miércoles, 22 de febrero de 2023

Un día profano

7 pinturas de Edvard Munch que te acompañarán en tus momentos de tristeza y  desesperación

 

El domingo es una especie de encrucijada moral. Muchas veces el recién levantado, en ese día por inventar, se debate entre ocuparse de los remordimientos del fin de semana, rumiar algunos estragos nocturnos; o más bien amargarse con las labores que promete el lunes y su carga de crueldades, visitar los trabajos aplazados, la certeza del despertador. El descanso prometido es entonces una cima que deja a un lado el precipicio del remordimiento y al otro el abismo de las tareas no hechas. Por eso el domingo entrega esos silencios que se alargan y recuerda esas promesas largamente incumplidas.

Ese día viejo, lleno de premoniciones, tiene entonces una importancia especial para definir el carácter de ciudades, familias o individuos. Entrega una idea clara de cómo se comportan los humanos cuando se enfrentan a las afugias de ese sobresalto que algún dios despiadado puso en nuestro camino: “ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas”.

Los últimos domingos he encontrado escenas que tal vez describan un poco el alma de la ciudad donde vivo. En las mañanas luminosas y abatidas he visto largas filas a las puertas de los lavaderos de carros. Humanos ávidos de agua a presión y espumas para sus camionetas blancas o sus automóviles plateados ¿Será una penitencia, será la religión de la limpieza, será una forma de consuelo? Veo la gente parqueada a la espera de su turno y pienso en la abulia de una parte de la humanidad frente al tiempo y al mundo. El domingo tiene que ser un día feroz para empujar a algunos conductores a pararse una o dos horas a la espera de que el espejismo del último modelo brille como debe brillar. Y me imagino que cobran por esa extraña forma de expiación, porque me niego a pensar que sea una diversión. Queda un consuelo: a esa misma hora dos jóvenes laboriosos brillan las latas de un bus alentados por sus humos y su música. El trabajo también puede salvar.

Razón tenía Roberto Arlt cuando decía que “Dios descansó en día domingo, porque estaba cansado de haber hecho esa cosa tan complicada que se llama mundo”. Y también cuando reniega de ese día insoportable donde “prosperan las reyertas conyugales y en el cual las borracheras son más lúgubres que un de profundis en el crepúsculo de un día nublado”.

Más tarde, ya en la noche, me he topado con las iglesias rebosantes, por las puertas se asoma la espuma de los feligreses más jóvenes, dedicados a recordar alguna hazaña de la noche anterior o a conspirar contra sus padres y sus profesores. Al interior, bajo esa luz lúgubre y el incienso asfixiante, está el ánimo silente y adormilado, la triste esperanza que será desatendida, el remordimiento o el simple miedo. La pequeña capilla se me hace un vaso turbio de mala conciencia. La angustia hace que el corazón toque las paredes del estómago. Y pienso que todavía les falta ver el noticiero de la noche. Es seguro que muchos de ellos lavaron el carro en la mañana.

También he visto ese desangelado grupo que se come un helado en una mesa a manera de placebo contra el aburrimiento, y a quienes sacan a su perro y lo contagian de ese paso lánguido y llorón. Tal vez más tarde tienen que preparar un examen para el día siguiente. Pero hay algunos valientes que deciden aplazarlo todo una vez más, y juntar el domingo y el lunes, poner en el mismo día los remordimientos y los afanes del trabajo, hacer del lunes una proeza y hacer del domingo una pequeña fiesta para ver al mundo languidecer con los ojos brillantes. De ellos será el reino de los días muertos.

 

miércoles, 15 de febrero de 2023

A todas luces

 

 



Nayib Bukele exhibe su alegría visitando el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la cárcel que acaba de inaugurar a unos setenta kilómetros de San Salvador. Recorre el penal inmaculado bajo los reflectores de luz blanca, mira su obra desde una de las garitas, inspecciona con gozo las celdas de castigo. Todo está nuevo y en orden a la espera de los detenidos. Los megáfonos y los rifles, el gimnasio para los guardianes, los escudos antimotines, las cámaras de reseña, las pistolas para las descargas eléctricas, los taladros en los talleres de trabajo forzado. También los funcionarios, encargados de las oficinas o las celdas, parecen nuevos, recién comprados a algún proveedor. Hay cuarenta mil personas listas para estrenar la fortaleza. El edificio es también una advertencia y una celebración de su régimen de excepción en la lucha contra las pandillas que ha dejado más de sesenta mil detenidos en diez meses. Revisando uno de los escáner que retratará a los presos al entrar suelta una frase reveladora: “Se ve incluso adentro del organismo, se ven los pulmones, los huesos…” Es una precaución para evitar que los presos lleven manuscritos o mensajes para sus compañeros. La luz contra el hampa.

Durante su gobierno las torturas a los presos han sido publicitadas. Bukele está orgulloso del maltrato a los detenidos y ha amenazado con no darles un grano de arroz si sus compinches usan la violencia en las calles. El presidente puede disponer de los reclusos, dejar caer unos granos sobre sus jaulas si se portan bien. Y ha peleado hasta con los muertos: hace unos meses mostró con gusto como obreros contratados por la policía destruían las tumbas de pandilleros muertos. Las señas de las maras, sus letras y distintivos, están prohibidas hasta en los cementerios.

