miércoles, 25 de enero de 2023

La popular sabiduría


Tiene grandes riesgos eso de ser gobernados por un genio. Se detiene demasiado en sus decisiones, se mortifica con preguntas irrelevantes, duda, toma los caminos más arduos y más rigurosos cuando sería más eficaz el decreto ramplón. Y al mismo tiempo, pone a todos los ciudadanos tras la huella de su sapiencia, a todos, incluso a los que no entienden sus virtudes y desesperan. Además, el genio gasta buena parte de su tiempo en elucubraciones, busca persuadir más que decidir y, al final, termina conversando consigo mismo en las noches de crisis. Montaigne, alcalde de Burdeos por cuatro años, fue criticado por esa pasividad y se defendió con pacífica inteligencia: “Me acusan de inactividad en una época en la que casi todo el mundo fue culpable de hacer demasiadas cosas”. El sabio es pues buen gobernante por omisión. Ya Platón dejó constancia del fracaso de sus intentos de imponer la sabiduría en Siracusa, donde las gentes dormían de día, bebían y comían sin freno y tenían por patrón a un tirano sin mucho juicio.

Pero más peligroso todavía es ser gobernado por alguien que se tiene por sabio sin serlo. En ese caso, tocará soportar los discursos sobrados de metáforas viejas leídas con el tono de admoniciones nuevas, y las ideas descabelladas se tendrán por visionarias, y las constantes torpezas se tratarán como detalles insignificantes de propósitos más grandes y profundos. El supuesto sabio siente muy pequeño el molde de las fronteras y reniega de los fríos y estrechos muros de su palacio. Sus dotes están hechas para guiar territorios más amplios, para liderar cambios planetarios, para salvar una humanidad equivocada por las ambiciones y los vicios individualistas. De modo que todos los problemas de la plaza que regenta serán menores para su entendimiento. Si se habla de una carretera cortada por un derrumbe, su inteligencia irá hasta los límites de la geología y las cortezas terrestres; y si las quejas son por el precio de un simple galón de gasolina, pues el discurso llegará hasta la geopolítica mundial y los embates del capitalismo ciego contra los casquetes polares.

Los genios convencidos tienen además el defecto de la obstinación. Es imposible mostrar el error a quien está convencido de sus designios. Ni los hechos ni los números ni el ejemplo de las malas experiencias podrán vencer sus certezas. Por eso, cuando llegan las advertencias el líder-sabio busca refrendar sus proyectos e ideales por medio de la aprobación popular. Solo su discurso podrá salvarlo de su fracaso. Va entonces a la plaza pública a exponer sus sueños, a prometer sus bondades, a exhibir su retórica que es a la vez su alegría. Porque este sabio es también un niño soñador, no tiene la culpa de embelesarse a sí mismo. En esto, hay que decirlo, el presidente-genio es completamente sincero, no simula, cree ciegamente en sus propósitos y desconoce cualquier escepticismo, está seguro que la voluntad es suficiente para hacer los milagros democráticos. Y cuando no se pueda, pues para eso están los símbolos, otro modo de salvar las frustraciones.

Y es inevitable que los grandes hombres, bien lo sean de verdad o simplemente lo supongan, caigan en algún tipo de vanidad. Puede ser el simple silencio para fingirse reflexivo y atormentado por la realidad que no obedece a sus mandatos; o el desdén por las leyes, sean naturales o humanas, que desconocen los altos motivos del bien común. O incluso puede ser algo tan sencillo como la impuntualidad, porque los tiempos de la inteligencia son distintos a los tiempos de la diligencia.

 

 

 

 

miércoles, 18 de enero de 2023

La paz parcial





 

Medellín completó tres años y medio con una notable caída en el número de homicidios. No se trata de un milagro de la administración Quintero ni mucho menos. Es el resultado de un pacto entre facciones del crimen organizado, La Oficina y rivales, que han mantenido guerras intermitentes durante al menos dos décadas. Ese pacto se dio en La Picota en el primer semestre de 2019 y de inmediato trajo una rebaja sustancial en la violencia homicida en la ciudad. El año siguiente al acuerdo los homicidios bajaron 65%. Los efectos se dieron durante el último año de la administración de Federico Gutiérrez y se han mantenido en la alcaldía de Daniel Quintero. Algo similar pasó con el llamado “pacto del fusil” en el año 2013, cuando bandas bajo el control de La Oficina y Los Gaitanistas llegaron a un acuerdo que logró que los homicidios cayeran de 1.255 en 2012 a 498 en 2015.

Ahora se anuncia la creación de una mesa de dialogo en la cárcel de Itagüí a donde ya llegaron Douglas, Tom y Albert, hombres de La Oficina y la banda Pachelly. Los anuncios de la paz total del gobierno Petro no tienen nada de novedoso en la ciudad y muy difícilmente traerán efectos distintos a treguas parciales e inestables. Los intentos de acuerdos con el impulso de gobierno y fiscalía se han repetido en los últimos años. En 2015 cuatro capos (incluido Douglas) de las más de doscientas bandas que se dice actúan en Medellín, hicieron un llamado a la Fiscalía para logar un principio de oportunidad a cambio de información y “gestiones” para bajar la criminalidad en las comunas. Incluso se dieron algunas entregas de armas y hombres para ambientar los contactos que se rompieron luego de decisiones del fiscal general Jorge Perdomo y de la captura de Gustavo Villegas, secretario de seguridad de Federico Gutiérrez. Un año después el gobierno de Juan Manuel Santos lo intentó con un decreto que abría la puerta de las cárceles a miembros de “grupos organizados al margen de la ley” que estuvieran participando en acuerdos humanitarios con el gobierno. No es nuevo eso de “gestores de paz”. Al final, el decreto se quedó firmado y los capos en la cárcel.

