miércoles, 24 de noviembre de 2021

Policía sanitaria

 



 

Los campos de cuarentena en China parecen una inmensa colección de baños públicos dispuestos para un evento multitudinario. Cubículos de 18 metros cuadrados se enfilan en un orden recién dispuesto. En marzo de este año sorprendieron las imágenes del campo en Xishuangbanna en la provincia de Yunnan. Más de cuatro mil celdas de plástico donde los confinados sacaban la cabeza por una ventanilla en medio de la puerta. La mayoría de ellos fueron conducidos por la policía por un supuesto contacto con alguien contagiado con Covid. Por el paso de tres semanas en la prisión sanitaria deben pagar 330 yuanes (46 dólares) diarios. Los traslados se dan en medio de largas filas de buses con “capturados” que no saben muy bien a dónde los llevan. Cosas del Partido Comunista Chino y su afición por los grandes corrales.

Pero el terror Covid ha terminado por igualar a países que parecía imposible incluso comparar. Australia acaba de disponer de un campo obligatorio de cuarentena para quienes hayan tenido contacto estrecho con un contagiado. Hasta hace poco el campo, cerca de la ciudad de Darwin en el norte del país, era solo para viajeros recién llegados del exterior. Pero un reciente documento oficial deja claras las nuevas condiciones: “Cualquiera que haya tenido contacto cercano con un caso confirmado de COVID-19 puede ser enviado a cuarentena en su hogar, en una dirección alternativa o en un alojamiento arreglado por el gobierno.”

Australia y China se diferencian ahora por el tamaño de sus celdas sanitarias. El Centro de Resiliencia Nacional tiene mejores instalaciones y un cuadernillo de 39 páginas de reglas. El personal de salud entra de manera sorpresiva a tomar temperatura y soldados y policías patrullan gritando que todo el mundo debe usar mascarilla. Una detenida dijo hace poco que la temporada de catorce días tuvo algo de campamento de carretera, cárcel y hospital. En mayo de este año fue famosa la escena en la que una mujer de 39 años tira su morral por encima de la valla del antiguo campamento de trabajadores y trepa para salir caminando. La fuga le costó una multa de cuatro mil dólares.

La fiebre ha comenzado a extenderse por Europa con el aplauso de las mayorías y las demostraciones de temple de los gobiernos. La política marca las decisiones de cuidado y los gobernantes aprovechan para trazar una línea entre los apestados (los no vacunados) y los sanos y responsables. Segregar minorías peligrosas siempre será una política para el aplauso. Austria no construye campamentos pero decreta casa por cárcel para quienes no se han vacunado. Italia ha prohibido el ingreso a los lugares de trabajo a quienes no tienen vacuna. Recuerda en algo a nuestros lazaretos en el siglo XIX cuando los leprosos perdían el derecho a votar y a heredar. ¿Aparecerán también los Secretarios de Lucha Anti Leprosa que recibían recompensas por señalar a posibles enfermos? ¿Bonos del Estado por marcar las casas de los no vacunados? En Italia más de 80% de la gente tiene esquema completo y para muchos científicos la evidencia médica no respalda la restricción.

La sensatez no se ha perdido del todo. En Estados Unidos una Corte de Apelaciones en New Orleans tumbó la exigencia de vacunación para trabajadores de empresas con más cien empleados. La Corte habló de los “graves problemas constitucionales” de la exigencia. En Inglaterra, el Imperial College ha dicho que sería más útil una focalización de vacunación y refuerzo a las personas con mayor riesgo que la exigencia general de un pase sanitario. El ministro Ruiz ha comenzado a admirar a Austria. Una advertencia velada para lo que viene. No solo se trata de cumplir metas a toda costa, sino de cumplirlas con la policía a bordo. Las batas blancas han comenzado a ser insuficientes para la propaganda.

 

 

 

 

 

 

 

 


miércoles, 10 de noviembre de 2021

Rayarlo todo

 




Un gol no puede taparlo todo. No puede evitar daños ni cubrir dolores. Los goles son un instante para el olvido, un manto a medias en forma de grito compartido, una mentira contra las tristezas y la vida sin compasión. Pero los goles han servido muchas veces como estribillo de causas más allá de los colores que arremeten contra el arco contrario. Las banderas políticas ondearon en los estadios menores de las primeras décadas del siglo XX. Los obreros entregaban los suyo en la cancha que muchas veces fue el terreno de las compensaciones. Entre esos clubes con una larga historia política está el Rayo Vallecano, reciente hijo adoptivo de Colombia.

La historia empieza en la casa de Prudencia Priego en el municipio de Vallecas cerca a Madrid. Su domicilio aparece en el acta de fundación de la Agrupación Deportiva el Rayo. Doña Prudencia era la encargada de lavar los uniformes y guardar los maletines de los jugadores, si así se les puede llamar a esos primeros entusiastas. En 1932 el equipo ganó el título en el campeonato de la Federación Obrera de Fútbol y en el 39, con el triunfo del fascismo, ya servía como campo de concentración. Según el libro Fútbol y anarquismo, escrito por Miguel Fernández Uribía, allá “guardaban” a los derrotados, algunos de ellos asesinados después por los falangistas. Paradójicamente su primer presidente, hijo mayor de doña Prudencia, era guardia civil del ejército. En América los equipos obreros y anarquistas se formaron sobretodo en México, Chile y Argentina. La casa natal de Maradona, Argentinos Juniors, se llamó al comienzo Mártires de Chicago en honor a los trabajadores anarquistas ahorcados en esa ciudad en 1887. Un buen grito para el 10.

