miércoles, 16 de octubre de 2024

Perder la carga

 

 

Todo depende del nivel de energía de nuestros aparatos: teléfonos, computadores, vapos, carros, bicis asistidas… Los cables son nuestro polo a tierra, “he visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, cabezas de ángel abrasadas por una antigua conexión” para cargar sus teléfonos.

Los aeropuertos son campos de batalla por los tomacorrientes, se cambian tres sillas por un enchufe, los pasajeros se acuestan en el suelo en busca algo de batería. Se ven algunos refugiados en las capillas de El Dorado o Palma Seca cerca de las paredes y lejos de Señor. Una nueva secta. Y ese pavor a perder el cable, la gente guarda su seguro de pila en bolsitas de algodón, los ladrones piden rescate por cables robados y se venden como cigarrillos menudeados en chazas, centros comerciales, caspetes, clínicas, colegios, cementerios, peluquerías… No hay establecimiento de comercio donde no se venda un cable para el celular.

Todos nos hemos visto en la angustia de mirarnos en el espejo negro del celular muerto, hundiendo el botón de encendido de manera compulsiva, en un intento de reanimación, con la necesidad urgente de un capítulo, una conversación, una tarea, un chisme, una pelea… No olvido el relato de unas niñas españolas de quince años, angustiadas cuando Instagram perdió su vida durante casi un día. No encontraban a sus amigas, no podían ver las historias de la vida imaginada, ni siquiera ellas podían definirse muy bien con sus historias suspendidas. Cuando estamos sin carga, todos somos un poco esas adolescentes a tientas con su Instagram en pausa, con su cable roto y sus ventanas cerradas, encerradas en el maldito mundo fuera de la pantalla, esa realidad tan indescifrable, tal difícil de abarcar sin guías y sin likes. Al mundo exterior es muy duro darle me gusta.

Mi teléfono se apagó por un descuido en la mañana. El trabajo en ocasiones nos lleva a la irresponsabilidad de olvidar la carga. Era la una de la tarde y estaba en ceros. Me había tomado dos tintos, mi carga estaba en 70% y el teléfono apagado. Lo conecté y lo abandoné luego de tener la absoluta certeza del rayito que indica estamos en camino de reestablecer nuestra relación. Y tomé el sucedáneo de un libro aplazado. Una mente bien ajardinada, se llama esa mezcla de ensayo e historia personal de una psiquiatra con tijeras y regadera. Un encomio de los tiempos y la lógica de las plantas, de su crecimiento y muerte, de su floración y sus caprichos solares. Raíces y redes neuronales, algo de autoayuda bien abonada, si se quiere, pero mucho de buenas historias vegetales.

Cuando volví a mirar, mi teléfono estaba en el 33%. Había leído cerca de 25 páginas y me dio por regar las matas del modesto jardín del balcón. La manguera, me perdonarán en tiempos de sequía, es una de las mejores terapias que existen. En fin, regué las matas, aunque debí escribir plantas, y arranqué algunas hojas secas y limpié la palomilla insoportable en las hojas de un croto en recuperación. Ahora la carga estaba en 46%. Decidí dejarlo apagado y me fui a preparar el tercer tinto del día y a lavar algunos platos que mi miraban con sus ojos de agua grasosa. La carga daba por 69%, tal vez debo comprar un nuevo cable, y ya estaba un poco ansioso por la riña de X y la avalancha del WhatsApp. Pero me resistí a prenderlo y me aburrí un rato en el balcón. Ahí, sin tinto, sin libro, sin manguera, sin celular. El teléfono llegó a 100% y lo prendí, me alumbró con sus colores deslumbrantes, con la foto de unos tréboles rojos que tengo de fondo de pantalla. Su tiempo de carga me había dado un nuevo tiempo.

 

miércoles, 9 de octubre de 2024

Las barras mansas

 

Barras bravas de Nacional amenazan de muerte a la dirigencia

 Barra Brava on X: "LETRAS DE CANCIONES - REXIXTENXIA NORTE - INDEPENDIENTE  MEDELLÍN 👉 https://t.co/a4JLFrs20w https://t.co/zgFI9sF3gW" / X

Las barras son gueto y familia, pandilla y refugio, son religión y negocio, fiesta y tropel. Y muchas veces una pequeña radiografía de nuestros barrios y sus filos, de sus jerarquías de esquina y sus viajes reales o alucinados. La tribuna es la calle pura y dura. Pero el vidrio de las cabinas todo los distorsiona y desde las redacciones deportivas casi siempre se simplifica y generaliza con descalificaciones inútiles: “Delincuentes disfrazados de hinchas”, “vándalos”, “matones”, “bandidos”, “asesinos”. Y como ocurre tantas veces se clama por el código penal y la cárcel como única solución.

Tratar como un simple asunto delincuencial el tema de las barras es una apuesta al fracaso. En todas partes del mundo las barras tienen un incentivo que las hará irresistibles para muchos, una promesa para algunos de los jóvenes que no tienen nada qué perder ni donde escamparse. Pasa en Colombia como pasaba en Inglaterra. Algunos testimonios de ex integrantes de los Hooligans describen a los pelaos que ‘piratean’ en las carreteras de Colombia persiguiendo sus colores: “De repente tienes una nueva sociedad, un nuevo equipo, porque uno crece con las reglas de otros, las de tus padres, las de la escuela. Y de pronto tú estás haciendo las reglas”. Reglas nuevas y lealtades sagradas y peligrosas, los trapos son trofeos y los rivales enemigos. Para una “primera línea” de las barras la gresca es más importante que el juego, el rival es enemigo y el odio a la bandera local ahora es más importante que la pasión por la propia: “Luego de la pelea te sientes frenético por semanas. Todavía siento una cosquilla cuando pienso en eso. Quieres tener más y más, porque se vuelve excitante, es adictivo".

