miércoles, 21 de mayo de 2025

Un ejemplo poco salvador

Trump y Bukele hacen frente común contra la devolución del deportado «por  error» a

 

El Salvador tiene 110.000 personas en la cárcel. Eso significa 1.086 presos por 100.000 habitantes, la tasa más alta del mundo. Detrás están Cuba, Ruanda y Estados Unidos que tiene 531 presos por 100.000 habitantes. Nayib Bukele está orgulloso de ese indicador, las cárceles son su gran obra de infraestructura y el abuso a los presos su bastión social y su vitrina internacional. Las escenas del maltrato iluminado y simétrico en las cárceles son la muestra de un gobierno trastornado. Los más de tres años de estado de excepción han permitido que las detenciones sean un proceso sencillo, una confirmación a simple vista más que un proceso judicial. Ir a la cárcel depende un check list expedito. “… me llevaron a una audiencia virtual en la que fui procesada junto con otras 300 personas. En ningún momento, ni antes ni durante la audiencia, pude hablar o tener acceso al abogado público que la ‘Procu’ me asignó. En el juicio no tuve chance de hablar, nunca le vi la cara al juez. Todo pasó muy rápido”, las declaraciones dadas para un informe de Amnistía Internacional son de una mujer detenida en 2023.

El presidente de El Salvador nunca imaginó que sus maneras se iban a convertir en un referente para la guerra del presidente Trump contra los migrantes. Un referente y un refugio, un limbo adecuado para burlar la ley, una mazmorra conveniente. Estados Unidos ha comenzado a usar las mismas tácticas de Bukele para deportar migrantes. Identificar tatuajes, maneras de vestir, comentarios o fotos en redes sociales, llamadas o correos sospechosos como pruebas para identificar a migrantes como delincuentes. El sistema tiene su lado pueril. Se asignan puntajes dependiendo de las respuestas afirmativas en una planilla llamada Guía de validación de enemigos extranjeros. Tener tatuajes que puedan mostrar que pertenece o es leal al Tren de Aragua entrega cuatro puntos; portar insignias, logos, anotaciones, dibujos o vestimenta que indican lealtad al grupo también da 4 puntos y así hasta llenar 20 casillas. Si usted obtiene menos de 9 puntos es sospechoso de pertenecer a una organización criminal y si obtiene 10 o más puntos estará graduado como pandillero.

Trump ha dado un paso adelante y ahora los interrogatorios a los deportados los hacen empleados de empresas privadas. El 70% de los migrantes detenidos están en manos de corporaciones. Geo Group y CoreCivic son las dos más grandes y con la llegada de Trump a su segundo periodo el precio de sus acciones creció un 90% y un 50% respectivamente. Esta semana se conoció el caso de Andry José Hernández, un Venezolano deportado a El Salvador por obtener el puntaje que lo marcó como sospechoso. Esto decía la anotación en su formulario: “Tras revisar sus tatuajes, se descubrió que tenía una corona en cada muñeca. Esta corona se ha encontrado como identificador de miembro de la pandilla Tren de Aragua”. Las coronas son una alusión a la fiesta de los reyes magos y a su papá y su mamá. Hernández no tiene anotaciones criminales en ningún país. Ahora el Estado solo pone el tiquete del deportado, un contratista privado hace lo demás.

Pero falta llegar a la mazmorra transnacional. Allí no hay quién garantice derechos. Ahora están bajo el régimen de excepción de Bukele que presta sus servicios de abuso. La Corte Suprema de Estados Unidos ha ordenado devolver al país a algunos de los deportados a El Salvador. Bukele responde que no tiene esa potestad y el gobierno Trump dice que “no tiene autoridad para extraer por la fuerza a un extranjero de la custodia nacional de una nación soberana extranjera.”

Unas empresas dan visto bueno para deportar, un país-prisión recibe. Han creado un Triángulo de las Bermudas para los derechos.

