miércoles, 25 de marzo de 2020

Violar la cuarentena






Salir a las calles de siempre, a las aceras de la rutina ahora acelera la respiración ¿Un privilegio, un riesgo, una violación al compromiso común? Esas son las primeras preguntas. Todo inspira cierto temor a pesar de que voy armado de alcohol y un pequeño frasco de antibacterial. Aparece un semáforo con sus ciclos intactos. Se ve rígido e inútil. La ciudad vacía nos hace prestar una atención distinta. Los loros rechinan como nunca, las palomas gorjean su hambre con un murmullo colectivo que asusta. Un celador riega un balde de agua a mis espaldas y me hace dar un brinco.
Mientras las redes rechinan y se dan las cruentas batallas de teclado, la ciudad muestra una cara apacible. El encierro, la política, los comunicados que se superponen y los decretos que se contradicen multiplican la neurosis y el mito de la ciudad vacía. En Medellín, el decreto no dio autorización para salir a comprar alimentos, pero algunos caminan con juicio hasta el mercado y hacen sus compras. El Metro deja oír su zumbido cada media hora y unos pocos buses ruedan. Recicladores, barrenderos y domiciliaros son los dueños de la ciudad, ejercen su mayoría con desenfado. Desde las casas muchos piden leyes marciales, claman por la policía y el ejército.  Mientras tanto la policía trabaja con absoluta tranquilidad: cuidan la fila de los habitantes de calle que reciben almuerzo en el Centro: ahora todo es de lejitos, los uniformados no increpan, no tienen un bolillo en la mano. Los comensales respetan la fila y celebran su ración de arroz, papa sudada, pasta y salchicha. Parece que la vida más cruenta de afuera tuviera mucho que enseñarnos a quienes ya armamos bandos entre obedientes y malmandados.
Los más piadosos han resultado los más desobedientes. En Irán lamen las rejas de las mezquitas cerradas como un desafío a ese enemigo invisible en la tierra. Entre nosotros una iglesia cristiana decidió abrir sus puertas a la misma hora que iniciaba la cuarentena obligatoria en Medellín. Tuvo que llegar la policía a poner orden terreno. El empleado de una estación de servicio les suelta el reproche con aliento a gasolina: “¿Es que para ellos no aplica el toque ni el virus?”. No les suelta dos lenguas de fuego por pura precaución.
Las muertes por el Covid19 serán inevitables. Ya hemos comenzado el conteo. Las medidas son urgentes, y pueden limitar las libertades personales pero no pueden suspenderlas. La tentación de la servidumbre, de entregar toda la responsabilidad a la severidad de un dirigente o un gobierno, puede resultar peor que los estragos del virus. La potencialidad de contagiar a otros es un patrimonio de todos, no es un asunto de víctimas y victimarios. No somos una mayoría de sanos contra los apestados o los posibles transmisores. Muchos invocan el derecho de las mayorías para aplicar represalias y discriminaciones. El llamado a una especie de purga epidemiológica surge de manera espontánea. En Italia la gente señala a quienes salen a trotar o a montar en bicicleta mientras los contagios suceden en los puestos de trabajo de quienes tienen que mantener unos mínimos vitales para todos.
La histeria podría llevarnos a ver a los ancianos “prófugos” para recibir un poco de sol en los parques, para recuperar algo de vitamina D. Todas las decisiones, sean médicas, sean políticas o sociales, tienen efectos secundarios. Ya condenamos a unos ciudadanos a ser apátridas, luego se gritó para que otros vivieran un exilio rural por salir de sus apartamentos el fin de semana. Pero tendremos que ir haciendo porosa, poco a poco, con responsabilidad, nuestra burbuja de cuarentena. Me lo dijo un risueño reciclador en medio de su rebusque en la ciudad vacía: “al que no sale no le da el viento”.