¿Proscribir o integrar?, es la gran pregunta que se hace en todas partes. El ejemplo de siempre sobre el éxito de la mano dura viene con la ‘Dama de hierro’ y la Inglaterra de los ochentas. Cámaras en los estadios, condenas penales, grupos especiales de policía y fiscalía contra los Hooligans. Entre 1985 y 1989 murieron 194 personas en estadios en tres tragedias provocadas por hinchas ingleses en Bruselas, Shefield y Bradfor. Para muchos la medida de verdad efectiva fue multiplicar por tres el precio de las boletas y sacar a los jóvenes de los barrios populares de los estadios. ¡Que peleen afuera!

Entre nosotros es una solución imposible. Las barras ponen cerca de una tercera parte de la taquilla de los grandes clubes y si los sacan con precios no habrá quién los reemplace. Esa purga sería una buena manera de acabar la violencia y el fútbol criollo.

Argentina es el ejemplo de una “estabilidad” problemática. Las barras han adquirido una gran importancia fuera de los estadios. La política, el crimen organizado, el manejo de los clubes, la influencia sobre el sistema judicial hacen parte de su poder más allá de la tribuna. Manejan todos los negocios afuera de los estadios, incluido el microtráfico, en ocasiones cobran por traspasos de jugadores, son dueños de la reventa. Han llegado muy lejos.

En Colombia hay historias exitosas de relación entre barras, equipos y administraciones locales. Las barras pueden ser una herramienta de integración, pueden compartir responsabilidades con autoridades en los estadios, pueden adquirir compromisos y autoregularse. Esa idea se sacarlas del juego solo las hará más radicales y muy seguramente les dejará en manos de los combos y la crimen. Si el Estado veta su organización y su desorden, si solo cree en los gases y la tanqueta, siempre habrá quien aprecie su lealtad y constancia, su furia y su mano de obra barata. La indignación de cabina no es una buena consejera para entender el aguante de la tribuna.

 

Barras bravas en el fútbol son un negocio en Colombia

 

 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Sangre de ayer y hoy

La Jornada: Cronología de la vida de García Márquez

 

Hace 42 años, en septiembre de 1982, unos meses antes de recibir el Nobel de Literatura, García Márquez publicó un texto sobre la invasión al Líbano por parte de Israel. El 6 de junio de ese año Menájem Beguin, primer ministro de Israel y premio Nobel de paz, había dirigido la incursión de la mano de Ariel Sharon, su ministro de defensa. García Márquez suena indignado por la reacción anestesiada, conforme si se quiere, de la llamada comunidad internacional: “El gobierno del presidente Reagan, por supuesto, fue el cómplice más servicial de la pandilla sionista. Por último, la prudencia casi inconcebible de la Unión Soviética, y la fragmentación fraternal del mundo árabe acabaron de completar las condiciones propicias para el mesianismo demente de Beguin y la barbarie guerrera del general Sharon.”

De nuevo las tropas de Israel han cruzado la frontera del Líbano y las palabras de García Márquez tienen una extraña mezcla de actualidad y profecía. Ese año marca el inicio de la confrontación actual, el nacimiento de los nuevos actores y el rastro de la pólvora de hoy. En ese largo conflicto parece que los ataques solo preparan las más fuertes masacres futuras. Miles de personas fueron asesinadas en el Líbano en medio de la “Operación paz para Galilea”. Israel tenía como objetivo la salida de la Organización para la Liberación de Palestina de su refugio libanés. La gente de la OLP huyó hacia Túnez luego de dos meses de la invasión. Estaban listas las condiciones para la creación de Hezbollah. La colaboración de Israel en las masacres cometidas por las milicias cristianas ayudó al crecimiento de la simpatía con la población Chiíta en el sur del Líbano y supuso el arribo de Irán a la ecuación de guerra. Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah que murió la semana pasada en un bombardeo Israelí en el Líbano, tenía 22 años y era un entusiasta de la revolución islámica en Irán. Ayudó a fundar el partido y la milicia y apenas diez años después ya era el secretario general de Hezbollah. García Márquez escribía de una barbarie recurrente y en el tiempo exacto de los nuevos motivos, objetivos y actores. El gran pedido del momento era “la instalación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza”, una solución que hoy solo hace pensar en un nuevo genocidio.

Al igual que en la actualidad, había grandes manifestaciones en Tel Aviv contra los artífices de la invasión: “Desde el principio de la invasión a Líbano empezaron en Tel Aviv y otras ciudades las manifestaciones populares de protesta que aún no han terminado (…) más de 400.000 israelíes proclamando en las calles que aquella guerra sucia no es la suya porque está muy lejos de ser la de su dios…”

García Márquez, al igual que algunos comentaristas y políticos actuales, compara a los líderes judíos con Hitler: “Para quienes tenemos una edad que nos permite recordar las consignas de los nazis, los dos propósitos de Beguin suscitan reminiscencias espantosas: la teoría del espacio vital, con la que Hitler se propuso extender su imperio a medio mundo, y lo que él mismo llamó la solución final del problema judío, que condujo a los campos de exterminio a más de seis millones de seres humanos inocentes.” Años más tarde, Vargas Llosa haría comparaciones similares al describir la vida de los Palestinos en Gaza.

Las lectura de la prensa viaja es muchas veces desconcertante y reveladora. Los periódicos de ayer son amigos del pesimismo, de las coincidencias sangrientas, “de los estragos semejantes en este mundo desdichado”, como decía el García Márquez de aquella época, listo recibir para las alegría del liqui liqui a pesar de todo.