martes, 28 de junio de 2011

Elecciones y constituyentes




Un vistazo sobre las aventuras electorales de los constituyentes de 1991 puede mostrar algunas de las paradojas que encierra la política. Parece que una pequeña maldición en las urnas ha acompañado a los redactores de la Constitución. Los motivos no son fáciles de identificar: ¿la resistencia del país de la tinta indeleble a las ideas y las costumbres del país del tarjetón, el hecho de que los votantes sean tan caprichosos como los legisladores, los entusiasmos renovadores que acompañaron esa elección y que según parece solo se presentan cada 20 años, las condiciones del conflicto en medio de una Constitución inspirada en los discursos de la paz?
Comencemos por dos de los presidentes de la Asamblea: Antonio Navarro y Horacio Serpa llevan hoy los destinos de dos departamentos, las entidades territoriales que fueron consideradas las cenicientas de la reforma. Su papel, según la Carta, es la simple intermediación entre el gobierno central y los municipios. No extraña, entonces, que Navarro dedique buena parte de su tiempo a buscar cooperación internacional y que Serpa se queje día de por medio por la reversa a la descentralización. Las reformas a las transferencias en 2001 y 2007 han convertido al gobierno central en el principal protagonista de inversión en las regiones. De modo que durante 8 años los gobernadores, uribistas o antiuribistas, no tuvieron más remedio que ir a los consejos comunales para hacerle dos reclamos respetuosos al ex presidente y luego tomarse la foto de rigor al lado de su poncho y su sombrero. Navarro y Serpa fracasaron en sus intentos presidenciales, apenas cinco entre los dos, y luego de 20 años les tocó volver a los feudos regionales: elecciones donde la maquinaria es casi una obligación.
Paradójicamente los inspiradores de la democracia participativa y las ideas políticas lejos del caudillismo bipartidista, han tenido sus principales triunfos en las elecciones departamentales: ahí está Eduardo Verano y han estado Juan Gómez, Carlos Rodado y Angelino Garzón. Este último tiene actualmente otro de los cargos más inocuos de la Carta Política. A no ser que se utilice como plataforma para la retórica populista, cosa en la que Garzón es un profesional en la parte urbana y en la parte rural.
Pero hablemos de las derrotas. El M-19 tiene una buena colección con los intentos de Otty Patiño y Rosemberg Pabón, el primero sufrió quemaduras múltiples en su afán de llegar al Congreso y el segundo en su aspiración a la alcaldía de Buga. No quedó más que la trinchera burocrática. También los liberales han tenido sus derrotas variadas: Jaime Castro ha salido en blanco en sus últimos intentos a la gobernación de Boyacá, la alcaldía de Bogotá y el Congreso. Y parece que todavía le falta una más. Antonio Galán Sarmiento nunca logró pasar del Concejo de la capital e Iván Marulanda acumula una tanda de derrotas de aquí a Pereira. Carlos Holmes por su parte prefirió hacer la maleta rumbo a las embajadas.
Carlos Lleras de la Fuente es otro de los que buscaron el salto a la presidencia y se quedaron más que cortos: primero una derrota con Samper y luego el 1% en las encuestas que obligó a una alianza con Noemí y Mockus. Rojas Birry y Aída Abello son dos más destinados a los cabildos municipales. Y Carlos Lemos Simmonds es el único que llegó al solio de Bolívar, pero por apenas 8 días, reemplazando a un Samper enfermo de gratitud con un incondicional. Lorenzo Muelas es uno de los casos atípicos: ha ganado en todas sus elecciones, una al Congreso y otra en su cabildo. Se reciclaron los caciques y se estancaron los indios.

