miércoles, 9 de octubre de 2024

Las barras mansas

 

Barras bravas de Nacional amenazan de muerte a la dirigencia

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Las barras son gueto y familia, pandilla y refugio, son religión y negocio, fiesta y tropel. Y muchas veces una pequeña radiografía de nuestros barrios y sus filos, de sus jerarquías de esquina y sus viajes reales o alucinados. La tribuna es la calle pura y dura. Pero el vidrio de las cabinas todo los distorsiona y desde las redacciones deportivas casi siempre se simplifica y generaliza con descalificaciones inútiles: “Delincuentes disfrazados de hinchas”, “vándalos”, “matones”, “bandidos”, “asesinos”. Y como ocurre tantas veces se clama por el código penal y la cárcel como única solución.

Tratar como un simple asunto delincuencial el tema de las barras es una apuesta al fracaso. En todas partes del mundo las barras tienen un incentivo que las hará irresistibles para muchos, una promesa para algunos de los jóvenes que no tienen nada qué perder ni donde escamparse. Pasa en Colombia como pasaba en Inglaterra. Algunos testimonios de ex integrantes de los Hooligans describen a los pelaos que ‘piratean’ en las carreteras de Colombia persiguiendo sus colores: “De repente tienes una nueva sociedad, un nuevo equipo, porque uno crece con las reglas de otros, las de tus padres, las de la escuela. Y de pronto tú estás haciendo las reglas”. Reglas nuevas y lealtades sagradas y peligrosas, los trapos son trofeos y los rivales enemigos. Para una “primera línea” de las barras la gresca es más importante que el juego, el rival es enemigo y el odio a la bandera local ahora es más importante que la pasión por la propia: “Luego de la pelea te sientes frenético por semanas. Todavía siento una cosquilla cuando pienso en eso. Quieres tener más y más, porque se vuelve excitante, es adictivo".

¿Proscribir o integrar?, es la gran pregunta que se hace en todas partes. El ejemplo de siempre sobre el éxito de la mano dura viene con la ‘Dama de hierro’ y la Inglaterra de los ochentas. Cámaras en los estadios, condenas penales, grupos especiales de policía y fiscalía contra los Hooligans. Entre 1985 y 1989 murieron 194 personas en estadios en tres tragedias provocadas por hinchas ingleses en Bruselas, Shefield y Bradfor. Para muchos la medida de verdad efectiva fue multiplicar por tres el precio de las boletas y sacar a los jóvenes de los barrios populares de los estadios. ¡Que peleen afuera!

Entre nosotros es una solución imposible. Las barras ponen cerca de una tercera parte de la taquilla de los grandes clubes y si los sacan con precios no habrá quién los reemplace. Esa purga sería una buena manera de acabar la violencia y el fútbol criollo.

Argentina es el ejemplo de una “estabilidad” problemática. Las barras han adquirido una gran importancia fuera de los estadios. La política, el crimen organizado, el manejo de los clubes, la influencia sobre el sistema judicial hacen parte de su poder más allá de la tribuna. Manejan todos los negocios afuera de los estadios, incluido el microtráfico, en ocasiones cobran por traspasos de jugadores, son dueños de la reventa. Han llegado muy lejos.

En Colombia hay historias exitosas de relación entre barras, equipos y administraciones locales. Las barras pueden ser una herramienta de integración, pueden compartir responsabilidades con autoridades en los estadios, pueden adquirir compromisos y autoregularse. Esa idea se sacarlas del juego solo las hará más radicales y muy seguramente les dejará en manos de los combos y la crimen. Si el Estado veta su organización y su desorden, si solo cree en los gases y la tanqueta, siempre habrá quien aprecie su lealtad y constancia, su furia y su mano de obra barata. La indignación de cabina no es una buena consejera para entender el aguante de la tribuna.

 

Barras bravas en el fútbol son un negocio en Colombia

 

 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Sangre de ayer y hoy

La Jornada: Cronología de la vida de García Márquez

 

Hace 42 años, en septiembre de 1982, unos meses antes de recibir el Nobel de Literatura, García Márquez publicó un texto sobre la invasión al Líbano por parte de Israel. El 6 de junio de ese año Menájem Beguin, primer ministro de Israel y premio Nobel de paz, había dirigido la incursión de la mano de Ariel Sharon, su ministro de defensa. García Márquez suena indignado por la reacción anestesiada, conforme si se quiere, de la llamada comunidad internacional: “El gobierno del presidente Reagan, por supuesto, fue el cómplice más servicial de la pandilla sionista. Por último, la prudencia casi inconcebible de la Unión Soviética, y la fragmentación fraternal del mundo árabe acabaron de completar las condiciones propicias para el mesianismo demente de Beguin y la barbarie guerrera del general Sharon.”

De nuevo las tropas de Israel han cruzado la frontera del Líbano y las palabras de García Márquez tienen una extraña mezcla de actualidad y profecía. Ese año marca el inicio de la confrontación actual, el nacimiento de los nuevos actores y el rastro de la pólvora de hoy. En ese largo conflicto parece que los ataques solo preparan las más fuertes masacres futuras. Miles de personas fueron asesinadas en el Líbano en medio de la “Operación paz para Galilea”. Israel tenía como objetivo la salida de la Organización para la Liberación de Palestina de su refugio libanés. La gente de la OLP huyó hacia Túnez luego de dos meses de la invasión. Estaban listas las condiciones para la creación de Hezbollah. La colaboración de Israel en las masacres cometidas por las milicias cristianas ayudó al crecimiento de la simpatía con la población Chiíta en el sur del Líbano y supuso el arribo de Irán a la ecuación de guerra. Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah que murió la semana pasada en un bombardeo Israelí en el Líbano, tenía 22 años y era un entusiasta de la revolución islámica en Irán. Ayudó a fundar el partido y la milicia y apenas diez años después ya era el secretario general de Hezbollah. García Márquez escribía de una barbarie recurrente y en el tiempo exacto de los nuevos motivos, objetivos y actores. El gran pedido del momento era “la instalación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza”, una solución que hoy solo hace pensar en un nuevo genocidio.

