está plagado de esas intensiones escolares. El consejero para la seguridad, Francisco Lloreda, dijo que trabajaron durante 18 meses en su redacción. Se confirma la regla según la cual, cuando un funcionario no tiene trabajo decide inventarse una ley inútil. No me quiero imaginar la suerte de ese catálogo en manos de la imaginación del Congreso.  Pero dejemos que el Código en ciernes y sus 280 artículos se presenten por cuenta propia. El proyecto pretende ser liberal y garantista en sus enunciados, pero terminará siendo un repertorio de comodines para que los agentes apliquen sus criterios y aplaquen sus apetitos. Un primer ejemplo: uno de sus capítulos entrega un amplio sermón sobre los derechos de las putas y la necesidad de reconocerlas y salvarlas de la discriminación. A renglón seguido se dice que no se puede ejercer la prostitución cerca de colegios, hospitales, iglesias, zonas de recreación, cárceles, unidades militares o centros históricos. Las putas deberán trabajar entonces en los potreros. Y Medellín estará en problemas, sus zonas rojas más reconocidas están al píe de sus iglesias más clásicas: en la culata de La Catedral y en el atrio de la Veracruz.

Cuando habla de menores y adolescentes el código muestra su peor cara. Pretende decir a qué edad se puede entrar a una sala de juegos de video, prohíbe a los menores participar en manifestaciones públicas, una manera de supeditar el ejercicio de la ciudadanía a la mayoría de edad, prohíbe su entrada a cualquier sitio donde se vendan bebidas embriagantes ¿Restaurantes incluidos?  Además de su colección de tonterías y su redundancia con leyes serias en aspectos serios, lo más grave del código es el desconocimiento sobre cómo funciona nuestra sociedad. La pretensión de hacernos limpios, respetuosos, solidarios y amables con la amenaza de una multa. Habrá cobros para quienes no recojan los paquetes de los ancianos, para los indigentes que duerman de cara al cielo en las aceras, para quienes nieguen información sobre métodos anticonceptivos a los homosexuales. Parece decir, con el tono solemne de las enumeraciones legales, dadme un bolillo y moveré el mundo.

martes, 30 de octubre de 2012

Mercenarios




 
 
 

Los especialistas en los trabajos de la muerte no se hacen de un día para otro. No se trata solo de saber usar las armas e intuir las emboscadas. Desde los primeros días, cuando apenas se reconoce la sensibilidad del gatillo y se espantan los miedos, es necesario un poco de anestesia natural contra los remordimientos y los escrúpulos: poco a poco el odio y la paranoia van entregando la autorización a los verdugos consumados. Ya se han olvidado las primeras motivaciones para matar; ahora se trata de un oficio simple, del encargo a un carnicero. Así trabajan los mercenarios, venden su capacidad de mantenerse vivos mientras matan, enseñan sus técnicas al mejor postor, exhiben un carácter, hacen ver pequeños a sus enemigos.

Muchos de los señores de nuestras guerras, hombres que apenas llegan a los cuarenta años, han acumulado sus muertos en bandos diversos. Primero usaron algunas franquicias importantes y luego, poco a poco, armaron su propio ejército. Aquí no importan bandos ni brazaletes, en esas luchas largas los guerreros se confunden, hacen parte de un mismo ejército, de una misma estirpe. Se disparan entre ellos y si tienen la suerte de sobrevivir se dan la mano en un trato futuro. Dos de los nombres mencionados hace poco en los principales prontuarios cuentan bien la confusa historia de las matanzas en Colombia.