En el 76, cuando Vallecas ya era un barrio de Madrid, el Rayito llegó a la primera. Un punto contra el Getafe en la última fecha cerró la hazaña. Falcao acertó desde el comienzo con el número 3 sobre su lomo delantero de 300 goles en Europa. El número de su papá, de Radamel Falcao King, es emblema de obrero en la defensa. Trocar el 9 por el 3 es de algún modo calzarse el overol. Y aunque trabaja a media jornada en cada fecha marca un gol cada 66 minutos.

Los Bukaneros, la barra dura, referente del Club desde 1992, chifló con toda durante la presentación de Falcao al presidente Raúl Martín Presa, cercano a políticos del derechista partido VOX: “Rada sí, Presa no”, fue el primer coro que oyó El Tigre. Los Bukaneros se proclaman muy bien en su estrofa más repetida donde hablan de la ‘República de Vallekas’: “Somos los hinchas más anarquistas / loss más borrachos, los más antifascistas. / Nuestro Rayito revolucionario, / todos los fachas, fuera de mi barrio”.

Parece difícil encontrar algún alboroto local que pueda alinear a Falcao y su historia con esos ímpetus de la tribuna y el espíritu de su nuevo equipo. Pero siempre aparece un juego olvidado. Y esta vez coincide en el tiempo con la fundación del Rayo.  El departamento del Magdalena fue campeón de fútbol en los primeros juegos nacionales que se disputaron en Cali. El Liceo Celedón y el Club Mamatoco aportaron los jugadores del Magdalena que ganó 2-0 la final contra Barranquilla en enero de 1929. La masacre de las Bananeras era una noticia reciente. A volver a su departamento, a comienzos de febrero, los jugadores pidieron la libertad para los trabajadores sindicalizados que estaban detenidos en Ciénaga. Las autoridades locales accedieron a la demanda y salieron los obreros afiliados al sindicato Sociedad Unión. Fue el trofeo del momento. Apenas para honrar la camisa del ciclón bananero y su número 3 para todas las defensas.

 

 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Un gueto inmune

 




Las universidades públicas saben algo que todos ignoramos. Deberían compartir el conocimiento que el país entero desconoce y salvarnos de esta irresponsabilidad que nos tira a las calles, a los estadios, a los buses, a los bares y a las oficinas. Es injusto que nos nieguen la sabiduría de la prudencia que practican desde hace dos años y que ha librado a los bachilleres que se graduaron desde diciembre de 2019 en adelante de conocer a sus compañeros en los campus. Porque afuera ya se han arriesgado a ser novios y a morder el borrador del mismo lápiz. Las universidades salvan hoy en día al país del contagio que podría producirse en sus sedes. Son focos de sanidad en medio de una ciudadanía temeraria.

Pero se empeñan en cerrar sus puertas y sus secretos. No muchos de sus directivos están dispuestos a dar declaraciones sobre el tema, los decanos solo se atreven por video llamada con tapabocas y los profesores están ventilando sus gracias en la calle y sus clases desde la casa. Hace poco la directora de bienestar universitario de la Universidad de Antioquia me dijo que ellos atienden al pie de la letra las recomendaciones de un comité de expertos. En mi ignorancia supina sentí un alivio al saber que la ciencia no dicta las decisiones para todos los sectores en el país. Nos ha salvado la superstición y el atrevimiento. Le pregunté a la directora de “bienestar” por la protección que entregaban las vacunas a los profesores y me dijo que no era suficiente porque los alumnos son la población menos vacunada. Le hablé de la seroprevalencia, la protección natural que hemos adquirido por contagio, y me dijo que no hay datos suficientes. El reciente estudio del INS entregó un dato concreto, el 89% de los colombianos ya ha tenido contacto con el virus. Me respondió que ese estudio es parcial y no se ha hecho uno robusto en el país. La Universidad de Antioquia solo cree en los datos que no existen.

Lo que de verdad sería responsable es que la gran mayoría de las universidades públicas, reacias a volver a la presencialidad, dejen claro que las clases se han convertido en algo prescindible. Que expliquen el nuevo modelo de estudios, de posibilidades mixtas para los alumnos en las regiones, de acuerdos previos entre estudiantes y profesores para sus cursos en clase o en pantalla ¿Hay un nuevo modelo? ¿La pandemia mostró nuevas opciones para todos? Pero es imposible seguir amparando el cierre con la disculpa sabia de su responsabilidad. “La prudencia que hace verdaderos necios”, es el grafiti para los muros de las universidades cerradas

No es creíble que el 90% de los colegios en Antioquia estén en clase y las universidades públicas, con mejores infraestructura, sigan vendiendo el humo de la bioseguridad. Nunca había sido tan claro que la ciencia exacta que buscan, el cero riesgo, el cero Covid, puede ser la más dañina superstición. Octubre pasado fue el mes con menos muertes por Covid en Colombia desde mayo de 2020, cuando la pandemia apenas empezaba. Pero eso son datos preliminares, sentido común de los legos, ellos tienen otras cifras. En realidad tienen sobre todo otras maneras de tomar decisiones, mas burocráticas y más lentas.

Hace diez años el director del Sena, Darío Montoya, dijo al dejar su cargo: “Hay que desbaratar el salón de clases. Eso tenía vigencia hace 20 o 30 años, cuando para poder aprender uno tenía que tomar notas en un cuadernito.” Llovieron críticas desde las universidades, hoy parecen abrazar esa teoría pero sin admitirlo, con el tapabocas como máscara.

Me quedó sonando algo que dijo el personaje de la última obra del Águila Descalza, Coronavirus, una obra viral: “¿Por qué no han abierto la Universidad de Antioquia? Porque ya no es necesaria. No sea que el chiste se vuelva realidad.