 

 

 

 

 

miércoles, 14 de mayo de 2025

De pesadillas y conjuras

Gustavo Petro señala a César Augusto Giraldo como el autor de las amenazas  de muerte en su contra

Ahora la pregunta es por la sucesión ininterrumpida de traiciones ¿Por qué el presidente y su gobierno son víctimas de terribles ingratitudes llegadas desde bandos propios y ajenos? ¿Es la debilidad de Petro lo que hace que muchos se aprovechen de su nobleza? ¿Es simplemente un ingrediente de la política que se ha exacerbado con el establecimiento contra un gobierno progresista? ¿Es la inexperiencia de un político profesional –con 16 años en el Congreso, protagonismo en la formación de múltiples partidos y movimientos y un paso por la alcaldía de Bogotá– que ha pecado de ingenuo en el culmen de su carrera? ¿Es la incomprensión del mundo ordinario frente al revolucionario? ¿Es el presidente un perseguido por su propio gobierno? ¿Es el mundo que conspira contra un genio incomprendido?

Las felonías empezaron por casa. Primero su hijo que se usó al padre candidato para recibir halagos en fajos. Una crianza lejana pudo ser la razón: “¿También tú, Nicolás? Luego vino Juan Fernando, su hermano, con excursiones carcelarias que al parecer iban más allá de los buenos oficios. Quien iba a ser un hombre clave en la paz total pasó al chat familiar.

No mucho más tarde llegó la primera purga de su “gabinete plural”: José Antonio Ocampo, Cecilia López y Alejandro Gaviria han sido señalados por el presidente de haber tomado decisiones a sus espaldas y separarse de las ideas de su proyecto: “Se llama verle la cara de pendejo a uno, ser generosos y ofrecer parte del Gobierno a fuerzas que habían perdido...Tienen razón los que dicen eso pasa por llegar novato a la presidencia”. Pero no solo los funcionarios le fallaron, también los supuestos partidos que ellos representaban y no votaron sus proyectos.

Las vilezas se animaron con la gresca entre Sarabia y Benedetti. Se perdieron las formas y las amenazas llegaron al fondo: “Con tanta mierda que yo sé, pues nos jodemos todos, sí, ustedes me joden a mí, yo los jodo a ustedes”.

Francia Márquez fue vista como intrusa desde el inicio, de modo que solo intentar un papel en el gobierno la hizo odiosa a los ojos del líder. De ahí a la traición solo había un paso: “Me duele que mi gente me diga que estaban mejor antes de que yo llegara al Gobierno”, dijo en pleno Consejo televisado y ahora es oposición. Y qué decir de Leyva, un hombre de paz, un hombre del establecimiento contra el establecimiento, pero perdió el camino y ahora dice el presidente que lo quiere tumbar con ayuda del ELN, un grupo que traicionó a la revolución y al gobierno en su empeño de la paz total.

También el ex ministro Taxes-Reyes vendió al gobierno al señalar congresistas aliados y funcionarios de agitar el clientelismo corrupto. Y Jorge Iván González en Planeación Nacional y su íntimo Jorge Rojas que en una semana de gabinete borró su historia revolucionaria n el Eme y su confianza: “Casi acaba con el gobierno”, dijo el presidente. Y Gustavo Bolívar que quiere ser candidato contra la voluntad del líder. Y Sarabia que ahora es imperialista y convoca a los muebles viejos, a los inservibles expresidentes, para que opinen sobre decisiones del presidente. Y Muhamad que armó la gresca contra Benedetti en el conflicto de ministros del 4 de febrero. “El presidente es revolucionario y el gobernó no”, es la frase que podría resumirlo todo.

Tal vez haya otras razones para esa colección de infamias. Un presidente paranoico y frustrado porque el gobierno no avanza según el genio de sus ideas. Un hombre que gobierna lejos de su equipo, que no entiende las dificultades de la acción y solo quiere ver sus utopías realizadas. Un gobernante acorralado en sí mismo, convencido de un mando que no tiene, más prendado del aplauso y el discurso que del tablero de todos los días. Un presidente traicionado por la realidad.