Alias Guerrero, que recién entrega sus armas en Trujillo bajo la chapa de Los Rastrojos –tal vez pronto se convierta en gestor de paz-, entró a la guerra a los 16 años, usando la cédula de su hermano para incorporarse a la Brigada XVII del ejército en Urabá. Cuando pillaron su trampa y le quitaron el uniforme, un compañero de armas lo recomendó para ser guardaespaldas de los Rodríguez Orejuela. Pero el hombre no estaba hecho para labores defensivas y buscó refugio en el Bloque Central Bolívar donde se convirtió en un fuerte peleando en Putumayo y Caquetá. Los Paras se desmovilizaron pero él sabía cuál era su proyecto productivo y se enroló en la guerra entre Rastrojos y Machos. Chirrete, un perro tuerto, es su más fiel compañero.

Alias Leo está llamado a ganar el apoyo de los combos en Medellín para la marca de Los Urabeños. Comenzó en el EPL, en Urabá, luchando bajo la consigna de una estrella roja. En 1991 una singular desmovilización acercó a algunos miembros del EPL a la casa Castaño, que les hacía la guerra en Turbo y Apartadó. Don Berna y Juan de Dios Úsuga hicieron un tránsito parecido, desde la revolución hasta la lucha antisubversiva, para terminar con un ejército de narcos y asesinos a sueldo. Y contactos en los altos sótanos.

Son apenas dos historias que completan las de los milicianos del M-19 reunidos en los campamentos de paz de los años ochenta en Medellín, convertidos meses después en sicarios y dinamiteros del Cartel. O de Don Antonio,  Doble Cero y Tolemaida, que pasaron de los cursos de lanceros y los viajes al Sinaí a manejar los frentes de guerra más activos de los paracos.  Qué decir de Cuchillo, que pasó por el Ejército, el Cartel de Medellín, trabajando para Rodríguez Gacha, las Autodefensas y luego, bajo el ala del Loco Barrera, íntimo de los comandantes guerrilleros en las épocas del Caguán, fue socio de las Farc. La pólvora, las balas, la coca, los hombres se mezclan entre muertes y traiciones por el camino de caños y ríos. Las fichas se revuelven solas en esa bolsa negra de la guerra.

 

 

 

martes, 23 de octubre de 2012

Interlocutores imposibles


 

 
En las discusiones no sucede como en el boxeo, donde los rivales débiles conducen a combates fáciles. Discutir con un hombre empecinado en sus verdades, dispuesto a defenderlas con sinrazones, cuatro trucos baratos y dos insultos grandilocuentes es enfrentar la peor de las suertes. Siempre se pierde algo frente a esos inevitables contradictores. Como mínimo el tiempo y la paciencia. Pero eso no es lo más grave; a fin de cuentas, ese par de monedas escasas están hechas para gastarlas en causas nobles, ocios respetables, vicios hueros o trabajos forzados. Lo que de verdad se pierde en las discusiones contra personas acostumbradas a guiarse por odios viejos y cartillas tiránicas, por razones sagradas y sueños redentores, es la posibilidad de encontrar respuestas. El interlocutor sabio y moderado terminará por ponerse al nivel de su contraparte y haciendo de profesor que guía una pataleta. El interlocutor medio acabará intentando que la ironía corte el nudo de malentendidos. En cualquier caso, ya no se hablará del tema convenido sino de las obsesiones del obtuso de turno y de las fallas retóricas de su perorata.
 Ahora el país entero está obligado a atender a las discusiones planteadas por las Farc, un interlocutor que, además de los problemas descritos, tiene la costumbre de convencer a sus contradictores con el sutil argumento del fusil. Santos ha dicho que nada se pierde con intentarlo, pero ya hemos perdido algo en este nuevo intento: otra vez el nivel de la discusión pública está a la altura de las Farc, de nuevo la izquierda armada es más importante y más visible que la izquierda democrática, se repite la gazapera en torno a los dogmas ideológicos cuando ya habíamos logrado aceptar unas reglas básicas y debatir unos indicadores ciertos. Pensemos en un salón de clase que ha venido discutiendo algunas lecciones y ha identificado cuatro o cinco puntos claves para pulir los argumentos. De pronto, llegan cinco alumnos con los peores antecedentes: no conocen los temas sobre los que se han dado los acuerdos, no paran de hablar y buscan imponer las costumbres del antro del que los echaron por físico agotamiento. Es el momento de las distracciones y las riñas. Toca comenzar de nuevo a dictar las reglas, y se paga con el estancamiento en la resolución de los problemas.
 Así pasa hoy con las Farc luego de los 33 minutos de incontinencia y desquite de Iván Márquez. Algunos ejemplos: cuando el Estado y los líderes de los cabildos discuten los problemas en el Cauca, aparece el verso de los victimarios que reclutan menores indígenas con el anzuelo de una moto, un celular y un arma, de modo que ya no se discuten las reformas a los mecanismos de “consulta previa” de las comunidades indígenas y afros sino “la dignidad de los poderes ancestrales”; cuando las alertas ambientales surgen de organizaciones ciudadanas que de manera pacífica han logrado decisiones públicas en casos como Santurbán, el túnel de Oriente o la desviación del río Ranchería, nos vemos obligados a escuchar a los socios claves en las dos empresas más depredadores que existen en el país: la coca y la minería ilegal; cuando en los medios y el Congreso se hacen preguntas pertinentes sobre una ley de restitución de tierras que hasta ahora tiene más papel que hectáreas, nos toca concentrarnos en los panfletos de quienes son señalados como despojadores en el 35% de las denuncias.
 Será muy difícil que la pandilla logre adaptarse a las reglas del salón. Combinan muy bien la arrogancia y la ignorancia supina. Es muy posible que nos hagan perder el año.