Al igual que en la actualidad, había grandes manifestaciones en Tel Aviv contra los artífices de la invasión: “Desde el principio de la invasión a Líbano empezaron en Tel Aviv y otras ciudades las manifestaciones populares de protesta que aún no han terminado (…) más de 400.000 israelíes proclamando en las calles que aquella guerra sucia no es la suya porque está muy lejos de ser la de su dios…”

García Márquez, al igual que algunos comentaristas y políticos actuales, compara a los líderes judíos con Hitler: “Para quienes tenemos una edad que nos permite recordar las consignas de los nazis, los dos propósitos de Beguin suscitan reminiscencias espantosas: la teoría del espacio vital, con la que Hitler se propuso extender su imperio a medio mundo, y lo que él mismo llamó la solución final del problema judío, que condujo a los campos de exterminio a más de seis millones de seres humanos inocentes.” Años más tarde, Vargas Llosa haría comparaciones similares al describir la vida de los Palestinos en Gaza.

Las lectura de la prensa viaja es muchas veces desconcertante y reveladora. Los periódicos de ayer son amigos del pesimismo, de las coincidencias sangrientas, “de los estragos semejantes en este mundo desdichado”, como decía el García Márquez de aquella época, listo recibir para las alegría del liqui liqui a pesar de todo.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Insultos oficiales

 

Insultos oficiales: Jean-Luc Mélenchon, Gustavo Petro y los medios de  comunicación | EL ESPECTADOR

 

Jean-Luc Mélechon, el líder de Francia Insumisa, el principal grupo político de la coalición de izquierda que recién ganó las elecciones parlamentarias, tiene muy clara cuál debe ser su relación con los “medios de comunicación tradicionales: “…es que no sirve de nada intentar entenderse con ellos. No sirve de nada. Hay que combatirlos. ¿Cómo? Burlándose de ellos. Enseñando a la gente. Como si toda la vida política fuera un momento de educación popular… ¿Por qué voy a la televisión? Voy porque nos hacen buenos vídeos. Los cortamos y los difundimos. Ellos pagan la luz, la gente, las cámaras, todo. Y pagan para que les insultemos. Como ellos nos maltratan, nosotros hacemos lo mismo… Si tú vas a discutir, trátalos de mentiroso, porque son mentirosos”.

El Presidente Petro citó la entrevista en uno de sus trinos de esta semana. Y ha mostrado, en diversas declaraciones, el mismo desprecio por cualquier medio de comunicación que refute sus ideas, critique sus posturas, desmientas sus afirmaciones de cada día o ponga en duda la bondad de sus reformas. Detrás de esa mirada hay una condescendencia insultante frente a una buena parte de la opinión pública que supuestamente no logra salirse de la manipulación, que según Petro y Mélechon, es incapaz de entender la misión impostergable y la visión benevolente de sus políticas. La lógica es bastante sencilla para estos hombres de pensar complejo: “No nos siguen o por ignorancia o por mezquindad”.

Muchos políticos exitosos han decidido elegir a los medios de comunicación como adversarios políticos. El debate con sus contrapartes ideológicas parece haber perdido relevancia, no es tan rentable entablar un pleito con un adversario político que con un medio con audiencia. En la actualidad las discusiones entre políticos tienen una especie de sordina mientras el enfrentamiento entre políticos y medios tiene un amplificador en redes y clicks. Mélechon lo repite con alegría: “Y la gente se ríe. Les gusta muchísimo la pelea ésta en la cual el poderoso está humillado. Hay que humillar a esta gente”. Ganan las elecciones pero esconden su poder, se esconden bajo la máscara de los perseguidos.

Pero hay una paradoja en su mirada sobre los “medios tradicionales” como los enemigos a vencer, como los determinadores de las decisiones políticas y las posibilidades de pensar de mucha gente. Al mismo tiempo consideran que han perdido buena parte de su influencia y citan la aparición de las redes y el crecimiento de los “medios alternativos” como un punto de quiebre. Buscan su eco y al mismo tiempo minimizan su importancia: “Pero si tenemos como punto de vista que ellos no tienen ningún poder, al final, ¿qué queda? El que no me ama, lee que soy lo peor de todo. ¿Qué más? Mira la fotografía y no lee, pero es que ya lo sabe.”, dice Mélechon en su entrevista con Pablo Iglesias.

Políticos de todos los colores tienen hoy una estrategia igual. Descalificar la prensa en debate público, utilizarla para amplificar su propaganda, minimizar su influencia y alentar sus bases por medio del insulto a los periodistas. También Trump dice que “la prensa es el enemigo del pueblo americano”. Bukele ha pasado de las palabras, declarar enemiga a la prensa, al acoso y las amenazas. La ofensa y la burla a los reporteros es su herramienta. También López Obrador dice que todos los medios están en contra su gobierno. La victimización es otra habilidad.

Ahora la estrategia es esconder el poder político, atenuar sus posibilidades, pagar azuzadores profesionales, disfrazar la propaganda oficial de medios alternativos, esconder los entuertos mediante el escándalo de los tropeles en redes. Apagar la vigilancia mediante el incendio.