miércoles, 29 de enero de 2020

Morir joven






Nuestras ciudades viven desde hace décadas una guerra absurda y caótica entre jóvenes. Miles de pelaos con realidades paralelas terminan siendo víctimas o victimarios por razones que se confunden con azares. El barrio donde crecieron, la cercanía con la esquina donde parcha un combo, la necesidad de probar finura o el recelo entre dos duros pueden pararlos en los extremos de un duelo a muerte del que casi siempre resultan dos perdedores. Según un estudio publicado el año pasado por el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia de Medellín (SISC), en la ciudad fueron asesinados 57.385 jóvenes entre los 14 y los 28 años en las últimas tres décadas. El 56% del total de homicidios en la ciudad tienen cómo víctima a un joven en ese rango de edad. Y si tuviéramos la posibilidad de conocer a los victimarios, muy seguramente un porcentaje igual o mayor estarían en la lista.
“Nací como muchos otros no soy el único / en medio de disparos de revólver y fusil en medio de regueros de sangre. / Oh san sangre / que te acabaste de coronar de santidad en el siglo veinte / Me enseñó desde pelado la vida como es la vida”. Los versos son de Helí Ramírez, poeta del barrio Castilla que contó la calle y sus caídas como nadie lo ha hecho hasta ahora. No muchas veces se hacen esfuerzos desde las entidades del Estado para entender esa guerra no declarada, esa lucha por rentas menores, estatus y defensa del barrio que deja miles de muertos cada año. El testimonio de cincuenta menores de dieciocho años que han ejercido violencia homicida sirve como marco al estudio mencionado, una búsqueda de las motivaciones y los factores de riesgo de la violencia homicida contra jóvenes en la ciudad.
Lo primero es que rara vez se habla de reclutamiento forzado para entrar a los combos en los barrios. La lógica se da una manera más sutil. El consumo y la venta de drogas sigue siendo una de las clásicas formas de enganche. Niños que comienzan su consumo antes de los 12 años se hacen cercanos a la dinámica de las ollas y muy pronto son los “cachorros” del parche. No es difícil pasar de cliente habitual a jíbaro de oficio. La deserción escolar es otra decisión que impone nuevas lógicas, rompe con el mundo infantil e impone los retos de los adultos a una edad en la que es imposible el criterio para medir riesgos. Niños que desde los 14 años logran su independencia económica apoyados en los combos. El salón de clases es casi siempre un mundo que genera desconfianza y algo de respeto al bandidaje. Los sentimientos de rabia y venganza que genera la violencia ejercida contra la familia es otro de los impulsos claves a la escena de la ilegalidad. Las “vueltas” en el círculo familiar también entregan la posibilidad de entender muy pronto esas dinámicas, estar cerca a las armas y elegir referentes que patronean, que son los “señores” en el barrio. La tolerancia social a los grupos ilegales (hay comunas en Medellín en que el 30% de la gente dice acudir a los combos para resolver conflictos) también hace más sencilla la incorporación de los jóvenes. Los jóvenes “regentes” son vistos con simpatía y respeto, como portadores de un liderazgo social y un orden necesario. Las fronteras invisibles también hacen que los jóvenes tengan una muy limitada movilidad y conocimiento de ambientes distintos. Ese “encierro” empuja muchas veces a una defensa desproporcionada de su entorno. Además, en esa vida que muchas veces se restringe a la relación con su combo, pequeños malentendidos adquieren una dimensión de vida o muerte.
Muchas veces, más que cámaras de seguridad, se necesita una mirada atenta a los entornos juveniles.