martes, 16 de octubre de 2012

Último disfraz




 

 

Los últimos días de los grandes narcos reflejan siempre una farsa, una actuación torpe y desesperada que busca tapar los gustos desmesurados con las costras de la pobreza o el rigor de la austeridad. Mafiosos bajo el disfraz humilde y triste de sus lavaperros, narcos claustrofóbicos en un apartamento de estudiantes, capos bajo el ala del sombrero roto del mayordomo.  La reciente muerte de Heriberto Lazcano Lazcano en El Progreso, un pueblo de mala vida en Coahuila, México, demuestra que las películas no siempre exageran con sus escenas de polvo y sangre.

Lazcano estaba parqueado en su camioneta, acompañado de su último guardia, viendo desde la ventanilla un partido de béisbol entre las novenas de El Progreso y Ciudad del Parque. Tal vez no quería abandonar el aire acondicionado para ir a sentarse en las tribunas de madera del “diamante”. Con seguridad miraba con algo de asco ese escondite donde el letargo y la sospecha son una sola cara. Un pueblo desahuciado, con algo de vida en diciembre cuando los hombres regresan de Texas a lucir sus camionetas y entregar los regalos a sus mujeres e hijos, resultó demasiado seco y silencioso para pasar desapercibido. Alguien vio los fierros de los dos hombres extraños, se asombró por sus botellas relucientes y dio un aviso. La policía respondió con desgano, fueron a buscar un simple camaleón que ponía problemas a causa del alcohol y se encontraron con la víbora más preciada. Ni siquiera lograron reconocerla, la dejaron tirada en la funeraria de ese pueblo sin morgue: “¡Que la recojan sus dolientes!”, pensaron entre burlas. Y sí, al rato llegó el comando de encapuchados. A estas alturas la víbora debe estar embalsamada en algún santuario de la señora muerte.

Algunos de los nuestros también han representado sus pantomimas últimamente. Diego Rastrojo fue tal vez el más clásico. Una finca arrocera en el municipio de Rojas en Barinas, Venezuela, era su refugio. Pero tampoco se las iba dar de campesino con una simple Unidad Agrícola Familiar. Mejor tener la más grande de la región y tirar línea, prestar plata, posar de vecino bueno: el patrón del bien. Dicen que hacía de capataz, y a falta de dueño el capataz manda. El sombrero y el tractor hacían el resto. Una camioneta destartalada y un carrito como de juguete servían de flotilla. Pero el Whisky siempre delata y por ahí se comenzó a descocer el disfraz.