 

 

miércoles, 7 de mayo de 2025

Ni guerra ni muerte

LaHistoria200 on X: "Bandera de la Guerra a Muerte, según documento de la  época que se encuentra en el @museonacionalco https://t.co/ypzIYtzzoT" / X

Ni guerra ni muerte | EL ESPECTADOR

Las cabezas llegaron arregladas para soportar el encierro en el viaje entre Barinas y Cúcuta. Iban en sus respectivas cajas dirigidas al brigadier Simón Bolívar y al Coronel Manuel del Castillo. No se supo si eran un regalo o una recomendación. Eran las cabezas viejas de dos viejos españoles culpables de su nacionalidad. El remitente era Antonio Nicolás Briceño, terrateniente, abogado y comprometido oficial de la independencia, apodado El Diablo, no por sus arrebatos sangrientos, sino por haber encarnado a Belcebú en algunas fiestas de semana santa. Las primeras palabras de las cartas que acompañaban las cajas negras estaban escritas con la sangre de los sacrificados. Los dos destinatarios quedaron aterrados. El Coronel del Castillo rechazó el paquete con una nota escrita con tinta: “Devuelvo la cabeza que se me remitía. Complázcase usted en verla, y diríjala a quien tenga el placer de ver las víctimas que ha sacrificado la desesperación”. Bolívar contestó con una orden en papel incruento: “Advierto a usted que en lo adelante en ningún modo podrá pasar por las armas ni ejecutar otra sentencia grave contra ningún individuo, sin pasarme antes el proceso que ha de formársele por su sentencia con arreglo a las leyes y órdenes del Gobierno de la Unión…”

Apenas dos meses después, el 13 de junio de 1.813, Bolívar firmó el decreto de Guerra a muerte en el que advertía a españoles y canarios que solo podrían contar con la muerte en caso de no sumarse a la causa de la independencia. Muy pronto el libertador había pasado de la prudencia al degüello. Las ideas de Briceño habían calado en el libertador que, unos días antes de firmar el decreto en Trujillo, la cuna de El Diablo, ya tenía el resumen de su contenido: “Nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte”.

El punto más alto de la proclama sangrienta tuvo lugar en La Guaira en febrero de 1.814 donde cerca de 1.000 españoles fueron ajusticiados. Los documentos oficiales daban cuenta de la hazaña: “Ayer en la tarde fueron decapitados 150 hombres españoles y canarios encerrados en las bóvedas de este puerto, y entre hoy y mañana lo será el resto de ellos. Lo participo a V. E. para su inteligencia.” También los enfermos eran aliviados de sus dolores. Muchos eran llevados al cuchillo con un atado de leña a la espalda para hacer más expedita la cremación. La matazón no impidió la pronta derrota de la Primera República en Venezuela, donde los llaneros apoyaron a los realistas, y multiplicó los abusos de la contraparte que Morillo trajo hasta la Nueva Granada y que llevaron a la ejecución de ‘El Sabio’ Caldas y Camilo Torres.

Es al menos inquietante que el presidente que ha bautizado a Colombia como potencia mundial de la vida enarbole con tanto orgullo la bandera de la Guerra a Muerte. Los guantes quirúrgicos con los que empuñó la espada de Bolívar hicieron todo un poco más patético. El presidente bolivariano escogió el momento más sangriento de la guerra de independencia para hacer advertencias al Congreso y arengar a sus huestes ¿Simple arrebato de espadachín, sencilla ignorancia, amenaza velada, perdió la cabeza? Libertad o muerte, dijo Petro que significaba la bandera mientras llamaba a votar la consulta popular. Algo extraño para un presidente que invoca la negociación con los grupos armados ¿La disyuntiva de la muerte con los adversarios políticos y el llamado a la paz con los armados de todos los pelambres?

En 1.820 firmaron Bolívar y Morillo el Tratado de Regularización de la Guerra, un “monumento de liberalidad, humanidad y filantropía”, lo llamó el libertador, “un momento de los pueblos civilizados”. Esperemos Petro llegue pronto a ese capítulo de la historia patria.

