jueves, 11 de octubre de 2007
La vida de las catedrales
A comienzos del siglo XX Marcel Proust publicó en Le figaro un artículo de poética política titulado La muerte de las catedrales. A sus 33 años Proust se dolía de las intenciones del parlamento francés de suspender el apoyo estatal a la celebración de los rituales católicos. Consideraba que la separación Iglesia-Estado no debía afectar la más importante de las representaciones “teatrales” de Francia: “Puede decirse que gracias a la persistencia de los mismos ritos de la iglesia católica, y, por otra parte, de la creencia católica en el corazón de los franceses, la catedrales no son únicamente los más bellos monumentos de nuestro arte sino los únicos que viven aún su vida integral”. Las catedrales sin vida litúrgica serían “unos cascos de navíos cincelados” sobre las playas de los campos y las ciudades francesas.
El exceso de incienso y el amor por el simbolismo católico, por la estola que es el dulce yugo del Señor en el cuello del sacerdote y la mitra de dos picos del obispo que representa la ciencia del antiguo y el nuevo testamento, hizo que Proust desconociera la gracia de las iglesias silenciosas, las iglesias sin sermón en las tardes de las ciudades: cavernas altas que sirven de refugio a algunos arrepentidos, que acogen el cansancio de los ateos, la lectura desocupada de los esotéricos, los murmullos de una conversación aplazada.
En las últimas semanas usé las catedrales de Medellín y Pereira como escampadero de aguaceros o rutinas. Entrar a una iglesia sin la necesidad de darse la bendición, como simple observador del sedimento que va dejando en sus bancas un día de mareas, se convierte en una pequeña revelación sin Dios. Las catedrales, cuando el rito está encerrado en la sala de maquinas de la sacristía, son un extraño santuario citadino, el más delicioso de los escondites que pueden ofrecer las ciudades. Y el más suntuoso. Dos o tres pasos más allá de la puerta y es posible olvidar las mezquindades de humo, el tedio vulgar de todas nuestra aglomeraciones. Las iglesias mudas le dan majestad a todos sus habitantes. Los mendigos parecen anacoretas recién bajados de los montes cercanos, los ancianos amargos son pensadores serenos, las viejas beatas se dulcifican con el aire de un abanico improvisado.
Incluso queda tiempo para las visiones desorbitadas, los ataques de imaginación. En Medellín, las escaleras retorcidas para limpiar las alturas del polvo que todo lo corrompe, parecen catapultas de la edad media, listas para ser empujadas al atrio en caso de una invasión bárbara. En Pereira el techo de arcos y vigas entrecruzadas recuerda una postal de los acueductos romanos o una foto de archivo de un viaducto, un viejo paisaje de trenes.
Un ateo vociferante como el Fernando Vallejo de la Virgen de los sicarios, compinche de un asesino caprichoso, sabe muy bien qué entregan las iglesias durante el receso de sus arengas: “…Veníamos a buscar lo mismo: Paz, silencio en la penumbra. Tenemos los ojos cansados de tanto ver, y los oídos de tanto oír, y el corazón de tanto odiar.” Es imposible resistir el encanto de las iglesias apagadas, su sombra, su clima artificial. En Medellín algunos intentan atravesar la Catedral de puerta a puerta, para acortar camino en las malditas calles. Entran afanados y van disminuyendo el paso, levantado el pico hasta que se detienen. Se sientan en una banca. Tal vez descubren el secreto que celebra Vallejo en su entrada a las bóvedas de la iglesia de San Antonio: “Pasamos a la iglesia y miré hacia arriba, y por primera vez vi desde adentro la alta cúpula que había visto desde afuera mi vida entera dominando el centro de Medellín”. La sorpresa de los espeleólogos en una caminada de rutina.
Con solemnidad repetida aparece la señal para interrumpir la ensoñación. Suenan las campanas, que según Proust simbolizan la voz de los predicadores, y se acaba el embrujo. No queda más que recoger el encargo profano que habíamos olvidado en la banca y salir a paso largo antes que enciendan la majestad de algún cirio.
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6 comentarios:
Podria decir que no solo las catedrales, en general las iglesias que carecen de arquitectura vanguardiasta.
Eso es algo que no hemos sabido aprovechar en la unica ciudad del mundo donde se daña un òrgano.
Pascual,
Que casualidad. Hace poco conversaba con alguien sobre la arquitectura de las iglesias; sobre el patrimonio historico en el que se convertiran en un futuro y sobre la gran riqueza arquitectonica que posee cada pueblo de nuestro departamento (pais) que ha sido tan resandero.
Hay muchas iglesias dignas de ser retratadas, descritas y estudiadas. No se si quizas haya un trabajo en el cual recopilen por completo la informacion concerniente a esto.
Seria un gran proposito realizar un trabajo al respecto. Si bien hoy no lo agradecerían nuestros contemporaneos, en un futuro no muy lejano sería un documento digno de conservar, de tener. Pues como sabes, nuestra civilizacion se proyecta hacia el derrumbamiento, y no solo las creencias y la cultura es la que se viene al piso. como lo describia saramago en la caverna, todo apunta a convertirse en un gran centro comercial en el que el hombre sera la mercancia mas inutil de todas.
El fin. Bonito reporraje... ah... tercer viernes sin columna en el colombiano, pero el fin, no importa, los que te leemos venimos hasta aca... no da pereza de todas formas.. ademas esas patrañas del colombiano cansan.. panfleto vendido ese.
suerte!!
Además de la tranquilidad y la belleza arquitectónica en las iglesias podemos apreciar bellisimas obras de arte, a mi personalmente me gustan los vitrales.
Cada que estoy de paso por algún sitio me gusta entrar a las iglesias, además encuentras cosas divertidas, como las lámparas que imitan las velas, y por cada moneda que insertas se enciende una de ellas. Alguna vez vi también un sacerdote con una cajita colgada al cuello en la puerta de la iglesia para que a la salida los visitantes dejaran su contribución.
Quiero recomendar el artículo CUANDO LAS COSAS ESTAN ... de Rodrigo Puyo.
http://www.elcolombiano.com.co/BancoConocimiento/C/cuando_las_cosas_estan/cuando_las_cosas_estan.asp?CodSeccion=53
¿Y la Catedral de Pablo que venía siendo, Pascui?
A proposito de la catedral que menciona la flaca cariñosa hay una historia interesante. Lo que fue la guarida de Pablo luce su nombre de santuario desde comienzos del siglo XX porque de sus lomas salió buena parte de la madera para La Catedral de Villanueva. Sino estoy mal fue el arzobispo Jesús María Marulanda, ecónomo de la obra, quien que compró la tierra en las alturas de Envigado para pelar el monte y dotar al edificio de maderas nobles,cedro negro entre las más sonadas. Ahora un padre Benedictino quiere que La Catedral de Escobar recuerde el cielo de madera de La Catedral de Villanueva. Le recomiendo a la flaca un retiro en la nueva ermita en los altos de Envigado, para limpiar sus huesos.
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