martes, 29 de enero de 2019

Tengo la camisa parda








A finales del año pasado recibí una extraña reprimenda caminando por una calle del Centro de Medellín. Era un viernes en la noche e iba con unos amigos a una fiesta en lo que podría llamarse los bajos de la Catedral. El mundial de Rusia me había dejado una camisa con el perfil de Lenin como suvenir. No era ningún símbolo de militancia, solo una frivolidad, un amparo para la memoria más allá de las fotos en el teléfono. Cuando pasábamos por la puerta de un local dudoso, tal vez un motel de última hora, un inquilinato, un estriptis de ocasión, el joven portero, vestido con una gorra y una camisa con un número 5 en el pecho y tres tallas por encima de su cuerpo,  me miró con atención y me dijo con un acento digno de Rodrigo D.: “Uyyyy, ¿puro Lenin?, ojo con la democracia apá”.
Nos reímos de esa inesperada advertencia política. Me sorprendió que ese joven reconociera de paso el perfil de Lenin, que lo asociara al totalitarismo y para terminar, que hiciera un llamado a la defensa de la democracia. Incluso me hizo pensar en mi camisa como una posible afrenta. En estos días he visto en la ciudad manifestaciones parecidas a las del nea democrático de esa noche. Hace poco vi las fotos de unos jóvenes encorbatados, con una banda dorada cruzándoles el pecho, sosteniendo una pancarta que rezaba: “Frente al c recimiento del terrorismo comunista: Señor Presidente: ¡Devuélvanos el país!”. El semáforo cambiaba a rojo y los jóvenes salían a cumplir su misión. Al parecer eran los acólitos de Tradición Familia Y Propiedad, una secta teatral que produce más risa que temor. Pero las reivindicaciones a la democracia no pararon con ese salmo de esquina. En los últimos días apareció el video de un encapuchado que se dice miembro de la “Brigada Nacional 18”, organización política anticomunista, y armada ya que el vocero traía fusil al hombro y pistola en mano, sin vínculos con partido alguno. Su consigna resulta algo incomprensible: “Apoyamos a todos los que lo merecen y no pedimos nada a cambio, excepto la mejora y defensa de nuestra gente de manera honorable”. Esos plurales indescifrables hacen temblar, solo ellos sabrán cómo conforman sus grupos de amigos y enemigos.
Luego de la marcha contra el ELN y la agresión a un joven que llevaba una camisa desafiante a la visión monocromática de los manifestantes, queda claro que en Medellín hay muy diversos grados de fanatismo. La política de todos los días ha enardecido los ánimos frente al simple disenso. Aquí la vehemencia es sinónimo de agresión, la burla al caudillo se trata como traición, la diversidad como amenaza. Todo ese ruido me hizo recordar el famoso discurso Contra el fanatismo de Amos Oz, fallecido hace unos meses luego de ser tildado muchas veces de traidor por sus compatriotas judíos y de complacer al sionismo colonial por la contraparte árabe.
Oz habla de esa peligrosa intención de cambiar al otro que exhiben los fanáticos, de su compasión y su altruismo frente a los errores de los demás: “El fanático se desvive por uno. Una de dos: o nos echa los brazo al cuello porque nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos”. Y señala además los riesgos del “culto a la personalidad, la idealización de los líderes políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores”. Son esos líderes los que llevan a extremos el deseo natural de pertenecer y hacer que otros pertenezcan a un mismo grupo. Tal vez el llamado a reconocer nuestra ignorancia frente a los demás, nuestra imposibilidad de vender una receta uniforme es el mejor punto de ese discurso de Amos Oz: “…qué poco sabemos, incluso cuando tenemos el ciento por ciento de razón”.


martes, 22 de enero de 2019

Fatídico sermón


Resultado de imagen para eln + Cura Pérez Coce



 Al ELN solo lo puede sostener una especie de inercia enfermiza, una apología del fracaso, un triste sentimiento de heroísmo por resistir, por marchar inútilmente. La “lucha popular prolongada” ha logrado que sus líderes mueran de viejos o sean dignos de un museo de cera para la visita de las agencias internacionales de prensa. Malcolm Deas describe muy bien su tránsito de más de medio siglo de combates: “Es de suponer que la supervivencia requiere de un gran esfuerzo mental y físico, y que lograrla, junto con las pequeñas mejoras en las condiciones materiales y de seguridad, es una fuente continua de autosatisfacción, un indicador de que se va por buen camino”. De modo que su gran hazaña revolucionaria es el aguante. Esa resignación de recorrer un camino inútil pero obligatorio la sostenía el cura Manuel Pérez al mencionar a guerrilleros, que como Moisés, “persisten, resignados a que ellos nunca pueden ver la tierra prometida”.


