miércoles, 27 de febrero de 2019

Fin de semana









No queda más que compadecerlo. Está sometido al peor de los oficios, uno que incluye la farsa y la solemnidad, que puede mover a la muerte y a la risa con un mismo gesto, que no permite el silencio y obliga a mirar a los ojos al circo y la tragedia. Todo son urgencias según el tono y la premura de sus ayudas de cámara, sus componedores de discursos, sus consejeros de última hora. En el avión, desde lo alto, a vuelo de pájaro, tiene tiempo de improvisar una palabra propia para cada uno de los interrogantes que agitan aguas y levan polvo allá abajo. El atril con el escudo patriótico y el micrófono presto es su patíbulo. Y así, con la banda presidencial sobre el pecho y el ceño fruncido que mira por la ventanilla, en medio de la agitación de sus segundos, el hombre sabe que tiene un primero que lo observa con atención, que lo oye y lo evalúa día a día. Sabe que su acudiente es también una especie de enemigo.
El viernes en la mañana estaba invitado a una significativa explosión. Un edificio maldito iba ser destruido como homenaje de pólvora a las víctimas. Se inauguraría una nueva era. Además del ruido habría concierto, algo de gala y besamanos. La estampa del presidente basta y sobra. Y cuando la sola presencia es suficiente homenaje, las palabras se desdeñan como simple añadidura. De modo que no importa soltar las más tristes y más gastadas mentiras: “…el evento que va a ver el mundo el día de hoy significa la derrota de la cultura de la ilegalidad y el triunfo de la cultura de la legalidad…Significa también la resiliencia, la fuerza y la grandeza del pueblo colombiano y antioqueño que tuvo que soportar por años esta violencia y que se ha parado siempre firme y ha sido capaz de superarla con convivencia, con una clara convicción del imperio de la ley…” Pero no todo el mundo estaba atento al complejo de culpa de una ciudad mediana en Colombia, una ciudad en muchas partes acorralada por el control de los ilegales, por sus amenazas y sus promesas, una ciudad heredera de narcotráfico de los ochenta que ha refinado sus mafias y hoy es sede de 10 de las 23 más grandes organizaciones criminales del país. Está bien que las mentiras sean inevitables en el discurso de los políticos, pero el cinismo se puede evitar aunque sea un poco.
De nuevo al avión. Ahora iba rumbo a la frontera para atender compromisos con el hemisferio, para actuar en un escenario más severo y riesgoso. También había concierto. Al menos lo acompaña la música de fondo. Se trata de contraponer unos valores, de denunciar una opresión. Señalar a un reconocido maleante es una virtud indiscutible, un trabajo supuestamente sencillo. Era un viernes de simbolismos. El problema es que el gesto humanitario puede traer consecuencias inesperadas. Y es fácil terminar como simple instrumento de mandamases: “Para hacer ruido se elige a la gente más pequeña, los tambores”. El sudor y los gases lacrimógenos alientan la grandilocuencia. De nuevo al atril: “Digamos las cosas como son: hoy en día eso es casi equivalente a lo que fue la caída del muro de Berlín…” El presidente hablaba desde el puente Tienditas como escolta de unos camiones con comida y medicinas para un país vecino. Acarreaba el apoyo de un presidente megalómano que lucha en su país por levantar su propio muro. Todo terminó en un repliegue y una refriega menor. En el avión de regreso pensó en dos palabras claves: paciencia y prudencia.
La primera de ellas le serviría para hablar en su próximo destino. Ahora hablaba desde un aeropuerto menor en un pueblo inundado en el Chocó. Esta vez no hubo música. El domingo pudo dedicarlo a las tareas de historia de sus hijas. 


















