Philippe Gaumont, exciclista francés de cuarenta años, ganador de una
medalla de bronce en la contrarreloj por equipos en los Olímpicos de Barcelona
92, murió hace unos días en el hospital de Arras, en el norte de Francia.
Llevaba dos semanas en coma luego de sufrir un ataque cardíaco. Por esa misma
ruta transitaron y llegaron un poco antes Marco Pantani, Chava
Jiménez y Frank Vandenbroucke. Gaumont había ganado notoriedad en el
pelotón de anónimos retirados por su libro Prisionero
del dopaje publicado en 2005. Los ciclistas activos durante los últimos
veinte años se han convertido en expertos en interrogatorios y confesiones.
Después que el primero saltó del lote para dar su versión, se ha formado una
larga fila de arrepentidos. Gaumont pasó por los tribunales en 2006 por
denuncias contra el equipo Cofidis. Cuando la presidenta del tribunal le
pregunto por la existencia de una cultura de la jeringuilla, respondió con
tranquilidad de enfermero: “Sí, cien pinchazos al año no son nada para un
corredor”.
También un masajista del Telekom escribió su libro contando como los
pinchazos fuera de la carretera eran un trámite más de entrenamiento. Todos los
grandes equipos han tenido sus sagas frente a los jueces o los periodistas.
“Del 96 al 2012 la formación del Rabobank trabajó con el dopaje”, dice la carta
firmada por doce exciclistas y enviada hace poco a un diario holandés. Ya
sabemos cuál era el cóctel del UsPostal y el Discovery Channel (EPO, transfusiones
y testosterona). En el Lotto pasaba igual, y en el Festina y el T-Mobile, que
dejó dos médicos sancionados, y en el Castorama, el Kelme, el Gan. En las
neveras caseras de Eufemiano Fuentes se encontraron cien litros de sangre a los
que no les faltaba sino el número de cada corredor en el dorsal, para hablar
con el tono de los narradores. La justificación de todos es la misma: no se
trataba de hacer trampa sino de estar en el mismo punto a la hora de la
partida. Armstrong ha dicho que no era posible ganar sin ayuda de la jeringa. El
manager de Ullrich, la sombra de siempre
tras del tejano, recordó que el alemán corrió limpió en 2001 y el resultado fue
muy claro: “Vimos que nada era real en ellos. Ullrich estaba en la mejor forma
de su carrera, pero Armstrong jugaba con él”.
Entre 1989 y el 2000, la EPO fue un secreto muy bien conocido en el mundo
del ciclismo. Los controles no detectaban esa nueva forma de entregar oxígeno
extra en la sangre y se dio por entendido que no era más que una especie de
complemento vitamínico. Dos años después de su aparición ya se contaban 18
ciclistas muertos en condiciones extrañas en solo Bélgica y Holanda. Luego
vendrían las transfusiones y algunas “nuevas tecnologías”. La aparición de la
EPO coincide con la decadencia de la aventura colombiana en Europa. En 1989
Café de Colombia no logró ganar una sola etapa en las carreras del viejo
continente y en el 90 no recibió invitación para el Tour.
Armstrong lo dijo claramente en su humilde entrevista con Oprah: “El
ciclismo es un deporte muy distinto al que era hace diez años”. Dos cosas han
provocado los grandes cambios: controles fuera de la competición y pasaporte
biológico. De modo que los Escarabajos han vuelto a exhibir sus ventajas de
entrenamiento por encima de dos mil metros y sus riñones listos para producir
EPO de forma natural. Urán, Henao, Quintana y Betancur encabezan el nuevo
desembarco. Y no necesitan puerto de operación.
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