miércoles, 18 de diciembre de 2024

Literatura de viajes

 

 Jorge Edwards, literatura y diplomacia


 

Entre nosotros los escritores no han sido ajenos al exilio mullido de las embajadas. Siempre se encontraban motivos para esos nombramientos: su inteligencia, sus maneras, su intuición frente a otras culturas y sus galardones los hacían dignos de representar al país. No negociarían tratados pero despertarían alguna expectativa, al fin y al cabo un escritor es siempre una incógnita. Y es posible que pudieran tener suerte con la esposa de algún ministro o alegrar las aburridas conmemoraciones nacionales. Y los presidentes podrían guardar sus informes en un cajón con llave y se ahorrarían sus consejos o sus posibles reprimendas. La casa del embajador, casi siempre un palacete que parece tiende de souvenirs, ha sido la jaula de oro que merece el escritor cansado de las mismas cuitas.

León de Greiff viajó a Suecia como agregado cultural y secretario de la embajada en Estocolmo por encargo de Lleras Camargo. Se dice que su mayor éxito fue lograr una desbordada exportación de sombreros tejidos con palma de iraca. Cuatro años estuvo conociendo los hielos que los calores de Bolombolo le hicieron soñar. Antes de su regreso el rey de Suecia lo nombró caballero de “la orden de la estrella polar”. Es seguro que esa estrella terminó en el mismo armario donde guardó por unos años la espada libertadora. De Greiff y los cinco o seis poetas que lo habitan era ya inofensivo en términos políticos y su viaje a los 64 años fue sobre todo el premio a toda una vida. Lo peor que hizo fue ir a las recepciones en la embajada China mientras el país no sostenía relaciones con Pekín. Cuando le reprocharon sus visitas respondió en prosa: “Es posible que Colombia no sostenga relaciones con Pekín, pero don León de Greiff sí las sostiene y seguirá asistiendo a las recepciones”.

El más lambón de los escritores en vía diplomática nombrados por el gobierno colombiano fue Rubén Darío. Sí, un nicaragüense hizo de cónsul en Buenos Aires por gracia de Rafael Núñez por allá a finales del siglo XIX. El favor lo pagó como corresponde, con versos exaltados: “Colombia es una tierra de leones, / el esplendor del cielo es su oriflama, / tiene un trueno perenne, el Tequendama, / y un olimpo divino…”. Núñez, hombre de himnos, debió recitarlo en algunas galas palaciegas. Germán Arciniegas estuvo con su valija en consulados y embajadas desde 1929 hasta 1976, acumuló millas con viajes desde Londres hasta Israel, pasando por Venezuela, Italia y la Santa Sede. Arciniegas logró ser activista estudiantil e intelectual, congresista y gran novelista americano. Eran otros tiempos.

Germán Espinoza no se quedó atrás, aunque tenía gustos más exóticos. Luego de una corta pasantía por la de redacción de El Tiempo, el gobierno de López Michelsen lo nombró cónsul general en Kenia y consejero de la embajada en Yugoeslavia. Espinoza era el escritor de cabecera de López, fue jefe de prensa de su campaña en 1973 y lo defendió con todas sus tintas cuando sonaron los casos de corrupción alrededor de su familia. En el 82 perdió López y Espinoza publicó su gran novela, La tejedora de coronas. Se podía ser el escritor de régimen y al mismo tiempo escribir un libro de culto entre intelectuales.

García Márquez se negó a aceptar el encargo del consulado en Barcelona. López Michelsen, como canciller de Lleras Restrepo, le tiró el anzuelo y la respuesta vino en carta pública en El Espectador: ““He dicho varias veces que no acepto puestos públicos ni subvenciones de ninguna clase, que nunca he recibido un centavo que no me haya ganado trabajando con la máquina de escribir”. García Márquez fue un bicho raro, le gustaban los políticos pero no los puestos.

Por ahora Bangkok se ha librado de recibir a un Vargas Vila algo trastornado, y nosotros estamos a salvo de la novela grotesca que venía en camino.

