Resulta extraña
una conversación sobre drogas por fuera del ámbito político y legal, lejos de
los decretos, las penas, las sentencias y cerca de los secretos, las
revelaciones, la ciencia. La extrañeza aumenta cuando esa conversación es
pública y no incluye descalificaciones morales. No hemos acostumbrado tanto a
ligar las drogas con la policía, el escarnio, el miedo y la violencia que una
charla que incluya los términos LSD y Psilocibina acompañados de palabras como espiritualidad,
apertura de conciencia, introspección resulta una especie de cesión de
brujería. Luego de cincuenta años de guerra contra las drogas las superstición moral
se ha hecho regla, la ignorancia se ha convertido en obligación.
Hace una semana
estuvo en Colombia el periodista Michael Pollan, autor del libro Cómo cambiar tu mente, una investigación
sobre el auge médico, la histeria moral y el resurgimiento reciente de los
psicodélicos en Estados Unidos. Sus charlas sobre esa especie de historia
personal y científica de dos sustancias entregan una visión necesaria para un
país que todavía comparte las taras que impuso Richard Nixon en Estados Unidos
desde el 20 de enero de 1969, día de su posesión.
Albert Hofmann,
químico suizo, y Robert Gordon Wasson, banquero de Nueva York, son unos de los
protagonistas del libro de Pollan. El primero sintetizó, por golpes del azar, el
LSD cuando trabajaba en una droga para la circulación en los laboratorios
Sandoz en Basilea. El segundo buscó durante años los hongos alucinógenos en
México hasta que los encontró en Huautla de Jiménez, en el estado mexicano de
Oaxaca. Los españoles los habían conocido recién llegados a América y los
habían proscrito como herramienta del paganismo.
Durante finales
de los cincuenta y casi todos los sesenta las sustancias gozaron de un
repentino entusiasmo entre médicos, psiquiatras, artistas y académicos. Fueron
usados de manera legal para tratamientos contra depresiones, trastornos
postraumáticos y psicóticos y otras dolencias. Según Pollan las dos sustancias
fueron la base de la neurología moderna: “Una buena manera de entender un
sistema complejo es alterarlo y luego ver qué sucede. El hecho de que
microgramos de LSD pudieran producir síntomas similares a la psicosis inspiró a
los neurólogos y psiquiatras a buscar la base neuroquímica de los trastornos
mentales, cuyo origen antes se creía de orden psicológico.”
Cuando las
drogas psicodélicas alentaron la contracultura y se convirtieron en un rito de
iniciación de miles de jóvenes, apareció lo que Pollan llama un “pánico moral”.
Nixon convirtió a Timothy Leary, un profesor de psicología que había hecho experimentos
con el LSD, en el hombre más peligroso de los Estados Unidos. La guerra contra
las drogas entregaba una herramienta perfecta para la política: un señalamiento
de depravación sobre los negros y los hippies. Ahora los gringos hacían algo
similar a lo que habían hecho los españoles casi 500 años atrás. “Las drogas
psicodélicas alimentaban la contracultura, y la contracultura estaba minando la
voluntad de luchar de los jóvenes estadounidenses. La Administración de Nixon
trató de mitigar la contracultura atacando su infraestructura neuroquímica.” El
tabú y la política le habían ganado a la ciencia y durante décadas se archivaron
las investigaciones. Los pioneros en el uso terapéutico ahora eran más dealers que científicos.
Pero las
investigaciones han vuelto y los usos se han sofisticado. Ya no se habla solo
de psicosis, adicciones y depresiones, ahora se busca alertar una espiritualidad,
despertar la conciencia, buscar una ruta contra “el cemento de los hábitos
mentales”. Pollan no es un profeta de la psicodelia, es un autor de 63 años con
una mente bien amoblada más allá de los prejuicios y las panaceas, un antídoto
frente a la larga adicción al ignorante tutelaje del Estado frente a las
drogas.
1 comentario:
La guerra contra las drogas es un negocio redondo. Desde que se decidió que era el coco y cuando se descubrió que se podría conseguir dinero combatiendo el consumo de cualquier producto que propiciara estados alterados la suerte de cualquier droga estaba echada.
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