La incansable hipnosis frente espejismo cubano, con Fidel muerto y Raúl jubilado, solo puede venir de las alucinaciones capitalistas que entrega el narcotráfico. El carácter religioso del ELN ha contribuido a esa tendencia al fanatismo y a las purgas de los infieles en sus campamentos. Eric Hobsbawm, historiador inglés que visitó por décadas a América Latina en busca de sus movimientos revolucionarios, describía también las plagas radicales del ELN que desde los años ochenta se resistió a los diálogos planteados por el presidente Betancur: “El ELN atrajo curas y estudiantes, pero su insensatez y su falta de objetivos políticos pronto se volvieron evidentes. Probablemente haya ejecutado un número mayor de  sus propios combatientes y excombatientes como ‘traidores’ que soldados del ejército colombiano.” Esa semblanza del ELN escrita en 1986 muestra que su rezago y su anacronismo cumplen al menos tres décadas. Es imposible que los dirigentes del Comando Central, una definición de la cúpula que ya suena caricaturesca, todavía crean en la fantástica teoría foquista, según la cual un foco guerrillero al interior del país serviría como ejemplo para encender el fuego revolucionario. Hoy solo existen pequeñas parrillas de ilegalidad minera, narca o extorsiva con ambiciones y perversiones propias.
Muchas veces se ha hablado de una guerrilla formada por una estampida de estudiantes en los setenta, por universitarios que no podían resistirse al entusiasmo revolucionario. Pero Joe Broderick, autor de varios libros sobre Camilo Torres, dice que en 1970, ocho años después de su fundación, el ELN tenía ochenta combatientes. Y menciona cómo Fabio Vásquez Castaño, uno de sus fundadores, miraba con algo de sorna a los guerrillos que llegaban con sus libros en el morral. Tal vez eso explique que Aldemar Rojas, señalado de cometer el atentado en Bogotá, haya estudiado hasta tercero de primaria. Hay que decir que en algún momento los jefes de la guerrilla sentenciaron a muerte a Broderick por andar preguntando por la vida de su mártir. El morralito de libros del ELN puede explicar la maraña ideológica de esa guerrilla: La hojarasca, Cien años de soledad, algunos libros de Martí, un par de novelas soviéticas, cuentos de la revolución mexicana
Camilo Torres hablaba de la “obligación cristina” de la lucha armada, de la necesidad de la entrega total por la causa, que como dice Posada Carbó: “...en clave bíblica solo puede conducir a la desesperación fanática”. A pesar de eso, sus líderes, “hablan más de matar, de manera práctica y sucinta, que de morir”.



martes, 15 de enero de 2019

Estridencia acusatoria





La Fiscalía ha pasado de las acusaciones a la defensa en causa propia. Tiene múltiples maneras de abogar en favor del Fiscal General y su largo recorrido de negocios, vueltas, transacciones y enmendaduras. Sabemos que Néstor Humberto Martínez era algo así como el Corrector General de los entuertos del Grupo Aval como socio de Odebrecht. Para su defensa se usan comunicados, declaraciones, hilos en Twitter y sonoras noticias de acusaciones, detenciones o acuerdos. De otro lado, el difícil e incierto equilibrio del Fiscal termina por ocultar el desenlace de acusaciones cojas y medidas temerarias que se han hecho costumbre. De modo que el mecanismo por un lado oculta los líos del jefe y por otro las deficiencias de sus subalternos.
Dos noticias recientes en Antioquia dejan ver algunas perversiones acusatorias. La primera tiene que ver con la libertad concedida a Santiago Gallón Henao. La Fiscalía descargó como es costumbre la responsabilidad en el juez de control de garantías y los medios siguieron esa ruta. Pero el trayecto muestra la fallida y desleal apuesta de los acusadores. Gallón Henao fue detenido acusado de narcotráfico. Setenta días después se intentó una audiencia de acusación que terminó frustrada por la no comparecencia de todos los acusados. Luego los defensores propusieron un preacuerdo donde Gallón admitía cargos. La Fiscalía lo firmó y quedaron a la espera de la decisión de un juez de aprobar o improbar el acuerdo. Durante ese lapso se suspenden los términos. Esa suspensión se hace para que los defensores no renuncien al acuerdo a última hora y pidan libertades por vencimiento de términos. Mejor dicho, para que no simulen la voluntad de un acuerdo para lograr una libertad abusando del derecho. En este caso quien renunció al acuerdo a última hora fue la Fiscalía. Antes de la audiencia dijo que ya no le gustaba ese arreglo y que como los términos estaban suspendidos, Gallón Henao debía seguir en la cárcel aunque la detención iba a cumplir 300 días sin cuando el plazo legal marca 240. La Fiscalía pretendía aplicar al acusado la misma treta prohibida a la defensa. Gallón Henao quedó libre y los fiscales señalaron al juez de garantías.
Con la detención del alcalde de Envigado el Fiscal General sacó a relucir sus “Bolsillos de Cristal”, habló de pulcritud y se refirió en tono socarrón al manejo de natillera que le daban a los recursos del municipio. Incluso mencionó un lote de 50 millones que se pretendía vender al municipio en 1300 millones. Una hora de investigación habría dejado claro que los 50 millones eran el avalúo catastral y que empresas calificadas mostraban un avalúo comercial de 1300 millones. Muy pronto quedó claro que no había peculado porque nunca se comprometieron recursos públicos y el lote no se podía comprar sin aval del Concejo. Se trataba de una transacción entre particulares, una estafa del dueño del lote que vendió una factura falsa (expedida por la secretaría de hacienda) a una empresa de Factoring. Tampoco había celebración indebida de contratos ni contrato sin cumplimiento de requisitos. Solo una falsedad en documento público que el fiscal del caso no mencionó. De forma similar se cayeron los otros dos casos que llevaron a la captura del alcalde. Al final el juez impuso la medida que lo separó del cargo por una conversación con un concejal para que no cerrera una cantina. De modo que la Fiscalía cojea y luego señala a los jueces porque la justicia no llega. Uno de los tristes argumentos en las audiencias fue un “huele a delito”. Un indicio que no es digno ni para una acusación periodística. La cabeza de la fiscalía pierde legitimidad y el cuerpo carece de rigurosidad. 