                                                                                                                    

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Cortar la red

 

Los preocupantes efectos negativos de las redes sociales sobre la salud  mental de los niños y adolescentes - BBC News Mundo


El Centro Democrático y el gobierno al fin están de acuerdo. Cuando se habla de proteger a los menores los políticos no pueden resistirse. Pretenden tutelar a los padres de familia, llevarlos de la mano en la crianza de sus hijos, transmitirles la seguridad -casi siempre falsa- de sus iniciativas y sus ideas. La prohibición será siempre la herramienta, la prohibición o los delitos o los castigos o los vetos. Los padres quieren reglas fuertes y los políticos se las dan, no importa que sean inútiles o perversas.

En primer debate en la comisión sexta del senado se aprobó el proyecto de ley que busca prohibir el acceso a las redes sociales a los menores de catorce años sin autorización de los padres. Australia acaba de aprobar en plenaria de la cámara una prohibición total a menores de dieciséis años. El estado de Florida y la ciudad de Nueva York han radicado proyectos con restricciones similares. Primeros ministros de Noruega y Reino Unido han dicho que irán en la misma dirección.

Todos los estudios repiten las cifras alarmantes de problemas de salud mental entre adolescentes. El bombardeo de las redes no los deja dormir ni concentrarse, provoca desórdenes alimenticios, ansiedad, depresión. Incluso algunos neurólogos hablan de los cambios en las redes neuronales por el estrés de likes en un momento de formación cerebral. También la Unesco ha advertido sobre la toxicidad de las redes y sus efectos nocivos en el aprendizaje de niños y adolescentes. El consenso sobre controles y prohibiciones es abrumador.

Mientas tanto los adolescentes siguen viviendo en sus teléfonos. En Australia se cuestiona no haber tomado en cuenta las voces de los jóvenes para legislar sobre hábitos y sus ámbitos. No se trata de una prohibición como las que hay respecto al alcohol y al tabaco, como equivocadamente lo dice Mauricio Lizcano, Ministro de las TIC. Las redes se han convertido en el universo de socialización de los adolescentes, donde se encuentran, se pelean, se enamoran, se extrañan, se espían. En 2021 un apagón de Instagram dejó claro lo que significa la red para muchos adolescentes. Es su jaula de oro y su prohibición podría incluso aumentar la ansiedad y el aislamiento. El testimonio de jóvenes españolas en su momento resulta elocuente: “Yo lo pasé mal. Iba a trabajar, estaba esperando al bus y decía, ¿qué hago?”; “Al levantarme de la siesta no cargaba nada. Y ahí empiezas ya como, ¿qué está pasando?, ¿cómo me voy a comunicar? (…) estás como... y si me ha escrito alguien justo para contarme algo, ¿sabes?; “Instagram se ha convertido en un hobby, ¿sabes? Me subo a la ruta por la mañana y lo primero que hago es mirar el móvil. Cuando se cayó estaba en el bus y no sabía qué hacer.”

El acuerdo sobre prohibir me recordó a la supuesta protección a los mayores durante la pandemia: encerrarlos para que no se contagiaran. La prohibición podría llevar a los adolescentes a redes más oscuras, con más riesgos. Igualmente, los controles son difíciles de implementar. Causa risa pensar en la ignorancia digital de muchos papás y mamás luchando contra el ingenio de los adolescentes frente a las pantallas. Los estereotipos, la obligación a la felicidad y la belleza que imponen las redes, lo mismo que el acoso, el bullying, los riesgos de abuso hacen parte del mundo actual de los jóvenes. Y ellos lo saben más de lo que imaginamos. Hemos puesto todas las restricciones y los miedos sobre la calle, pretendemos el control y la burbuja, y ahora queremos prohibir la red donde se han refugiado ¿Qué les va a quedar? ¿Vamos a dejarlos sin espacios propios al someterlos a un monitoreo enfermizo? ¿Se nos olvida que la familia es el espacio más común a los abusos? La peor de las redes muchas veces. La legislación de los adultos sobre la vida de los adolescentes siempre implicará un riesgo ¿Qué tal que nos impusieran sus reglas?