La celebración de esa cárcel, con un cerro de dos picos a su espalda, recuerda los peores alardes penitenciarios de los últimos años: Guantánamo y Abu Ghraib. El presidente de El Salvador hizo referencia a Guantánamo cuando Estados Unidos cuestionó la violación de Derechos Humanos bajo su gobierno. Cómo diciendo, ustedes nos enseñaron cómo se gestiona el terror. Lo suyo no es esconder sino exhibir. En el libro La balada de Abu Ghraib, escrito por los periodistas Philip Gourevitch y Errol Morris, se cuenta la inauguración de la versión gringa de la cárcel que en tiempos de Sadam llegó a tener 150.000 reclusos. Llevaron en buses a la primera promoción de guardias iraquíes a sus familias, hubo música y una recepción especial para periodistas. El director de la cárcel también estaba orgulloso de su trabajo: “Habíamos acondicionado todas las celdas. Teníamos literas, teníamos colchones, teníamos toallas, teníamos crema de dietes…” Estaba todo nuevo. Los norteamericanos llamaban milagro a esa cárcel renovada.

Luego los presos entraron a la peor de las condiciones. El limbo jurídico, la necesidad de obtener información, el desprecio por sus vidas y el ánimo de venganza de los triunfadores. Un manual de 17 páginas describía las posibles técnicas de interrogatorio. Aislamiento hasta de treinta días, posturas de tensión y dolorosas, privación de sueño, amenaza con perros. Nada de eso era tortura, solo “técnicas de contrarresistencia”. La tortura, según el manual, iba un paso más allá: “infligir dolor equivalente en intensidad al dolor que acompaña una lesión grave, como el colapso de un órgano vital”.

Bukele no quiere manuales. Todo es claro y sencillo bajo sus reflectores. Habla de su triunfo y lo explica: “¿Cómo lo logramos? Metiendo a los criminales en la cárcel. ¿Hay espacio? Ahora sí. ¿Podrán dar órdenes desde adentro? No. ¿Podrán escapar? No. Una obra de sentido común.”

 

miércoles, 8 de febrero de 2023

Adiós a los gloriosos

 

 De otros mundos: Si Gustavo Petro fuera presidente / Las perlas del mitómano

Luego del triunfo de Iván Duque en las elecciones de segunda vuelta en 2018, Gustavo Petro negó la legitimidad del ganador y dijo que apelaría frente a instancias internacionales. Hizo además un llamado a la “conciencia ciudadana” para evitar que el país quedara en manos de las “asociaciones para delinquir”. En esa ocasión perdió por un poco más de doce puntos porcentuales equivalentes a casi dos millones y medio de votos. Las palabras del candidato derrotado aseguraban un despojo: “Apareció la mafia y con su dinero untado de sangre de líderes sociales compró masivamente a unos y a otros. Duque ganó solo con el fraude…"

Luego de su apretada victoria en junio pasado, recocida por su rival en tiempo récord y refrendada por las mismas autoridades electorales que avalaron su elección, suena raro ese Petro del 2018 como un perder desesperado y radical. Nada que ver con el que hace unas semanas le entregó variadas manifestaciones de apoyo a Lula por los asaltos y las descalificaciones de los bolsonaristas radicales que no reconocen su triunfo y respondieron con bloqueos y violencia. “El fascismo decide dar un golpe”, escribió Petro. Nuestro presidente no parece un buen perdedor en las lides democráticas, a pesar de haber sido opositor durante décadas, y tiene sin duda un doble rasero a la hora de alertar sobre los riesgos de las democracias.

La pregunta es cómo se comportará Petro frente a las inevitables derrotas en el Congreso, en las Cortes y en las luchas contra las regulaciones y el papel sellado. Ya ha dado a conocer un extraño silogismo: en vista de que gané las elecciones, el pueblo ya se pronunció sobre las reformas que propusimos en campaña, ergo esas reformas ya fueron aprobadas. Y lo dice teniendo las mayorías parlamentarias. Petro parece sentir muy pequeña la camisa del Estado, llena de trabas y regulaciones, de complejidades y procesos, de permisos por tramitar y cifras que consultar, esa estructura lo agobia tanto como los fríos muros del palacio presidencial. Pero resulta que esa estructura es el estado de derecho, por mucho que se arrastre como babosa y que sea inmune a sus sueños de un cambio más expedito, más cercano a la poesía de la revolución que a los tiempos muertos de la tramitología.

Por eso no le gustan los contratos firmados por antecesores, le estorban las comisiones técnicas de regulación, pelea contra los datos y las cifras, prefiere el tinglado de Twitter a los documentos de política pública y añora la tarima frente al escritorio. Luego de cien días de gobierno dijo que todo había “sido más suave de lo que pensaba”. Había logrado cosas difíciles como la mayoría parlamentaria, la “aprobación de proyectos fuertes” y sentía una defensa de su gobierno con altos niveles de aceptación.

En las próximas sesiones de congreso veremos un Petro más lejos de los gloriosos y sabremos más de su gobierno. Con los partidos tradicionales menos obedientes, con la opinión más voluble (la última encuesta de Datexco lo mostró), con los primeros fallos de las cortes frente a los afanes del gobierno y con la creciente exasperación que le generan los medios.

Ahora los más grandes riesgos los encarnan la paranoia y la aburrición. Sabemos que Petro es especialista en sentirse perseguido, de modo que entenderá las negativas, las críticas y los fracasos como una afrenta a su proyecto de cambio y podrá irse a la confrontación pura. Cosa que lo haría a él más autoritario y a su gobierno más errático e inoperante. La aburrición vendría al verse atrapado por el cerco en el congreso y el “enemigo interno” de la legalidad, eso lo llevaría a las calles que es su gran afición. Y ahí tendríamos a un presidente candidato, entregado a las masas populares, y a un gobierno con piloto automático y chequera para organizar ollas comunitarias y repartir arengas.