martes, 21 de junio de 2011

Mano negra





En sus 50 años en boca de políticos e industriales colombianos la mano negra ha ido cambiando de tono. En sus inicios era solo un juego de mesa en los clubes, una idea para luchar contra el entusiasmo comunista de los años sesenta. Hernán Echavarría Olózoga y Julio Mario Santo Domingo tuvieron un pequeño pleito al definir quién había bautizado la criatura. Los industriales se negaban a seguir financiando las tintas para imprimir las hojas revolucionarias de los políticos liberales -La Calle, Semana, La Nueva Prensa- y la expresión comenzó a aparecer para agrupar a ese grupo conspirador contra los movimientos populares. Echavarría Olózoga insinuó que Santo Domingo había sido el hombre detrás del nombre. Un tiempo después debió retractarse ante la amenaza de una denuncia por injuria.
Ya la expresión estaba patentada y serviría como fantasma ubicuo para todo tipo de crisis y estrategias. En esa misma década la Sociedad de Agricultores de Colombia hablaba de lo que en la época se podía llamar la extrema izquierda y la extrema derecha. Alertaba sobre candidatos del MRL y de grupos extremistas del conservatismo “vinculados material e intelectualmente a la ola de barbarie”. López Michelsen también la usaba con frecuencia en sus discursos como una especie de bandera de advertencia. La mano negra seguía apareciendo como una firma etérea. Durante el gobierno de Turbay, ya con las guerrillas como una amenaza palpable, la muletilla adquirió un aire siniestro más allá de los cuchicheos y las arengas. Con Belisario comenzaron a llamarse los “enemigos agazapados de la paz”. Y con Samper volvió a aparecer Olózoga y los conspiretas fueron la mano negra de un circo que ya incluía a los narcos como principales protagonistas.
Debo confesar que en un comienzo la mención de Santos me pareció un juego viejo, una mano ya muy repartida, una manera de hacer política usando un comodín gastado. Pero algunas noticias de los últimos años dejaron ver ejemplos paradigmáticos de lo que podría ser esa mano negra. Tal vez la mención haya sido solo un intento de inmunizar a su gobierno contra el terror ejercido desde adentro. En el expediente por el homicidio de Luis Carlos Galán se dice que la muerte se ejecutó en compañía con los escoltas. Según dijo el Negro Vladimir, un gran todero de los paras, los sicarios llegaron a Soacha en una camioneta del DAS. Y para confirmar la versión soltó una prueba de plomo: "Es tan así que uno de los muchachos cambió el arma accidentalmente: la Uzi con que mataron a Galán era un arma del DAS y la del muchacho que iba con Rueda Rocha se quedó dentro del carro". Un registro pareció confirmar esa versión. Jacobo Torregosa, el comodín de última hora en la escolta de Galán, dijo en su informe del 22 de agosto del 89 que en el atentado se había perdido una Ingram 1831.
Y no hay que ir tan atrás. La figura de José Miguel Narváez, ex subdirector del DAS, nos entrega una de las pocas posibilidades de ver a un ejemplar de la mano negra sin necesidad de conjeturas e imaginaciones: empresario, oficial de la reserva del ejército, asesor del ministerio de defensa, consejero de Fedegán. Y al mismo tiempo profesor y chivato de los paramilitares. El hombre encargado de poner las cruces sobre las listas levantadas a mano. El mismo Mancuso, después de oírlo durante unas horas, le dijo un poco aterrado a Carlos Castaño: “Ese señor es un gran terrorista”. Hoy está acusado de instigar el asesinato de Jaime Garzón. No hay duda de que la mano negra ha ido cambiando sus métodos de censura.