miércoles, 18 de marzo de 2020

Pensar en cuarentena







Nuevas rutinas, más sencillas, más lánguidas, más íntimas. Nuevos miedos, más profundos, más ciertos, más colectivos. No hace falta estar contagiado para que el cuerpo cambie y la mente tome rumbos inesperados. Estar quietos nos obliga a pensar de otra manera, a sufrir el tiempo que tanto hemos deseado y a rumiar los males que tanto hemos ignorado. La frivolidad ahora parece un pecado excesivo, y el humor pierde buena parte de su espacio, quedando un resquicio para el cinismo más inteligente e igualitario: ahora la burla macabra, la mueca que invoca la peste, nos corresponde a todos. Los pleitos de todos los días han perdido su valor al mismo ritmo de las acciones. A diferencia de las tragedias que trae la guerra, donde el poder, los palacios, los atriles y los escudos patrios se engrandecen, con la condena de las plagas esos alardes se hacen más nimios y menos eficaces. Los presidentes van a tientas tras los científicos que andan tuertos tras las respuestas.
Tras apenas 48 horas de quietud y unas semanas de lecturas sobre la pandemia me he descubierto pensando con cuidado cada acción, viendo hasta en las decisiones más reflejas las consecuencias más definitivas. Llevarse la mano a la boca o abrir la puerta del baño son ahora movimientos para la reflexión, o al menos para un mínimo de racionalidad. Sobre decisiones un poco más complejas pesa hoy un permanente imperativo categórico. Un pequeño timbre que nos alerta sobre la necesidad de cuestionar cada acción. El pensamiento de humanidad se hace más visible y es común buscar que nuestras acciones sean un buen modelo para las reglas que queremos que todo el mundo atienda en estos tiempos. Y también es normal que nos indignemos con más temple frente a las actuaciones de quienes consideramos violan esas reglas mínimas que nos protegen a todos.
Pero en Colombia aún no hemos sido tocados por ninguna tragedia. Lo nuestro es todavía un miedo a la muerte en abstracto, no el dolor frente a sus detalles. Nuestro ánimo puede cambiar de forma drástica. Montaigne amigo de sus debilidades y dado a experimentar con su carácter para evidenciar sus propios errores nos habla de ese espíritu voluble: “Si me sonríe mi salud y la luz de un precioso día, soy un hombre estupendo; si tengo un cayo que me duele en el dedo del pie, soy hosco, desagradable e inaccesible.”
Las necesidades particulares, los prejuicios, la muy distinta comprensión de lo que está pasando hará muy complejo el encierro al que estamos abocados. Los grandes aguaceros no arredran a todo el mundo por igual. Todavía hay quienes juran que protegen a sus hijos al negarles una vacuna. Hay miles que arriesgan su vida o su libertad por triviales ambiciones. Y entre nosotros son millones quienes no pueden detenerse. Siguiendo con Montaigne es obligado pensar en las distintas irracionalidades, en últimas, “la razón es un cántaro de doble asa, que se puede agarrar por la derecha o por la izquierda.”
Para los afortunados, quienes podemos sentarnos a leer, a pensar o trabajar desde la casa, se viene el aburrimiento más que la desesperación, y tal vez aparezcan algunas de las lecciones que adelanta Joseph Brodsky: “Eres finito –dice el tiempo con la voz del aburrimiento–, y cualquier cosa que hagas desde mi punto de vista es vana …El aburrimiento supone, en efecto, una irrupción del tiempo en nuestro esquema de valores. Sitúa la vida en su justa perspectiva. Lo cual da como resultado la precisión y la humildad.”.
No se trata, entonces, solo de lavarse las manos. La incertidumbre, la quietud, la fragilidad pueden ayudarnos a desarmar nuestro usual rompecabezas.




miércoles, 11 de marzo de 2020

Un sucio nubarrón






Como sucede en marzo de cada año, el cielo de Medellín y sus municipios vecinos se enturbia entre las montañas altas y las nubes bajas. Las barreras naturales hacen que el aire se convierta en una bruma espesa que ya es patrimonio del debate público en la ciudad. Este año la alerta ambiental ha tenido dos características especiales: la persistencia de altos niveles de contaminación luego de una semana de medidas excepcionales de restricción a vehículos particulares, y la dirección del Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA) por un político primerizo bajo el hollín de las repartijas.
Daniel Quintero, como presidente de la junta directiva del AMVA, impuso a Juan David Palacio Cardona como director. La experiencia laboral de Palacio Cardona se puede listar sin mucha dificultad: Asesor jurídico de Call Center (una empresa donde trabajó toda su familia), Gerente de Transportes La Estrella, Secretario del Concejo de Medellín (llevado de la mano por Miguel Quintero, hermano del alcalde de Medellín), gerente de EMTRASUR S. A. (empresa economía mixta que maneja la movilidad en el municipio de La Estrella). Luego caminó pasillos y despachos en el Concejo de Medellín.
El joven director llegó a su cargo con un respaldo indiscutible, el de su padre Óscar Iván Palacio Tamayo, político conservador que ha pasado por huestes pastranistas y uribistas. Burócrata profesional, secretario de Uribe durante su gobernación, cercano a José Obdulio y, durante mucho tiempo, amigo de ‘Guillo’ Ángel, “parte orgánica de las autodefensas” según palabras de Don Berna. Palacio Tamayo fue ingrediente principal en algunos caldos espesos. Protagonista de la sonada reunión de JOB, enviado para, en la Casa de Nariño. Por esa visita guiada el partido conservador le negó el aval para ser candidato al Congreso en 2010. El político antioqueño también sonó como intermediario de DMG ante el gobierno antes del desplome financiero y como facilitador de la llegada de algunos paramilitares de Vicente Castaño a las oficinas del Incoder entre 1997 y 2003.
Dejemos en paz al padre y volvamos al hijo. EMTRASUR, una empresa que gerenció, entrega algunas claves sobre papeleos y empapeladas. Se creó en agosto de 2010 mediante un acuerdo del municipio de La Estrella que autorizó al alcalde a conformar una sociedad de economía mixta para reestructurar la Secretaría de Tránsito. La “alianza estratégica” se hizo con la sociedad Identificar S. A., sociedad se hizo famosa luego del accidente del bus que dejó 33 niños muertos en Fundación. Al revisar los papeles del bus se llegó a Identificar S. A. como concesionaria para implementar, operar y mantener el sistema de licencias, patios, grúas y permisos de tránsito en el municipio. La empresa se quedaba con apenas el 70% de los ingresos de la secretaría. Vista de cerca, la sociedad apareció con el mismo modelo en decenas de municipios en el país. El representante legal suplente ha sido condenado por falsedad en documento público y a la representante legal se le abrió investigación penal en su momento. Así que Palacio Cardona tiene experiencia en movimientos y cobros en taquilla.
Tras su llegada al Área Metropolitana lo primero fue una poda a los requisitos para llegar a cargos de dirección. Para más flexibles e inclusivos, según sus palabras. El primer nombrado fue Álvaro Alonso Villada. Hoy es subdirector de Gestión Financiera y encargado de la subdirección de Planeación. El señor Villada fue la punta de lanza de “los ñoños” en el Bajo Cauca antioqueño, donde Musa Besaile ganó de largo sin conocer los municipios. La nata de contaminación se siente en las oficinas del Área. A los recién llegados les gustan los contratos terminados en cualquier número. Nada de pico y placa.