miércoles, 2 de enero de 2019

Decretar el enemigo






Nos hemos acostumbrado a los combates a muerte. Las amenazas extremas han marcado buena parte de los desafíos nacionales en las últimas décadas. Los enemigos letales e indiscutibles, identificados bajo una sigla o un nombre propio, nos han entregado tragedias y debilidades, al tiempo que nos han ahorrado la necesidad de un rumbo propio y ocultado la complejidad de otros desafíos al Estado. Esos enemigos han servido también para unir a una sociedad hecha de hostilidades y distracciones. Las Farc, los carteles de Medellín y el Valle, los paramilitares, con sus diferentes cruces, nos definieron por antagonismo y pervirtieron muchas veces a eso que llamamos de manera pomposa la institucionalidad. A los dirigentes les bastaba entonces una declaración implacable frente a esos enemigos, la valentía o los alardes eran virtud suficiente. Todos los presidentes probaron la guerra y la negociación, todos aprovecharon ese manto de autoridad que les entregaba ser el antagonista de la maldad probada.
La dispersión de los nuevos enemigos, sus siglas menos dicientes y sus nombres más insignificantes, ha dejado una especie de orfandad en la lucha, la imagen triste del pugilista que suelta los puños al aire, pelea contra a sombra, busca un rival inexistente. Durante la pasada campaña presidencial el actual mandatario y su partido lo encontraron pasando la frontera: el contrincante fue un peso pasado en desastres y desatinos, un saco atado con una banda tricolor. Suficiente para garantizar la victoria. Un adversario torpe es ahora uno de los mayores activos del gobierno colombiano.
Luego de ostentar la victoria el gobierno empezó demasiado blando, más dedicado a las exhibiciones que a los combates, más cercano a la escopetarra que a la mano firme, incapaz de mostrar un rumbo. Pero rápidamente se dio a la construcción de un enemigo que encarnara una amenaza suficiente y creíble, que sirviera de tiro al blanco frente a la opinión pública. Se intentó con el microtráfico y la hazaña de Duque frente a diez jíbaros en el Barrio Antioquia en Medellín. Dos meses antes el alcalde Federico Gutiérrez había hecho un ensayo general y se usó la misma escenografía. También la coca se señaló como rival a vencer y se eligió el veneno como arma para la victoria. Todo esto en un intento por desconocer los retos mayores frente a más de cien mil familias que sufren la indolencia estatal y la tiranía mafiosa.
Pero el primer triunfo llegó con la muerte de Guacho, era el momento de un cadáver y una equis sobre el cartel de los más buscados. En la exhibición del triunfo hubo espacio para el chiste fácil. Se intentó convertir a una bandido menor, un fusible de fácil reemplazo, en un jefe caído que da respiro a toda una región. Luego algunos congresistas cercanos al gobierno propusieron plomo sin pausa contra la delincuencia en las ciudades. La idea es decretar el miedo e intentar que los ciudadanos sirvan de “agentes oficiosos” con un arma al cinto. Y la treta más reciente fue la información de un supuesto plan para atentar contra el presidente Iván Duque. Hay un enemigo agazapado, un conjurado más allá de la frontera, de modo que Maduro y Duque se acusarán cada semana de planes homicidas para ver si el público desencantado se entusiasma un poco.