martes, 19 de febrero de 2019

También caerá





En diciembre pasado el contralor departamental anunció sanciones para los alcaldes que gastaran recursos públicos en pólvora. El próximo viernes se verá en Medellín el mayor gasto de la historia en Juegos pirotécnicos. La alcaldía decidió demoler el edificio Mónaco, donde Pablo Escobar vivió un poco más de dos años, para “derribar una estructura mental: la que acepta la ilegalidad como camino.” La paradójica idea de derribar para construir memoria tendrá un costo de 30.000 millones de pesos. Hasta ahora no se sabe muy bien en qué se gastará la plata. Unos cuantos miles en la demolición, 6.000 millones en el Parque que se construirá y otro tanto en el espectáculo que casi incluyó narradores deportivos para gritar en el momento cumbre desde el Club Campestre de Medellín, escenario para el avistamiento de la magna implosión.
La administración de Federico Gutiérrez lleva tres años largos en una lucha denodada contra un fantasma. Al alcalde lo atormenta la sombra de Pablo Escobar sobre la ciudad, los hitos inevitables de su estela de terror, las cicatrices, la herencia de su demagogia millonaria de político menor. Habría que desmontar una buena parte de la ciudad para borrar las huellas de la mafia. Pero al alcalde lo angustia sobre todo el vínculo que hacen los extranjeros entre Pablo Escobar y Medellín. Un tipo de complejo muy común en las sociedades que tienen un sentimiento de culpa y una desmesurada intención de exhibir y exagerar sus virtudes. La administración ha terminado persiguiendo a los hostales que ofrecen un tour tras los pasos de Escobar. El chantaje ha llegado de la mano de sanidad y otras dependencias encargadas de la asepsia material y moral.
La administración nunca entendió que es más útil construir un discurso que controvierta el que muchas veces ha enaltecido la figura del capo en la ficción. No logró ver el Edificio Mónaco como una oportunidad para entregar una versión plural y compleja de nuestras tragedias, más allá del turismo barato y las apologías. No supo aprovechar una parada obligatoria en ese recorrido tras los narcos para hablar de una guerra impuesta, para entregar aunque sea unos fragmentos de las mejores reflexiones Made in Medellín acerca de los efectos de la mafia sobre una sociedad tan ávida como desvalida.
Es imposible que se marque un punto de inflexión con un estallido oficial luego de 31 años de un estallido criminal. Medellín tiene todavía vivo el poder de la mafia en sus barrios. Llevamos tres años seguidos con homicidios al alza, un estudio oficial reciente en 247 barrios y 61 veredas mostró que en el 80% de los territorios visitados se hacen cobros extorsivos, los pillos cada vez tienen más poder sobre la economía legal, un secretario de seguridad nombrado por Gutiérrez terminó en un proceso por sus vínculos con las estructuras criminales. La dinamita solo sirve para que los medios giren la cabeza, para la instantánea y el discurso, para el aplauso complaciente acompañado de palito de queso en el Club Campestre.
Todas las decisiones en este caso se tomaron lejos de la ciudadanía, a kilómetros de las instancias que se habían construido alrededor de la Casa de la Memoria, huyéndole a la discusión pública, como si se tratara de un ejercicio privado entre algunas empresas “patrocinadoras” y el alcalde. La policía tiene en algún patio la escultura La Nueva Vida del maestro Arenas Betancourt que adornaba el edificio. Buscan sacar unos pesos bajo la lógica de los chatarreros. Muy seguramente terminará en el parque como un dudoso homenaje a las víctimas. La esposa de Escobar dijo en su libro que la escultura era un símbolo de su familia. Una nueva historia para el inevitable peregrinaje.



miércoles, 13 de febrero de 2019

Apague y vámonos









Entre 1930 y 1970 se crearon en diferentes países de América Latina al menos 10 empresas públicas dedicadas a la generación de energía. Todas construyeron sus capacidades y recursos de la mano de las centrales hidroeléctricas y se encargaron de mover a la industria naciente y de iluminar a las aglomeraciones urbanas cada vez más exigentes. En 1970 las hidroeléctricas proveían cerca del 50% de la energía que consumía la región. Colombia era, detrás de Brasil y México, el tercer país en generación hidroeléctrica en América Latina. La experiencia acumulada y los recursos hídricos (tres veces mayores que el promedio de nuestros vecinos) nos han llevado al punto en que estamos hoy: durante las temporadas de invierno las hidroeléctricas generan hasta el 85% de nuestra energía, y en un verano como el actual están generando algo más del 62%. Tenemos 33 embalses de magnitud en diferentes cuencas andinas en el país y una cobertura de energía que supera el 97% de la población.
El acumulado de problemas en HidroItuango, tan grande que todavía genera incertidumbre sobre la viabilidad del proyecto, ha llevado a algunos a cuestionar la existencia misma de los embalses, a descalificar la energía hidroeléctrica como una posibilidad. Un bonito discurso para dejar correr los ríos y bajar el brake. Parece que muchos han olvidado que la actividad humana implica siempre una elección entre males mayores y menores. Es lógico que las presas tienen un efecto sobre los ríos, sobre su cauce y sus ecosistemas cercanos. También lo tienen nuestras ciudades que encausan, ensucian y luego intentan limpiar, y los cultivos que toman agua para el riego, y las canteras que sacan piedras y arena, y el turismo que arrima a las orillas con sus fiambres y sus cremas. El tono de los radicales de hoy es muy similar al de Tomás Carrasquilla hace 100 años mirando al río Medellín: “Frente a tu señora no podrás hacer tus contorsiones ni correr por donde quieras. Tus bancos de arena, tus serpenteos, los dejas para afuera. Aquí te pusieron en cintura, te metieron en línea recta; te encajonaron, te pusieron arbolados en ringlera. Has perdido tus movimientos, como el montañero que se mete en horma, con zapatos, cuello tieso y corbatín trincante.”
Pero más allá de los cantos bucólicos están algunas cifras para el consuelo. Europa intenta “descarbonizar” su energía y frenar la expansión nuclear que ha dejado desastres de magnitud e implica riesgos permanentes. Inglaterra cierra sus térmicas alimentadas con carbón y Francia lucha por clausurar 17 de sus 58 reactores nucleares. En el mundo se reconoce a América Latina por generar el 52% de su energía con centrales hidroeléctricas y ser un líder mundial en las emisiones bajas en carbono. Para muchos especialistas, nuestra región tiene “la matriz energética más limpia del mundo”. Sin desconocer los efectos ambientales y sociales que tienen las grandes centrales, y los necesarios controles y compensaciones.
Los cambios significativos hacia otro tipo de energías renovables no se verán en el corto plazo. En América Latina se construyen hoy 10 megacentrales, HidroItuango es la tercera en esa lista. Si se lograra la meta del gobierno para los próximos 5 años, energía eólica y solar ofreciendo el 10% de la canasta energética, eso significaría que producirían apenas dos terceras partes de lo que promete HidroItuango.
El corrillo contra las hidroeléctricas está obligado a pensar en alternativas y consecuencias, o simplemente prender la vela.