Hay preguntas claves frente al nuevo intento apaciguador de Petro y la grandilocuencia de la expresión “paz total”: ¿Qué tanto poder tienen hombres como Douglas o Tom, que llevan años en la cárcel, trece y cinco, respectivamente, para lograr una pacificación? ¿Cuál sería la motivación para dejar sus negocios de quienes están libres y han ganado poder territorial y económico? ¿Por qué habrían de poner sus vueltas en bajo para obedecer a unos gestores de paz con un chaleco oficial y una gorra prestada por el gobierno?

Desde los tiempos de Escobar, los ilegales tienen un inmenso poder territorial y social en muy buena parte de Medellín y su Área Metropolitana. Mandan sobre el transporte formal e informal, sobre el pequeño comercio y la distribución de los productos básicos, sobre la producción de licor ilegal (suplantan a la FLA en buena parte de la ciudad) y por supuesto sobre el microtráfico. Ellos no están en guerra con el gobierno, solo sostienen sus negocios con los métodos aprendidos en los noventa y algunas innovaciones. Las buenas intenciones del gobierno y el mea culpa siempre dudoso de los duros caídos en desgracia no hacen milagros. Este gobierno, no se sabe si por ingenuidad o voluntarismo, parece seguro de que el papel puede con todo, bien sea en los decretos o los acuerdos de paz prometidos. Pero aquí nadie renuncia el poder que le ha costado sangre y le genera miles de millones por tres palmaditas en la espalda.

 

 

 

 

miércoles, 11 de enero de 2023

Bajo el humo y el polvo

 

 Lecturas del Rey Mono: Todo fluye, de Vasili Grossman

 Holodomor', el genocidio que quiso ocultar Stalin | Cultura

 

En 1930 la Unión Soviética levantó su ira y cubrió de polvo los campos de Ucrania. Había comenzado la colectivización y los Planes estatales con mayúsculas, el sueño de la “comuna mundial”, ponía toda la fe en la tierra y el trabajo de sus vecinos. Someterlos y convertirlos era la consigna. Las tierras eran fértiles y los campesinos ucranianos eran diestros y laboriosos. Pero cargaban un pecado en sus cabezas y en sus bolsillos: “…el espíritu de la propiedad privada era más fuerte que en la U.R.S.S”.

La historia de ese tiempo la cuenta Vasili Grossman, escritor y periodista ruso que describió con celo y brillo los peores exterminios del siglo XX, en un libro llamado Todo fluye. Un capítulo está dedicado a la aniquilación por hambre de miles de campesinos ucranianos y sus familias. Bajo la mirada de los rusos ellos habían dejado de ser humanos, habían defraudado las exigencias de la burocracia soviética, eran unos holgazanes y unos traidores a la causa de los obreros y los campesinos.

Las cuentas del Estado habían fallado, el soviet rural multiplicaba los rendimientos en sus hojas arrugadas, el soviet del distrito en sus hojas a rayas, el soviet regional en sus hojas con el membrete oficial y Moscú no encontraba el grano necesario. Los Ucranianos, los kulaks –campesinos propietarios de la tierra- estaban escondiendo la producción: “Se dio la orden de requisar todo el fondo de semillas. Buscaban por todas partes el grano, como si no se tratase de trigo sino de bombas o ametralladoras”.

No era una guerra, era un Plan, una purga para asegurar las cuotas fijadas, la producción necesaria. Lo carros llevaban el grano recuperado, “y una extensa polvareda se levantaba alrededor, todo estaba cubierto por una espesa niebla: el pueblo, el campo y, de noche, la luna.”

Es seguro que hay ucranianos que recuerdan hoy ese polvo bajo el humo de la guerra que pronto cumplirá un año. Ahora Putin, con su impronta soviética, con la misma obsesión persecutoria y policial de Stalin, busca sacar el nazismo de Ucrania, ha encontrado una nueva tara, y quiere dar amparo al alma rusa que ha sido secuestrada tras las fronteras de un país que merece la tutela del “imperio”.

Grossman se pregunta por un espíritu, un principio de la patria rusa que llevó a ese asesinato colectivo, y se responde mencionando “la esclavitud rusa tradicional, nacional, milenaria… Los rasgos de la servidumbre que ignoraba la piedad hacia los seres humanos”. Y cuando menciona el papel de Stalin habla sus peores rasgos: su grosería, su carácter rencoroso y vengativo, su postura y sus pensamientos policiales, un hombre que era sobre todo un gendarme.

Más de siete millones de ucranianos han huido de su país y al menos siete mil civiles (según cifras de Naciones Unidas) han muerto a manos de las fuerzas rusas que comanda Putin. En marzo y abril del año pasado vimos las imágenes de esos carros y esas caminadas que no levantaron polvo bajo el humo y el fuego.

La novela de Grossman nos hace ver ese éxodo con otros ojos, con un lente más crudo y opaco por el tiempo, con la certeza que muchas veces nos dejan los hechos que han machacado algunas décadas.

“…los campesinos sigue llegando a Kiev: se arrastran por prados, tierras vírgenes, pantanos y bosques para evitar los controles en las carreteras. No pueden poner puertas al campo. Ahora ya no pueden caminar, únicamente pueden arrastrarse… Niños, hombres, chicas; ni siquiera parecen seres humanos, se diría que son una especie de gatos o perros repulsivos, a cuatro patas”.