martes, 14 de junio de 2011

Víctimas de un discurso






En principio la escena tiene su encanto. Los políticos se abrazan sonrientes, por encima de sus curules, luego de la aprobación de una ley altruista. Nadie podrá señalar la sonrisa escondida, venenosa, de quien redacta una norma pensando en sus amigos o en los bolsillos de sus amigos. Ahora pueden celebrar con el gesto alegre del benefactor: una ley que arrodillará al Estado sobre las víctimas, para escucharlas y atenderlas. “Se trata de hacer historia, de remediar el horror, de curar las heridas de la sociedad”. Esas y otras expresiones declamatorias se han usado luego de la firma de la Ley de víctimas en presencia de Ban Ki-moon, el representante mundial de las buenas intenciones.
Pero una ley con promesas desmesuradas es sobretodo un gesto político. De modo que es bueno entender las celebraciones de quienes la aprobaron como una manera de saludar nuevas influencias y dominios. La emoción nacional que han producido los 208 artículos enmarañados entre comisiones por venir, tablas por definir y plata por conseguir, está ligada en alguna medida a un triunfo político: la huida del Presidente Santos de la órbita asfixiante del ex presidente Uribe. Luego de esa noticia tranquilizadora es necesario darle una leída completa a la tan celebrada ley.
Debo reconocer que no fue fácil llegar hasta el final. Fui víctima de sus parágrafos que se muerden la cola, de la reiteración de quien desconfía de las posibilidades de sus propósitos, de los delirios terapéuticos del Estado que cree en la imposición de sus manos, del paternalismo pastoral que llevará a los a hombres a invertir en lo que más les conviene. Si los políticos pensaran menos en el estribillo que obliga a mencionar el futuro y más en las realidades del pasado, la Ley de víctimas no les podría inspirar más que un terrible desasosiego: nuestro Estado, que no puede vigilar las minas, ni cuidar las fincas de los narcos, ahora está conminado a entregar a las víctimas -que no son la excepción sino la regla- ayudas psicológicas, formación académica, tierra, casa, sistemas de riego y drenaje, créditos y, además, un trato de “respeto mutuo y cordialidad”.
Se habla de entregar 60 billones de pesos durante los próximos 10 años. La cifra es en realidad un enigma. Las reparaciones individuales serán definidas por el gobierno en los próximos 6 meses y luego vendrán las instancias administrativas, los juicios sumarios y la bandada de abogados a revolotear sobre el botín. La ley es tan generosa que con la lectura de un solo artículo es posible hacerse una idea de las obligaciones del gobierno: “…deberá implementar un programa de rehabilitación que deberá incluir tanto las medidas individuales y colectivas que permitan a las víctimas desempeñarse en su entorno familiar, cultural, laboral y social y ejercer sus derechos y libertades básicas de manera individual y colectiva.”
Pero eso no es todo. El Estado deberá obligar a los verdugos a enaltecer a las víctimas y se compromete a que los horrores no se repetirán. La ley estipula la existencia del conflicto interno y al mismo tiempo decreta su fin. Se compromete a “desmantelar las estructuras económicas y políticas que se han beneficiado y que han dado sustento a los grupos armados…” Luego de tres horas de lectura me quedó la idea de que la famosa ley no es más que un espaldarazo a la Constitución del 91, una triste reiteración, para que todos los derechos allí escritos se cumplan al menos en cabeza de quienes tienen el dolor de un muerto propio sobre la espalda. Eso sí, debió morir a manos de un ejército con camuflado.

martes, 7 de junio de 2011

La República del Sol





Las últimas deliberaciones en la Puerta del Sol, en Madrid, han sido pospuestas por la lluvia. Cuando el camping comienza a languidecer y la asamblea popular se apresta a tomar la decisión más importante de los últimos tiempos -quedarse unas semanas más o levantar los plásticos y volver a los barrios- amigos y contradictores intentan un balance: ¿Rebelión democrática o fiesta twittera? ¿Política sin partidos o parodia parlamentaria? ¿Conciencia colectiva o sencilla aburrición en grupo?
Ni siquiera los trajinados por las arrugas y las desilusiones que dejó mayo del 68 y otras muchedumbres esperanzadoras logran ponerse de acuerdo. Algunos se burlan de una sublevación que custodia una guardería en el centro de sus deliberaciones. Otros le atribuyen la conciencia de un país dormido frente a la retórica patriotera y la botella. Un editor español, autor de algunas fotos en el París de Daniel el Rojo, dice con la sorna que entrega el feliz desengaño: “Siento que los acampados se preguntan: '¿Y qué hay de lo mío?'. Están preocupados por su futuro, lo cual está bien, pero a nosotros no nos importaba: no teníamos”. Un compañero de viejas luchas, pintor y confeccionista de afiches en las revueltas de La Sorbona, remata con aliento cruel: “Ayer había 10.000 personas en Sol. Y 23.000 en las Ventas, en los toros de San Isidro”.
Por su parte Antonio Muñoz Molina, una voz autorizada frente a las luchas contra la dictadura de Franco, parece conmovido con el orden de los jóvenes y no tan jóvenes acampados: “…creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica”. Muñoz Molina cree que los manifestantes pacíficos, cívicos en medio del desorden y entusiasmados por los grafitis limpios que entrega el Twitter, podrán llevar a una administración austera y transparente, a mejoras graduales surgidas de un consenso democrático, a debates inteligentes sobre educación y desarrollo. Me da pena con el escritor andaluz, pero creo que le entrega credenciales de parlamento ideal a una pequeña Torre de Bábel llena de prejuicios políticos y con el desasosiego como consigna principal. No en vano Michael Moore es uno de sus íconos y un libro de cuarenta páginas -¡Indignez-Vous!- la biblia de bolsillo del movimiento.
La República del Sol, con sus infinitas asambleas deliberativas, sus guardias, sus portavoces, no es otra cosa que un pequeño gesto. No dejará más que algunos nuevos noviazgos, tres pequeñas empresas de impresión, cuatro restaurantes vegetarianos y siete videos conmovedores. Toda su energía se gastó, de una manera eficaz hay que decirlo, en darle reglas a su pequeño Estado en el kilómetro 0 de España. Demostraron que es posible acampar, limpiar, debatir, cuidar los críos y compartir las cobijas en medio de una plaza pública. Cruzar las manos para mostrar el desacuerdo, borrar el mugre dejado en las puertas de los negocios, defenderse del embate de la policía y los oportunistas. Tan es así que su mayor logro, el más conmovedor según la prensa, fueron 30 segundos de silencio a la media noche del día sábado víspera de las elecciones regionales. Sonaron las campanas y los 25.000 congregados dejaron que hablaran por ellos, como una forma de desafío a la prohibición de dormir al descampado. La mejor de sus intervenciones.
En realidad solo hay una novedad detrás del 15M: por primera vez los jóvenes desocupados en Europa tuvieron envidia de sus colegas africanos.