 

miércoles, 30 de abril de 2025

El arrullo de la luz

 

La siesta, José Luis García Pascual - Artelista 

 

 Elogio de la siesta: sueños pictóricos para disfrutar del verano a pierna  suelta

La siesta no deja tiempo para el miedo nocturno, ese temor indefinible que definía Luis Tejada como una entrega diaria a probables y temidos enemigos: “los terremotos, los ladrones, los incendios y las congestiones cerebrales”. Agregaría a las sombras que quedan de los terrores infantiles y que a estas alturas son además de todo una vergüenza. A diferencia del sueño rutinario de la noche nuestra de cada día, en la siesta no hay momento para preparar la inconciencia que se viene ni la jornada que acecha con las fatigas prometidas. La siesta llega de improviso, se impone como un desmayo bienhechor, una muerte justa que perdona los pecados de la noche o premia los esfuerzos de la mañana. Tampoco trae nunca ese temor a lo demasiado tarde que atormenta a los insomnes. Si la siesta no aparece la solución es sencilla, uno se levanta sin rencores y se prepara un café doble. No vale maldecirla porque es muy seguro que al día siguiente asomará su noche parda.

Se pueden reconocer varios tipos de ese mullido entrepiso que nos promete la media tarde. Está la siesta del sueño pando que permite tener un oído en la conversación ajena o el partido que se juega en la pantalla y otro en el más allá de las fantasías. Un limbo delicioso que apenas deja entrar las mentiras de los sueños en los chismes de la conversación que nos arrulla. Y está la siesta honda, recóndita, que nos aparta de las labores que quedan y nos entrega una hora de apagón. Este tipo de muerte digna puede dejar algunas secuelas: un brazo encalambrado, una cicatriz en medio de la cara que delata el placer, una camisa convertida en una estopa. Pero luego de unos quince minutos de convalecencia se puede volver con más ímpetu.

Mucho se ha discutido sobre la duración adecuada de la siesta. No sería justo poner límites a un soñador de media tarde, pero habría que ponerle otro nombre al sueñito que sobrepase la hora y media. Una pausa de dos horas ya podría llamarse coma o alucinación y son sabidas las secuelas del letargo hasta la hora del desvelo pasada la medianoche. Solo un buen guayabo puede justificar semejante exceso. La siesta de cuarenta y cinco minutos es ideal, el árbitro Morfeo puede entregar cinco de adición y no habrá problema. Está uno listo para el segundo tiempo del día, con espíritu y memoria de alguna irrealidad que alienta la imaginación. Quien sufra pesadillas en sus siestas debe consultar al psicólogo, confesarse, trabajar menos o simplemente ejercer como un sonámbulo en el parque más cercano.

La siesta, para ser tal, debe huir de la cama y la piyama. El sofá, el sillón imprevisto, la hamaca, la colchoneta, la cama ajena son los lugares más recomendados. Aunque buses, taxis, aviones hacen que el vidrío de la ventanilla sea la mejor almohada. La siesta necesita posturas y espacios distintos al del sueño prosaico de la noche. Y usar piyama durante la tarde deja un olor impúdico para quien piensa seguir el día, además, implica un preparativo indigno de ese sueño improvisado, ojalá prohibido. Tampoco la silla de la oficina es digna de la siesta, sería la peor de las infidelidades. Sobre el uso de la cobija tengo mis reparos, pero hay climas que la hacen obligatoria, y es preferible el cojín a la almohada.

Despertar y saber que quedan apenas unas horas para la luz del poniente, despertar y decidir postergarlo todo, saber que nada está apenas iniciando, despertar y no necesitar un baño, despertar y verse reflejado en el gato que todavía duerme a nuestros pies y que no sabe de remordimientos, despertar y descubrir que la promesa de la noche está a la vuelta de la esquina. 