miércoles, 22 de enero de 2020

Redes en furor





Hemos pasado de la indignación por los hechos a la furia frente a las opiniones. Antes se rabiaba por la ineptitud de los funcionarios, la venalidad de los contratistas, el cinismo y la falta de coherencia de los candidatos, ahora se oyen las matracas y las cantaletas de clanes fascinados más por las ideas contrarias que por las propias. Parece que hoy se tienen más claras las discordias que las afinidades, se piensa por reacción, se practica algo parecido a la filosofía de la represalia.
Esa permanente crispación frente a los decires ajenos es también una dolencia asociada a la solemnidad. Parece que tomamos demasiado en serio el parloteo insomne de las redes, las noticias y la prensa. Bien vendría darle una mirada a los bien conservados Ensayos de Montaigne, ensayos también en el sentido de ser simples intentos, ejercicios muchas veces predestinados al error. Era esa una de las virtudes del primer hombre moderno, según algunos de sus admiradores. Tener sus pensamientos por provisionales, llenar sus páginas de expresiones como “quizá”, “hasta cierto punto”, “creo”, “me parece”, palabras que “suavizan y moderan la aspereza de nuestras proposiciones”.
Tal vez la frase más inquietante de Montaigne para los lectores de estos días sea esta declaración sin principios: “Ninguna propuesta me asombra, ninguna creencia me ofende, por mucho contraste que ofrezca con las mías propias”. Hoy parece una renuncia inaceptable, un vacío de razones, un abandono simple y llano. Montaigne hablaba sobre todo de las opiniones y reflexiones filosóficas, ese era el centro de sus intereses y sus conocimientos, pero por supuesto hablaba también de inquietudes políticas e inclinaciones religiosas. Ahora nuestras pugnas son sobre todo electorales, ni siquiera fundamentalmente políticas o ideológicas, hemos permitido que el más vulgar de los escenarios cope toda la atención.
Montaigne sentía fascinación por el sentimiento de la extrañeza, visitaba los “monstruos” de la época, personas con malformaciones, para intentar encontrar un sentido humano distinto, para conocer criaturas por fuera de las categorías conocidas. Pero siempre descubría la misma humanidad y terminaba aceptando que la rareza más grande e incomprensible estaba encerrada en su cuerpo, se sorprendía de sus cambios de opinión y de la fragilidad de sus estados de ánimo: “Mi pie es tan inestable e inseguro, me encuentro tan vacilante y dispuesto a resbalar, y mi vista es tan poco fiable, que en ayunas me siento otro hombre que después de comer. Si me sonríe mi salud y la luz de un precioso día, soy un hombre estupendo; si tengo un callo que me duele en el dedo del pie, soy hosco, desagradable e inaccesible”.
Buena parte de nuestras controversias se han convertido en una competencia de descalificaciones, unos pleitos que se alimentan más de la bilis que de la burla. Batallas que buscan golpes de desprestigio. Montaigne destacaba los peligros de un concepto de la época que justificaba la brutalidad en la guerra, el “furor” de los combatientes hacía normal que no se contuvieran y que la piedad pudiera ser olvidada. Ese mismo “furor” hace olvidar hoy toda obligación de compostura y valoración de ideas en el debate de nuestras coyunturas.
El poeta irlandés Thomas Moore escribió una especie de oración al sereno escepticismo que puede servir como un pantallazo obligado antes de entrar al tinglado de las redes sociales: “Cuando pasan las olas del error / qué dulce es alcanzar al fin tu puerto tranquilo, / y suavemente balanceado por la duda ondulante / sonreír a los tenaces vientos que guerrean afuera”