martes, 5 de febrero de 2019

Un alegre descubrimiento






Resulta extraña una conversación sobre drogas por fuera del ámbito político y legal, lejos de los decretos, las penas, las sentencias y cerca de los secretos, las revelaciones, la ciencia. La extrañeza aumenta cuando esa conversación es pública y no incluye descalificaciones morales. No hemos acostumbrado tanto a ligar las drogas con la policía, el escarnio, el miedo y la violencia que una charla que incluya los términos LSD y Psilocibina acompañados de palabras como espiritualidad, apertura de conciencia, introspección resulta una especie de cesión de brujería. Luego de cincuenta años de guerra contra las drogas las superstición moral se ha hecho regla, la ignorancia se ha convertido en obligación.
Hace una semana estuvo en Colombia el periodista Michael Pollan, autor del libro Cómo cambiar tu mente, una investigación sobre el auge médico, la histeria moral y el resurgimiento reciente de los psicodélicos en Estados Unidos. Sus charlas sobre esa especie de historia personal y científica de dos sustancias entregan una visión necesaria para un país que todavía comparte las taras que impuso Richard Nixon en Estados Unidos desde el 20 de enero de 1969, día de su posesión.
Albert Hofmann, químico suizo, y Robert Gordon Wasson, banquero de Nueva York, son unos de los protagonistas del libro de Pollan. El primero sintetizó, por golpes del azar, el LSD cuando trabajaba en una droga para la circulación en los laboratorios Sandoz en Basilea. El segundo buscó durante años los hongos alucinógenos en México hasta que los encontró en Huautla de Jiménez, en el estado mexicano de Oaxaca. Los españoles los habían conocido recién llegados a América y los habían proscrito como herramienta del paganismo.
Durante finales de los cincuenta y casi todos los sesenta las sustancias gozaron de un repentino entusiasmo entre médicos, psiquiatras, artistas y académicos. Fueron usados de manera legal para tratamientos contra depresiones, trastornos postraumáticos y psicóticos y otras dolencias. Según Pollan las dos sustancias fueron la base de la neurología moderna: “Una buena manera de entender un sistema complejo es alterarlo y luego ver qué sucede. El hecho de que microgramos de LSD pudieran producir síntomas similares a la psicosis inspiró a los neurólogos y psiquiatras a buscar la base neuroquímica de los trastornos mentales, cuyo origen antes se creía de orden psicológico.”
Cuando las drogas psicodélicas alentaron la contracultura y se convirtieron en un rito de iniciación de miles de jóvenes, apareció lo que Pollan llama un “pánico moral”. Nixon convirtió a Timothy Leary, un profesor de psicología que había hecho experimentos con el LSD, en el hombre más peligroso de los Estados Unidos. La guerra contra las drogas entregaba una herramienta perfecta para la política: un señalamiento de depravación sobre los negros y los hippies. Ahora los gringos hacían algo similar a lo que habían hecho los españoles casi 500 años atrás. “Las drogas psicodélicas alimentaban la contracultura, y la contracultura estaba minando la voluntad de luchar de los jóvenes estadounidenses. La Administración de Nixon trató de mitigar la contracultura atacando su infraestructura neuroquímica.” El tabú y la política le habían ganado a la ciencia y durante décadas se archivaron las investigaciones. Los pioneros en el uso terapéutico ahora eran más dealers que científicos.
Pero las investigaciones han vuelto y los usos se han sofisticado. Ya no se habla solo de psicosis, adicciones y depresiones, ahora se busca alertar una espiritualidad, despertar la conciencia, buscar una ruta contra “el cemento de los hábitos mentales”. Pollan no es un profeta de la psicodelia, es un autor de 63 años con una mente bien amoblada más allá de los prejuicios y las panaceas, un antídoto frente a la larga adicción al ignorante tutelaje del Estado frente a las drogas.