martes, 29 de noviembre de 2011

La niña de Koba





Ser el “gorrión” preferido de un ogro de botas altas y bigote espeso es una condena propia de los cuentos infantiles. En sus sueños debía verlo inmenso, empuñando el martillo y la hoz, listo para acariciarla. Durante su vida Stalin solo logró mostrarse tierno en algunas fotos acompañado de su hija Svétlana Stalina. Las cartas a su pequeña son algunos de los pocos rastros de humanidad que dejó el zar comunista: “Setanka, mi pequeña ama de llaves, salud. He recibido todas tus cartas. No te he respondido porque estoy muy ocupado. ¿Cómo pasas el tiempo, qué tal tu inglés, estás bien? Me siento solo sin ti, pero ¿qué puedo hacer sino esperar? Un beso para mi pequeña ama de llaves”.
Stalin no era bueno para el amor, le parecía una palabra despreciable. Cuando tenía 17 años Svétlana le reclamó a su padre por haber enviado a su primer novio a Siberia, acusado de espionaje: “¡Pero le amo!”, dijo la joven. Por primera vez recibió dos manotazos y una sentencia obscena del Hombre de Acero: “Una guerra como ésta en curso y ella se pasa todo el tiempo follando.” Se ha discutido si Koba de verdad quiso a su hija o si sus fotos y sus cartas dulces no eran más que una estrategia para que Stalin no fuera siempre una esfinge amenazante. Ya anciana, en una entrevista desde las montañas de Wisconsin, Svétlana dijo que su padre la amó porque tenía el pelo rojo y pecas como su madre. Pero la mejor versión la entregó el camarada Jrushov en sus memorias: “La quería, pero solía expresar estos sentimientos de afecto de un modo fatal. Su ternura era la del gato por el ratón.”
La madre de Svétlana se suicidó cuando su hija tenía 6 años. La noche anterior, durante una fiesta en el Kremlin, Stalin le tiró un cigarrillo encendido porque ella no quiso tomarse un trago. Era solo una humillación más. Pero había motivos más graves: Nadia Alilúyeva, la madre de la pequeña ama de llaves, había descubierto los horrores de la colectivización en Ucrania. Los comentarios de sus compañeros de química en la universidad bajaron del pedestal al hombre nuevo del que se había enamorado. El suicidio fue un reproche personal y político: “Se rompió algo en el interior de mi padre”, escribiría Svétlena tiempo después. Aunque le dijeron que su madre había muerto de apendicitis, ya no era momento para cuentos infantiles. Comenzaba el drama de una novela rusa con grandes apartes de un Best seller de espionaje de la guerra fría.
Cuando los horrores de Stalin obligaron a los soviéticos a esconder su figura y entregar algo de escarnio a sus hijos, Svétlana aprovechó las cenizas de su esposo hindú recién fallecido para viajar hasta el Ganges. La embajada americana estaba muy cerca y se convirtió en una feliz traidora durante casi 20 años. Escribió libros elogiando la vida luminosa de occidente y tuvo una hija de un extraño matrimonio concertado por los arrebatos místicos de una desconocida. Pero Svétlana debía huir permanentemente, no soportaba un marido ni un lugar más de dos años. Tenía una gigantesca colección de remordimientos y nostalgias: por sus dos hijos abandonados en Rusia, por su reconocimiento como la princesa de un imperio, por la imagen de su padre que cambiaba según la luz de la memoria.
Entonces volvió a la Unión Soviética cuando Stalin se convertía de nuevo en el gran líder por el aniversario 40 de la II Guerra. Vivió en Tiflis, visitó el museo de Koba y llevó algunas fotos. Pero no resistió y regresó a su vida americana en una cabaña sin luz en Wisconsin, en un hogar de ancianos, en una tumba con una cruz.


8 comentarios:

Pascual Gaviria dijo...

