martes, 12 de enero de 2016

Resumen necrológico






Durante seis años consecutivos Colombia ha visto disminuir el número de homicidios en su territorio. La cifra de 2015 muestra una reducción de 5.524 asesinatos frente a la del año 2009, el último año en que aumentaron las muertes violentas, y muy seguramente marcará una tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes inferior a la de países como México y Brasil. Pero según parece, sostener y aumentar las buenas noticias será cada vez es más difícil. Bogotá ha demostrado que luego de alcanzar una tasa cercana a 17 homicidios por cada 100.000 habitantes es complicado lograr nuevos avances, en los últimos 4 años los esfuerzos solo han servido para sostener una cifra cercana a los 1.300 homicidios cada año. Y si se miran los números de Colombia (las cifras del informe Forensis 2014 y las entregadas por la policía a fin del año pasado) la reducción en todo el país fue de algo más de 400 casos, la más baja lo que hace que comenzó a disminuir la sangría. Uno podría decir que las rebajas significativas se dieron en Medellín y Cali, de resto el país tuvo altibajos menores en las diferentes regiones.
Antioquia, Valle y Bogotá concentran cerca del 50% de los homicidios que se cometen en el país y sus perspectivas no parecen del todo fáciles. En Antioquia se dio un fenómeno todavía por explicar. A pesar de la tregua unilateral de seis meses por parte de las Farc los homicidios crecieron el año pasado en el departamento. Ahora, Antioquia tiene tasas de homicidio superiores a las de los municipios del Área Metropolitana donde se suponía se concentraban los mayores conflictos. En el Valle de Aburrá siguen cayendo los homicidios mientras en regiones como Urabá, el Nordeste, el Bajo cauca y el Suroeste se han presentado aumentos. Por lo visto el postconflicto significará, en muchas regiones, una lucha de baja intensidad con algunos componentes de las Farc reforzando la criminalidad instalada bajo otras insignias. Nos debemos acostumbrar a las otras formas de lucha. La dificultad de encontrar datos ciertos sobre homicidios en el Valle del Cauca durante 2015 hace suponer que no se quiso manchar el aceptable balance de lo sucedido en Cali. Ya veremos con cuidado que pasó en el departamento que tenía 7 de los 10 municipios con las más altas tasas de homicidios en 2014, y que, como Antioquia, conserva grupos organizados para defender rentas históricas en el bando que se revele dominante.
Se ha repetido que el conflicto causa apenas el 15% de las muertes violentas en Colombia y que los combos en las ciudades marcan, desde hace años, los nuevos desafíos de seguridad. El Salvador es siempre un espejo útil contra el conformismo de los buenos indicadores. Hace unos cuatro años comentábamos el milagro salvadoreño y ahora se reseñan las cifras de terror del año pasado. Luego del rompimiento de la tregua entre pandillas y el endurecimiento del gobierno llegaron a niveles de violencia que no se veían desde la guerra civil. Ahora se habla incluso de un salto en la organización y la ambición de las pandillas que buscan ser un actor político e internacionalizar sus “negocios”. Se demuestra qué endebles pueden ser nuestras mejorías y nos obligan a pensar en lo que en Medellín se ha llamado el “pacto del fusil”. Una cosa es tener el control y otra es sostener el equilibrio.

Colombia tendrá que encontrar el camino de la paz en el campo e ir pensando en las “guerras” tras la paz en las ciudades. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Armando Montenegro tiene un librito muy interesante en el que analiza a lo largo de un amplio período de tiempo las características de la violencia en Colombia. SU conclusión es que los Colombianos no somos violentos en la medida en que la tasa de homicidios ha estado en general dentro de los parámetros universales, identifica en cambio momentos y territorios puntuales en los que se han presentado incrementos dramáticos de las tasas de homicidios y concluye que estos en general coinciden con bonanzas legales e ilegales.

Entiendo que las características de los homicidios en Bogotá y Medellín difieren de forma significativa en la medida en que mientras en Bogotá priman homicidios asociados a la intolerancia, en Medellín los homicidios están más asociados a fenómenos de sicariato y manejo de rentas ilegales.

Quizás Montenegro se equivoca y en Colombia si somos más violentos que en otros lares y cuando los homicidios asociados a disputas entre actores ilegales se reducen a su mínima expresión quedan los asociados a la intolerancia, y los segundos a diferencia de los primeros parecen resultar mucho más difíciles de combatir (ahí no hay pacto del fusil que valga).

Quizás Bogotá sencillamante marca el límite a los éxitos de la lucha contra el homicidio.