Valenciano, uno de los capos de la Oficina, también estaba pasando trabajos en Venezuela. Luego de las grandes casas con gimnasio en Maracaibo y las tardes de shopping para calmar el tedio en el Catire, el Doral Center o el Comercial Pereira, llegó la paranoia. Terminó entonces en un primer piso de tercera en un edificio con nombre de primera en la ciudad de Maracay: Falcon Crest. Una famosa enfermedad del codo fue su perdición: apenas les pagaba un millón de pesos a cada uno de sus cinco guardias.

El Loco Barrera estaba dedicado a sus vueltas por medio de llamadas desde más de sesenta teléfonos públicos. Hacía de ganadero en San Cristóbal y había perdido hasta la ostentación de la barriga. Una mujer le manejaba su carrito de segunda y parecía más un tramitador que un capo. Las conversaciones desde las cabinas lo muestran regateándole un millón de pesos a su proxeneta de confianza por el servicio de las prostitutas.

Al momento de la captura o la muerte los grandes capos quedan perfectos bajo el disfraz que hace minutos parecía patético. Ahora les caza la camisa rota, el carro viejo, el apartamento raído. Han perdido el aura que hacía que todo les quedara corto.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El imbatible






 

Hugo Chávez es sobre todo un acertijo electoral. Desde su primera aparición pública luego del fallido golpe de 1992, cuando en un minuto se rindió y dejó rendida a la audiencia, sus palabras y sus actos señalaron una figura prometedora. El mismo Rafael Caldera, presidente a quien sucedió en el poder, recuerda con entusiasmo la figura del golpista y su estreno: “Debo confesar que el 4 de Febrero, Chávez me causó una excelente impresión, como se la causó a todo el mundo. Aquellos segundos que usó Chávez en la televisión presentaron a un hombre equilibrado, sensato. Dijo sus palabras bastante bien dichas, de manera que se graduó como un artista de televisión, indudablemente”. Alguna vez dijo su jefe de comunicaciones que a Chávez como a Madonna le gustaba salir ante los medios.

Pero vendría la cárcel y ese minuto resultó cortó y lejano para que la gente lo recordara 4 años más tarde, cuando despuntaba su primera campaña. Según la biografía escrita por Cristina Marcano y Alberto Barrera, 2 años antes de la elección de 1998 Chávez era el candidato indeseado: los periodistas se escondían de sus retahílas y la gente lo recordaba como una anécdota vieja. Tenía apenas el 7% de intención de voto y todo el mundo estaba pendiente de la sonrisa de Irene Sáez, la reina que lideraba las encuestas. El ex coronel hacía campaña como un renegado: recorriendo el país en una camioneta, parando cuando le hacía falta un pastel, una gaseosa y un Belmont. No tenía nada: ni partido, ni trabajo…ni siquiera boina.

Chávez comenzó a crecer con su retórica encendida en medio de las protestas contra el bipartidismo de Copei y Alianza Democrática. Otro de sus célebres discursos se da sobre el techo de un carro en medio de una manifestación al frente del Congreso. Comienzan a arder las banderas del imperio. Su grupo es una mezcla de militarismo y marxismo radical que no está del todo convencido de seguir la vía electoral. Cuando deciden que los votos son el camino firman su primera consigna: “Por la Asamblea Constituyente, Contra la corrupción, Por la defensa de las prestaciones sociales, Por el aumento general de sueldos y salarios. Gobierno bolivariano ahora”.