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La siesta (Martí Alsina) - Wikipedia, la enciclopedia libre

miércoles, 23 de abril de 2025

Una llamada sin Dios

El loco de Dios en el fin del mundo: Agencia Literaria Carmen Balcells

 

La religión católica muchas veces ha inspirado la crueldad, muchas otras ha sido un mecanismo de exclusión a pesar de su discurso del perdón y la misericordia; otras tantas ha sido vacía por el afán simbólico que la lleva a lugares de la desmesura, a la más cursi de las ornamentaciones. Y ha sido solapada, ha escondido sus grandes pecados en vez de expiarlos, y por supuesto, ha encarnado miles de veces en un anciano lejano y receloso, malvado también podría ser una palabra acorde a su sotana.

A pesar de todo eso, y de ser un ateo sin muchas estridencias, un descreído luego de haber estudiado unos años con los padres benedictinos, un visitador impenitente de iglesias en horario sin eucaristías, por su silencio y su clima único, unos grados por debajo del mundo, un reciente libro de Javier Cercas sobre el papa Francisco terminó por conmoverme. No se trata de una conversión ni de un retorno a la fe, es solo que el libro deja la certeza de que la religión puede ser, no importa que un ateo crea que se equivoca en las respuestas, un intento valioso por comprender, un cuestionario válido que nos aleja del ruido y la frivolidad. Hay pues, una especie de invocación filosófica en esa conversación con la religión, con la cabeza de la religión católica, con el papa que acaba de morir.

El libro de Cercas, que se define a sí mismo como ateo, anticlerical, laicista militante, impío riguroso, se llama El loco de Dios en el fin del mundo. Se trata de la “crónica” de un viaje a Mongolia en el que acompaña al papa Francisco por invitación del Vaticano. Es más que una crónica, es también un tratado de dudas, un retrato del papa por la visión de algunos de sus cercanos, un viaje de extrañezas, una imposibilidad mental ante un mundo que, para quien no cree, es un abismo.

El autor menciona muchas veces el muro invisible con el que choca en esas conversaciones vaticanas. Su incredulidad hace que las motivaciones y respuestas de la burocracia católica le sean imposibles de compartir. El muro invisible de la fe que no se comparte, el dogma enfrentado a la racionalidad. Pero al final de cuentas Cercas parece convencido de algo que también resulta importante: la confianza en lo verdadera que puede resultar una persona, en lo profundo de su pensamiento, en el rigor de sus intenciones, aunque resulten vanas o erróneas. Esa verdad personal la explica Andrea Tornielli, periodista director de la editorial de El Vaticano y contertulio de Cercas en el libro, con una frase de Nietzsche en El Anticristo: "Contra vuestra fe, vuestras caras han hecho mucho más que nuestras razones". Una forma de decir que el testimonio de la figura de Francisco vale mas que sus discursos y sermones.

Esa conclusión me quedó del libro de Cercas, la certeza de que Bergoglio no era un impostor, de que cumplía su máxima de tres palabras, “cabeza, corazón y manos”, razón, sentimiento y experiencia. Todo eso decía reunirlo en la palabra “discernimiento”: “por eso al papa le gustan tanto las historias; es decir, la literatura: porque, en las historias, el discernimiento opera con acciones, no con razones ni reflexiones abstractas”, la cita es del padre Antonio Spadaro, quien era su intelectual de cabecera.

El humor y el horror son dos palabras que pueden ayudar con una mínima idea del retrato de Bergoglio en el libro de Cercas. La orden de quitarle el blindaje al papamóvil vino acompañada de una frase contundente: “Seamos serios, a mi edad ya tengo poco que perder”. “Toda religión es un atentado contra el humor”, dijo Cioran. Tal vez Bergoglio buscaba contradecirlo. En cuanto al horror es necesario mencionar a la inquisición. Y resulta que el papa Francisco nombró como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, a un cura villero -párroco en los barrios duros de Buenos Aires- que había sido perseguido durante un año por las sospechas de ese mismo “servicio de inteligencia de la fe”.

Al final, las grandes preguntas del libro sobre la trascendencia y la inmortalidad se responden con una llamada telefónica de un minuto. Un gesto de misericordia del que pueden beber ateos y creyentes.