Buena parte de la columna fue tomada de Koba el Temible el libro de Martin Amis. A propósito cunado Amis habla del suicidio de la mamá de Svétlana trae una comparación con Hitler que me pareció inquietante y aterradora:

"Es difícil rehuir a la tentación de establecer comparaciones con Hitler (cuyo único 'gran amor', Geli Raubal, se pegó un tiro en septiembre de 1931, y cuya compañera, Eva Braun, intentó suicidarse en el otoño de 1932, y otra vez en 1935, y por fin en 1945, esta vez con más suerte, con el marido al lado)..."

Impresionante que en el mismo año, 1932, la esposa de Stalin y la compañera de Hitler estuvieran intentando acabar con sus vidas, una con éxito y otro no tanto.

Pascual Gaviria dijo...

Yákov, el hijo mayor de Stalin, hijo de su primera mujer, Yakaterina Svanidze, también intentó suicidarse. Su padre siempre lo despreció supuestamente por su origen Georgiano. Cuando falló en su intento de matarse dice Amis que Stalin se acercó a su hijo y simplemente le soltó una pequeña burla: "Ja, fallaste".
En la segunda guerra Yákov fue capturado por los alemanes que propucieron canjearlo por un general prisionero de los soviéticos. Stalin dijo: "No tengo ningún hijo llamado Yákov". Murió con un tiro en la espalda en un campo de concentración alemán.

Amis traé otra tremenda comparación. Stalin por momentos intentó situar su figura cerca de las de Iván El Terrible y Pedro el Grande. Los dos participaron en la muerte de sus propios hijos.

Pascual Gaviria dijo...

Un reportaje de El País de 1985 cuando Svétlana volvió a la URSS

Stalina honra en la URSS la memoria de su padre

Pascual Gaviria dijo...

Un reportaje más completo escrito también en 1985. Cuenta esa historia impresionante de su matrimonio con William Wesley Peters, un discípulo del famoso arquitecto Frank Lloyd Wright. Va un fragmento.

"A su rotura con Fischer, en 1968, le siguió un período de dolorosa soledad. Fue entonces cuando se vio envuelta en una extraña y desventurada aventura que se inició con una serie de cartas de una admiradora desconocida. La autora era la viuda del arquitecto Frank Lloyd Wright, Olgivanna, mujer de más de -70 años. La señora Wright presionaba a Svetlana para que fuera a visitarla a Taliesin West, el edificio de piedra y secuoya que Wright había diseñado para la firma y escuela de arquitectura que él mismo había fundado en el desierto, cerca de Scottsdale (Arizona).

La viuda del arquitecto imaginaba a la hija de Stalin como una representante mística, quizá como una reencarnación de su propia hija, que había muerto en 1946 en una accidente de automóvil. La señora Wright, discípula del místico ruso Georgi Gurdjieff, se sentía hechizada por ciertas coincidencias entre la viva y la muerta. Su hija, fruto de un matrimonio anterior en Rusia, también se llamaba Svetlana; es más, había nacido en Georgia, la región de procedencia del padre de Svetlana Alliluyeva. De alguna forma, se le había metido en la cabeza a la señora Wright que la hija de Stalin debería casarse con el viudo de la primera Svetlana, William Wesley Peters, de 57 años.

Svetlana no tardó en seguir los deseos de la señora Wright y aún no habían transcurrido tres semanas desde su llegada a Arizona cuando ella y Peters estaban casados. A la señora Wright se le oyó decir alborozada: "Ya puedo volver a decir: '¡Svetlana y Wes!'".

Svétlana, el gorrioncillo de Stalin

Daniel dijo...

¿Y VAS A DEJAR EN PUNTA LA DUDA EXPUESTA EN LA ANTERIOR ENTRADA?

Daniel dijo...

Comprendo

Anónimo dijo...

Juka (version5.0) Socrates el mas grande de los grandes...

Anónimo dijo...

alguna vez pusieron en este blog videos de como mataban los perros en Bolivia, pues resulta y sucede que esperamos Pascual que le encantan este tipo de noticias especiales nos explique esta de los soldados colombianos, a ver pascua haga el cambio con rimula que opinas?

http://www.youtube.com/watch?v=zJpcDuQB2VE