Avenida Los Libertadores
Durante casi cien años los planos de Medellín han repasado con unanimidad una misma línea, un hilo que se trazó como anhelo en los años de la villa y que fue creciendo junto al río, hacia el sur y hacia el norte hasta tocar el ancón de La Estrella y el ancón de Copacabana. En las cartillas cívicas, en los sueños de metrópoli, en las primeras lecciones de urbanismo dictadas por los extranjeros siempre apareció ese surco como un elemento natural. En 1912 la revista Progreso hablaba de las obras de canalización del río y de la necesidad de las futuras avenidas a su lado, “para hacer el paseo más hermoso y elegante de la ciudad”. Los nombres estaban de acuerdo con la importancia de las vías soñadas: avenida Los Libertadores en el costado oriental y avenida Los Conquistadores en el occidental. Todo siguiendo la lógica escolar de los primeros bautizos.
En 1929 Ricardo Olano decía que las rayitas reteñidas serían “la gran arteria central de la futura urbe”. Luego se aprobó el impuesto de valorización en Medellín y “el arreglo, rectificación y ensanche de las avenidas del río” eran obviamente prioridades de la ciudad. El asunto comenzó a desarrollarse según el sueño de los urbanistas. El austriaco Karl Brunner, invitado para intentar que Medellín mereciera el nombre de ciudad, recomendó una reglamentación para las tierras cercanas al río: “se deberá delimitar el uso industrial de esta zona de tal manera que excluya una faja de unos doscientos metros a lo largo de la avenida Los Libertadores, faja que se destinará a vivienda, jardines públicos, escuelas y otros fines no industriales”. Pero la ciudad industrial de Colombia tenía otros planes.
Durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo se apoyó la construcción de grandes parques en varias ciudades colombianas. Cuando el presidente vino a Medellín a ver los diferentes sitios propuestos para acoger el parque -entre los que estaban el Volador, el Nutibara y el barrio Buenos Aires- alguien lo convenció de que la ciudad necesitaba esa plata para su gran avenida, que al mismo tiempo era un parque de sesenta metros a lado y lado del río “por el que irían dos calzadas principales y otras secundarias para cabalgaduras y bicicletas”. Un decreto de 1944 en el que el gobierno comprometía un millón de pesos acabó con la discusión.
La reglamentación para el jardín soñado nunca llegó. Las cabalgaduras, las bicicletas, los lagos, las pintorescas casas en las orillas se convirtieron en galpones de las grandes industrias. Unos años antes se habían comprometido con la obra pagando de su propio bolsillo, y era tiempo de que cobraran su generosidad con las creces de siempre. El paseo se convirtió entonces en autopista paralela al gran colector de las aguas industriales.
Del sueño bucólico de los urbanistas no quedó más que un amplio separador sembrado de mangos, guayabos y almendros. Ahora han aparecido unos dolientes que lo llaman bosque y trinan por las dulzuras de sus frutos. Los he visto amarrados a los árboles jugando al mártir ecologista y de verdad que se ven patéticos. La oportunidad de tener unas vegas del río para respirar y pasear se perdió en los años cincuenta, en este momento la ciudad necesita al menos ampliar el surco oriental de la avenida tantas veces pensada, cumplir aunque sea la parte del plan que permita atravesar el valle de sur a norte. La simple lógica dice que los carros atascados entres carriles contaminan más que los carros fluyendo en cinco carriles. En 1939 había en Medellín 7638 personas con licencia para conducir. Según dicen por el área metropolitana de hoy circulan 720.000 vehículos entre carros y motos, y la rayita de gran autopista sigue ocupando el mismo tamaño en los planos. La demagogia ambiental de unos cuantos vecinos disfrazados de héroes verdes no debe imponer remordimientos. Un separador con vocación de asfalto desde hace más de noventa años no es propiamente una selva húmeda tropical.
1 comentario:
bonito que empieze un blog. No conozco la zona de la que habla pero parece sensato el comentario. Los activistas ecologistas siempre estan prestos al ridiculo, es parte de su identidad.
Publicar un comentario