Ahora y siempre, habría que decir. Porque Chávez ha dejado de ser un simple candidato con canciones y consignas pegajosas para ser el líder de un partido que representa al Estado con las reservas de petróleo más grandes del planeta. A la hora de las elecciones Chávez puede decir tranquilamente el Estado soy yo. Ahí está su manto rojo, rojito, representado en sus 13.679 comandos de campaña, en sus funcionarios públicos comprometidos o amedrentados que no solo votan sino que consiguen 10 votos más, como en las sencillas pirámides o en las iglesias más primitivas de los barrios. En Venezuela ya no es válido hablar de clientelismo, las clientelas son traicioneras y oportunistas, allá hay una militancia mucho más cercana al orden de los cuarteles. Y la oposición tiene su cuota de responsabilidad. Durante años jugó a la lógica del triunfo por la vía de la conspiración e hizo fácil para Chávez justificar el blindaje de todos los poderes: el ejército, PDVSA, los órganos electorales, los medios de comunicación.

Luego de todo lo que ha pasado durante 14 años, Chávez obtuvo apenas un punto menos del 56.2% que marcó su primer triunfo en 1998. Su cifra mágica sigue intacta. El mito crece y el fervor se mantiene. Mover al 20% que no vota no parece posible, robarle algo a su 55% garantizado por vía oficial es un sueño del que recién despierta Venezuela. Chávez perderá, cuando no esté.



martes, 2 de octubre de 2012

Campanazo




 

 

Hace apenas ocho días algunos secretarios de despacho de la alcaldía de Medellín lanzaron un Plan Piloto de Vida, Seguridad y Convivencia para el Centro. El lunes pasado se vieron los primeros frutos de la iniciativa: una asonada de cerca de seis horas que obligó a cerrar varias estaciones del Metro, buena parte del comercio, provocó bloqueos en las vías, atracos y la destrucción de la oficina de espacio público. El gerente del centro está recién nombrado y no tenía nada que decir: llegó luego de siete meses de un proceso de escogencia que imagino arduo. El secretario de gobierno luce una (e) desde hace más o menos tres meses: la interinidad solo sirve para mantener en vilo a los empleados bajo su mando. El secretario de seguridad únicamente habla de las cámaras que se colgarán de los postes. Mejor que no dijo nada: los policías se cogen la cabeza cuando habla. El alcalde Aníbal Gaviria se escondió durante seis horas y apareció al final de la tarde con una versión que culpaba a bandidos infiltrados en lo que era una manifestación pacífica: “esto sucedió porque estamos tocando los poderes oscuros del centro de la ciudad”, concluyó, antes de darle la palabra al General Yesid Vásquez, el verdadero alcalde de Medellín.

Me gustaría pensar que la administración tuvo un mal día: fallaron los planes sobre el papel, se subestimaron riesgos, se desconoció la complejidad de una ciudad con la chispa adelantada y se reaccionó tarde. Pero casi siempre estos campanazos tempranos son el reflejo de problemas más grandes de incapacidad, alejamiento de la realidad y desconocimiento de procesos anteriores. Le sucedió a Petro en Bogotá hace unos meses con las protestas en Transmilenio y ahora a Gaviria con los venteros ¿Qué pasa en la alcaldía en Medellín?

La crisis del lunes pasado puede entregar algunas respuestas. En los últimos ocho años hubo cuatro gerentes del centro. Una parte de su trabajo se concentró en organizar a los venteros para evitar que sus demandas se trataran de manera individual como simples favores clientelistas.  La idea era evitar negociaciones carné a carné con una clientela dispersa y fácil de manejar electoralmente. Se buscaba que las asociaciones tuvieran derechos más estables y compromisos más serios. Se crearon cerca de treinta y dos asociaciones y se intentó poner orden con base en la concertación. Aceptando que la economía popular hace parte de las ciudades pero no las puede hacer invivibles, se pusieron reglas sobre quienes podían ocupar el espacio público y se señalaron calles que estarían libres de ventas y calles que tendrían ocupación regulada. Cerca de 4000 personas participaron de ese proceso. No he oído a ningún funcionario hablar de esa experiencia.