miércoles, 4 de marzo de 2020

Vigilar la plaga





Las primeras alarmas sobre la plaga quedaron encerradas entre las tapas de algunas revistas científicas. Los médicos chinos comenzaban a entender cómo funcionaba el virus y los enfermos comenzaban a morir. Pero era inevitable, de eso se trata cuando se habla de contagios y muertes. Las tablillas en las camas de los pacientes eran simples anécdotas mientras los artículos en las revistas eran grandes descubrimientos. Lui Shao-hua, doctor en ciencias sociomédicas y antropología, lo explicó con algo de reproche: “Sería muy fácil observar la tendencia desde la perspectiva funcional de los grandes datos epidemiológicos. Pero esas personas usaron los datos con fines de publicación, sin preocuparse por esta tendencia o por la salud pública.”
Casi un mes después de tener claridad sobre el carácter mortal del virus se dieron las órdenes de las autoridades. Primero el cierre, la cuarentena de una ciudad de once millones de habitantes. Luego, el “cordón sanitario” para Hubei, un estado de cincuenta millones de habitantes. Una especie de castigo inmerecido, un designio que solo debe reprocharse a los dioses y a los pequeños agentes de sus castigos. Una joven con apenas dos meses en la ciudad de Wuhan encontró en un breve diario virtual una forma de pasar los días: “El mundo está en silencio, y ese silencio es espantoso. Vivo sola, solo me doy cuenta de que hay otros seres humanos alrededor por los ocasionales ruidos en el pasillo (…) Un hombre estaba tratando de comprar mucha sal y alguien le preguntó por qué estaba comprando tanta. Él respondió: ‘¿Y si el aislamiento dura un año entero?’ (…) Hoy es Año Nuevo Chino. Nunca me importaron mucho las celebraciones, pero ahora, el Año Nuevo me parece aún más irrelevante que nunca. A la mañana, me salió un poco de sangre cuando estornudé. Sentí miedo.”
Las pocas palabras de la joven de 29 años recuerdan al “cronista” de La Peste de Camus cuando se dio la orden perentoria de cierre de la ciudad: “…un sentimiento tan individual como es el de la separación de un ser querido se convirtió de pronto, desde las primeras semanas, mezclado a aquel miedo, en el sufrimiento principal de todo un pueblo durante aquel largo exilio.” Separar a millones de humanos, impedir sus movimientos, lograr que el miedo sea barrera suficiente no es fácil. En Francia una habitante de Wuhan confesó en las redes haberse escondido detrás de medicamentos para aliviar la fiebre para lograr su viaje soñado. El 99.9% de los habitantes de la ciudad están sanos y convictos. Las redes sociales son el único desfogue, un ruido incontable de descontentos y mentiras. Pero no solo están las trampas a la cuarentena, también están quienes se nombran a sí mismos policía anti peste: increpan a quienes no tienen mascarillas, sellan las casas donde han visto visitas de sanidad, reportan ante la policía a quienes consideran infectados.
Las cuarentenas tienen una larga historia desde su primera noticia hace casi setecientos años en Venecia. A propósito, su carnaval se canceló y algunos cínicos han hablado de la celebración de su historia de quaranta giorni. Estados Unidos puso en cuarentena a 43 ciudades hace cien años en medio de una epidemia de influenza. Murieron 115.000 personas a pesar de los seis meses de restricciones. Los decretos casi siempre van un paso atrás de los virus. Cerrar las puertas ayuda a la neurosis colectiva y la discriminación. En el Ensayo contra la ceguera de Saramago un parlante hace las advertencias a los ciegos encerrados en un manicomio: “… abandonar el edificio sin autorización supondrá la muerte inmediata de quien lo intente”. En Wuhan solo queda un desahogo: “Cerca de las 20:00 horas, escuché gritos de "¡Vamos Wuhan!" que salían de las ventanas. El canto colectivo es una forma de empoderamiento.”