Con el hombre marras pasa como con los galanes exitosos a pesar de sus gracias limitadas o escondidas. “algo tiene que tener”, dicen quienes lo miran de lejos con un poco de envidian, asco y curiosidad. El doctor llegó a la campaña de presidente en noviembre del 2020, cuando la apuesta era bien arriesgada. Tiene olfato, y no lo digo con ironía alguna. Además, sabe ganarse la amistad de los jefes aportando todo lo necesario (gracia, trabajo, instinto, resultados, desvergüenzas, audacias) para que triunfen y puedan ejercer lejos de esas vulgaridades. Mejor dicho, el doctor se pone la camisa de flores para que los jefes puedan lucir la imperturbable corbata.
Al comienzo, cuando le cuestionaron su llegada a la campaña de Petro, luego de sus intimidades con Uribe y Santos, respondió con sus clásicos aspavientos: “Yo soy como Neymar. Él no se la pasa llamando al Liverpool, al Manchester United ¿oigan yo puedo jugar allá? No, a mí me llaman y me preguntan sí puedo jugar en algún equipo o ayudar en ciertas cosas”.
Le gusta ayudar en las cosas importantes: plata y votos. De eso se tratan las campañas y el doctor sabe de reuniones y fiestas, de alianzas y negociaciones, de cocteles y tarimas. “Yo me entero en la primera semana que las personas de Colombia Humana ni siquiera saben dónde están los votos”, dijo el doctor recién llegado a “colonizar la Costa” para la campaña presidencial de 2022. Sus resultados terminaron por encima de sus pronósticos. Dijo que había que meterle cuatrocientos mil votos al segundo en los departamentos de la Costa y la ventaja sobre Rodolfo fue de más de un millón de votos. En la Costa Petro habría ganado en primera vuelta. “Sin caer en la vanidad, la Costa Caribe fue quien le dio el triunfo a Petro. Nosotros aumentamos 800.000 votos. Ahí está la diferencia”, dijo en doctor en la celebración del triunfo.
Claro que quería protagonismo en el gobierno. No solo de fiestas vive el hombre, y necesitaba algo de la solemnidad del poder, de la posibilidad de ejercer en el ejecutivo. Porque es más divertido manejar la pista en el Palacio que patinar en el Congreso. Pero lo trataron mal, equivocaron su vocación y lo mandaron a las amarguras diplomáticas. Y una de sus antiguas subordinadas pasó a ser su jefa. El embajador se convirtió en un ogro y mostró sus credenciales más oscuras, se embriagó de ira. Si no me dan el poder por mis virtudes, me lo darán por mis rencores. Fue su razonamiento. Y habló con toda la boca para dejar una grosera advertencia.
Se calmaron las aguas y el camino condujo a Roma. Pero el hambre sigue y el doctor quería volver a casa. Ahora llegó aplomado, también usando corbata, al tercer piso del Palacio, con vista a la puerta del presidente que según sus palabras es un hombre ensimismado que detesta las liturgias del poder. Y por momentos se aburre en la presidencia. El doctor hablará al oído de su jefe, podrá alegrarle algunas tardes con sus coloquios costeños, alertarlo con su conocimiento de los pasillos de otros presidentes, hacerlo divagar con sus filosofías de madrugada. Para eso son los amigos. Y ya se viene una campaña y allí vuelven sus poderes. Ha dicho que en una campaña hay que filar uno a uno a cuatrocientos caballos de ocho A.M. a cuatro P.M. Todos saben que es un vaquero de los buenos.
El doctor está de regreso, lejos de sus vicios, viene acompañado de la sobriedad. Pero sobrio también puede ser impredecible, no le dieron el papel que esperaba y deben prestarle atención. Estará encargado de cuidar la puerta del presidente, mientras el presidente se encargará de cuidar las maneras y las palabras de su amigo. Tiene algo, las ventajas de ser tan indeseable como indispensable.
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