La administración Gaviria lleva nueve meses gobernando de puertas para adentro, concentrada casi únicamente en cumplir una milimetría burocrática que haga todo más fácil en el Concejo y en la mecánica partidista, y todo más difícil en la ejecución de los proyectos y la continuidad de los procesos exitosos. Mientras el alcalde hace de secretario de burocracia se desechan conocimientos claves con el único fin de renovar escritorios y entregar cuotas. Pasó con el manejo del centro de la ciudad y en escala menor con el museo Casa de la Memoria, donde el contacto de dos o tres años con las víctimas se cortó en busca de cupos para las planillas políticas. Siempre será importante tener contentos a los aliados políticos, pero si se dedican a jugar solo entre ellos tarde que temprano los espectadores, o sea los ciudadanos, se sentirán engañados y tirarán el tablero.

 

 

martes, 25 de septiembre de 2012

Elogio de la imprudencia



Cuando un gobierno habla de prudencia en la información, a los periodistas no les queda más que dar un paso atrás, para distanciarse, y saber que será necesario usar la audacia y la desconfianza como principios. La verdadera labor de los medios es la indiscreción, entendida como curiosidad, intrusión, imprudencia si se quiere. Los políticos siempre hablarán de estabilidad e intereses superiores para defender el silencio o señalar el momento adecuado para la verdad. De nuevo la negociación encarna una gran esperanza y Juan Manuel Santos ha salido a pedir a los medios un trato especial para un tema sensible. La lógica del Presidente podría resumirse en una sola frase: “Yo les digo cuando”.

Durante el proceso del Caguán algunas redacciones de prensa sufrieron fuertes tensiones entre quienes se consideraban amigos del proceso y quienes eran críticos declarados. Las Unidades de Paz de El Tiempo, El Espectador y El Colombiano sacaban la bandera blanca y mostraban análisis y supuestos avances en la mesa, mientras la gente de orden público cubría la guerra y hacía énfasis en los contrastes entre tinta y sangre. La principal fuente de los periodistas que cubrían los combates eran los militares descontentos con los desmanes de la zona de distensión. De modo que desde el mismo Estado venían las versiones contradictorias sobre las posibilidades del proceso: los militares entregaban las pruebas de la falta de voluntad de la guerrilla con cifras de muertos y los voceros oficiales leían los acuerdos firmados y añadían en voz baja alguna anécdota esperanzadora. Vale la pena recordar que cuatro meses antes de la ruptura del proceso del Caguán, Germán Vargas Lleras denunció en un debate en el Congreso la presencia de pistas clandestinas, secuestrados, campos de entrenamiento y cultivos de coca en la zona. En la Casa de Nariño siempre estuvo claro que las imágenes y la información venían directamente de fuentes militares.

De nuevo tendremos un escenario donde serán muchas más las noticias de la guerra que las de la paz. Esta vez la mesa estará más lejos y entregará menos “entretenimiento” mientras se negocia. Los militares tendrán de nuevo un papel clave en la información y las Farc podrán jugar con los tiempos de un Presidente en trance de reelección. En descifrar ese pulso entre ejército y guerrilla podría estar la clave para el equilibrio de los medios. Durante el gobierno Pastrana en varias ocasiones el ejército y la policía mintieron, o al menos fueron deliberadamente ligeros al atribuir atentados a las Farc y darle un énfasis macabro a algunas acciones guerrilleras para lograr la indignación de la opinión pública. El caso del collar bomba que causó la muerte de la señora Elvia Cortés en Simijaca fue tal vez el peor de todos. La policía se apresuró a culpar a las Farc y los medios compraron la versión. Se suspendieron las audiencias de ese día con delegados internacionales y los jefes guerrilleros sintieron que había una celada entre militares, gobierno y medios.