miércoles, 8 de enero de 2020

Secretarías y dependencias






El juego es sencillo, un camuflaje sin mucho esfuerzo, un delantal blanco recién lavado para ocultar los regueros partidistas que desde hace tiempo destiñen y manchan. El delantal está marcado como Grupo Significativo de Ciudadanos y sirve para que los políticos de oficio se presenten como políticos de ocasión por medio de un arrume de planillas firmadas. Cambian entonces el logo del partido o los partidos, que pasan a ser unos avisos en la espalda, por el calificativo de independientes o alternativos.
Antioquia tuvo el mayor número de candidatos por firmas en las pasadas elecciones de octubre. Pero en Colombia los candidatos vergonzantes de sus orígenes políticos has venido creciendo. El año pasado se inscribieron 91 aspirantes por firmas para alcaldías de capitales y gobernaciones. Casi dos terceras partes de ellos terminaron en alianzas con partidos tradicionales. Y desde 2011 hasta 2019 el crecimiento de este tipo de candidaturas alcanzó el 488%.
Los ganadores en alcaldía de Medellín y gobernación de Antioquia se presentaron con firmas aunque tenían detrás sonoras coaliciones partidistas. En el caso de Aníbal Gaviria era más una estrategia para acomodar un variopinto tropel de partidos sin mostrar una preferencia marcada. Era imposible para Gaviria ser independiente luego de haber participado con bandera roja en múltiples elecciones y cargos públicos. Para Daniel Quintero, en cambio, fue un parapeto perfecto en una ciudad que abandona cada vez más el voto amarrado y en un ambiente que alentaba a votar independiente. Quintero ha hecho toda su carrera al lado de partidos y políticos variados. Fue candidato al concejo de Medellín por el partido conservador en el 2007. Luego impulsó la candidatura de su hermano a la misma corporación en 2011 por el Partido Verde apoyando a la dupla Aníbal Gaviria y Sergio Fajardo. Más tarde aspiró a la Cámara en Bogotá por el partido Liberal y terminó trabajando en el gobierno de Juan Manuel Santos. Algunos dicen que en todo el recorrido también tocó las puertas de Cambio Radical y La U.
Ahora, la designación de algunos miembros de su gabinete muestra filiaciones, coaliciones y obligaciones del candidato independiente y el alcalde de partidos. Esas relaciones no descalifican a los recién nombrados, por supuesto, pero sí dejan claro que hubo firmas de la política pura y dura más allá de las planillas. Una corta lista a mano alzada.
Empecemos por la secretaria de Infraestructura, Natalia Urrego Arias, hermana de la esposa de León Mario Bedoya, ex alcalde de Itagüí con el respaldo del senador conservador Carlos Andrés Trujillo. Ese grupo completará 12 años de reinado en el municipio y con apoyo de liberales y Cambio Radical han ganado las alcaldías con cerca del 50% de los votos.
El secretario de hacienda, Óscar de Jesús Hurtado, ha sido dos veces representante a la cámara por el partido Liberal. Lleva 16 años dedicado al juego electoral con 4 candidaturas consecutivas a la cámara por Antioquia, dos quemadas y dos periodos. Apoyó a Humberto de la Calle en la primera vuelta y a Gustavo Petro en la segunda.  
Alejandro Arias García, el secretario de gestión territorial, fue candidato quemado al Concejo en el 2012 de la mano de Gabriel Jaime Rico y fue coordinador de su equipo universitario hace unos años. Rico vuelve por interpuesta persona a La Alpujarra, su Plaza Mayor.
El candidato de Daniel Quintero al Área Metropolitana, tal vez el segundo cargo más importante en el Valle de Aburrá, es Juan David Palacio. Un joven cuya gran experiencia pública es haber sido secretario del Concejo de Medellín a los 25 años impulsado por el entonces concejal Miguel Quintero, hermano del actual alcalde. Antes había gerenciado Transportes La Estrella. Juan David es hijo del político Conservador Oscar Iván Palacio, curtido en las lides de la burocracia y los directorios donde ha trabajado con Andrés Pastrana, Álvaro Uribe. Pedro Juan Moreno, Jorge Hernández…
La secretaria de salud, Jennifer Andree Uribe, trabajó en la Unidad de Apoyo del concejal Miguel Quintero y en el ministerio de las TIC con el actual alcalde cando era viceministro. Ha sido cercana a los procesos políticos en el municipio de La Estrella. La política partidista del actual alcalde tiene buenas rachas desde los municipios del sur del Valle de Aburrá.
La directora del Inder, Diana Paola Toro, tiene el perfil para el cargo, y tiene además la recomendación de Jhony Jaramillo quién ha trabajado con los liberales, fue gerente de la campaña del Centro Democrático al Concejo de Medellín en 2015 y candidato a la Cámara quemado por el partido de la U en 2018.
Veremos pues algunos enfrentamientos de visiones e intereses en un gabinete con peso político en las posiciones con más presupuesto e influencia, y con un intento de balance independiente en secretarías con grandes expectativas en sectores alternativos. Las tensiones de siempre entre una parte de los votos y unas líneas del discurso.