jueves, 2 de junio de 2011

Inundaciones en Fontibón




De vez en cuando los ríos de la Sabana olvidan esa obediencia sinuosa que los obliga a los recodos. Y se pierde el paisaje de los árboles que rayan la corriente con una rama encorvada desde la orilla. Ahora todo es un pozo pardo, una ciénaga presuntuosa que no luce bien sobre una llanura encumbrada.
Parece que algún ocioso hubiera inclinado el plano de la Sabana a lado y lado para sacar de curso al río y fastidiar a las vacas, a los caballos de la policía que pastan en los alrededores, a los aviones que aterrizan sobre la pista en los potreros al occidente de Bogotá, en el aeropuerto El Dorado.
Hace 100 años, según cálculos a mano alzada, el pintor Roberto Páramo miraba ese mismo paisaje desde algún altillo cercano. Inundación en Fontibón es el título de dos óleos de buen tamaño, sin fecha y con una vista singular sobre la principal protagonista de sus cerca de 5.000 obras: “el alma melancólica de la gran llanura”.
Páramo fue uno de los encargados de sacar la pintura colombiana de las iglesias y los palacios de gobierno. El ojo deslumbrado de los diplomáticos europeos les señaló los prodigios a los jóvenes pintores que no veían más allá de las láminas recién llegadas de los museos. A mediados del siglo XIX, los encargados de negocios de Francia e Inglaterra fueron pioneros en el viejo truco de sacar el caballete a la intemperie. Luego vendrían los pintores de la Comisión Corográfica que recorrieron el país con un atado de pinceles y una idea de Humboldt bajo el brazo: “la unión de ciencia y arte para el registro de la verdad.”
Cuando llegó el siglo XX ya el paisaje era una obligación. En 1910, en la exposición del centenario en la capital, la mitad de las obras expuestas eran cuadros de la naturaleza. Y la Sabana de Bogotá era la más gris e inspiradora de las soledades: sombría para los románticos, luminosa para los recién convertidos al impresionismo, salpicada de ladrilleras y caminos de mulas para quienes necesitaban algo de color local.
Roberto Páramo fue uno de los pocos artistas de la época que no se embarcó rumbo a Europa. Dedicó sus caminatas y sus miradas a los alrededores de Bogotá y Tenjo, donde había nacido su esposa. Y llegó hasta Choachí, Sogamoso y Gigante en el Huila, donde un hijo lo llevó a conocer el calor.
Hace unas semanas los habitantes de Fontibón, Engativá y Kennedy protestaban por las inundaciones que cubrieron sus garajes y rebosaron el alcantarillado. Luego de la arremetida el agua estancada duplicó la imagen de los edificios hundidos. Las fotos en la primera página de los periódicos, tomadas desde los helicópteros, buscan encontrar la huella perdida del río, ordenar ese estanque sucio y desmañado. Sería imposible que a ras de agua alguien llamara paisaje al desastre.
Luego de ver sus dos inundaciones en Fontibón queda una certeza: todo tiempo pasado fue mejor…al menos para los extintos pintores de caballete al aire libre.