Semana y El Tiempo han dado a entender que atenderán la sugerencia del Presidente. No desconocerán los secretos pero tendrán la potestad de decidir si vale la pena correr el riesgo de contarlos a sus lectores. Ya no está Francisco Santos quien filtró el acuerdo firmado en Cuba y en buena hora nos dijo en qué andábamos. No puede ser que dejemos a las ficciones de José Obdulio Gaviria la responsabilidad de contar la versión no autorizada sobre la guerra y la negociación.

martes, 18 de septiembre de 2012

El ultramontano







Hace 100 años, bajo el liderazgo de Carlos E. Restrepo, Colombia discutía las posibilidades de una política que usara menos los extremos ideológicos, donde el debate solía ser un drástico tratamiento de contrastes que casi siempre terminaba con muestras de sangre. En ese momento la ideología estaba muy cerca de la religión y la intransigencia política era una especie de obligación moral. Desde lo que se llamó el republicanismo, Restrepo intentaba alertar sobre los liberales radicales y los godos ultramontanos: “Sigo creyendo en la necesidad permanente de nuevas organizaciones políticas, de carácter muy distinto del que hoy tienen; deberán abandonar la cuestión religiosa, que los unos pretenden resolver atacando el sentimiento más alto, más respetable y más general que existe en Colombia; y los otros, tomando el estandarte de Cristo y arrastrándolo por calles y plazas, por comicios y trapisondas”.

El experimento duró muy poco. El fanatismo era un virus difícil de combatir: los obispos señalaban la posibilidad de la excomunión por el voto a favor de los herejes y los párrocos comunicaban los resultados vía telégrafo de una forma que no dejaba lugar a dudas: “Párroco de Concordia: Católicos 240, Luciferistas 83. Párroco de Pueblorrico: Católicos 435, rebeldes contra Dios y su Santa Iglesia 217”. Los discursos marcaban siempre una disyuntiva entre la descomposición moral y el apego a las tradiciones de orden y quietud. Entre los conservadores hizo carrera una frase que todavía hoy tiene sus defensores: “No hay libertad para el error”. Los liberales hablaban de los “dogmas en movimiento” y los conservadores de los “dogmas inamovibles”. Mientras tanto los ejércitos y los conjurados no se quedaban quietos. Eran los tiempos de otras hecatombes. Los conservadores intuían la derrota y llamaban a la “abstención purificadora”, los liberales presentían el triunfo de sus rivales y clamaban por la insurrección.

Desde hace por lo menos 30 años la religión dejó de ser un tema clave en nuestras discusiones políticas. Algunos temas particulares han llevado al pronunciamiento de la iglesia, pero los debates enconados desde el púlpito y las banderas vaticanas parecían cosa de retratos presidenciales apolillados. Las grandes discusiones de 1936 sobre el divorcio y el matrimonio civil, los discursos de Laureano Gómez en 1949 bendiciendo a Dios mil y mil veces por haber logrado que su mente captara “una sublime doctrina”, eran parte de un pasado que se miraba con alivio y recelo desde la política menos espesa de estos días.

Pero apareció un laico que todavía se considera un solado de la iglesia. Un hombre que cree que desde un despacho para hacer investigaciones disciplinarias es posible “darle tono ético a la sociedad” y “defender nuestra identidad en lo ético y lo moral”. Ese laico ideal, que se considera elegido para llevar a cabo tareas mucho más importantes que las que marca su manual de funciones, resulta una bendición para la Iglesia y para un partido conservador que se había quedado sin discurso, pero termina siendo fatal para el Estado y la política. Alejandro Ordóñez no solo ha incumplido sus deberes de funcionario, también ha llevado las discusiones que habíamos aprendido a dar en el terreno de la Constitución al maniqueísmo de los réprobos y los bendecidos. Desde sus responsos pretende revivir un radicalismo olvidado. Carlos E. Restrepo es ahora un viejo recuerdo, pero tiene un adversario ultramontano en pleno siglo XXI.