No existe lo que
se llama la versión definitiva, decía Octavio Paz hablando de los poemas que se
escriben, los que se piensan y los que se atoran. Algo parecido podría decirse
de la historia en mayúscula, de la pequeña historia a borbotones que sueltan
los periódicos, de las biografías de los hombres y mujeres reseñados bien sea
por sus virtudes o sus horrores. Esa sencilla línea de la historia que muestran
las cronologías en realidad da rodeos, retrocede, da saltos de olvido o se
atranca con un martilleo sobre un mismo escollo de humanos e ideas. Y así
cambian las perspectivas, los juicios y las certezas. La política es una gran
herramienta en eso de reteñir, borrar o corregir hechos y personajes
importantes. Marca los énfasis según conveniencias, mayorías, discursos y
temores futuros. Trabaja todo el día en lo que podría llamarse estrategias de
verdad.
Hace unos días
la polémica semanal giró alrededor de la figura de alias Alfonso Cano, y de la
ofensa que suponía para muchos que algunas personas decidieran hacer un
homenaje a un hombre que dirigió a las Farc y, por tanto, debe cargar sobre su
historia un buen número de páginas de sangre. La pregunta es si el fin de las
Farc como grupo armado hará posible tener una visión distinta sobre Cano. No
una que disculpe sus crímenes, no una que busque enaltecerlo por su “lucha”
como hacen sus camaradas, pero sí una que permita verlo como un hombre más
complejo que el condenado por los jueces penales y muerto por las balas
militares. Una en la que el odio ceda espacio a la curiosidad frente a los
contradictores, a las preguntas frente a los radicales.
La muerte
reciente de Martin McGuinness, miembro del IRA, segundo del Sinn Féin, su brazo
político, artífice del acuerdo del Viernes Santo en 1998 y vice primer ministro
de Irlanda durante casi una década, deja algunas lecciones sobre la versión
siempre imperfecta y cambiante de personajes que estuvieron en la guerra. McGuinness
terminó siendo compañero de pesca y amigo de Ian Paisley, su principal contradictor
político y quien debía encargarse del contrapeso Unionista en el gobierno
compartido con los republicanos: “Jamás habíamos hablado de nada y ahora
trabajamos juntos, sin palabras de reproches entre nosotros. Eso demuestra que
estamos preparados para un nuevo rumbo”, dijo McGuinness recién posesionado
como vice primer ministro. Tony Blair, quien firmó los acuerdos que había
comenzado su antecesor, dijo en su momento que luego de considerarlo un
terrorista había terminado viendo en McGuinness una “inspiración” al momento de
buscar la paz: “Muestra que la política funciona”, remató con algo de alegría y
resignación. Blair fue más allá y habló de las distintas visiones posibles y
comprensibles: “Habrá algunos que no puedan olvidar el amargo legado de la guerra.
Y en el caso de aquellos que perdieron a sus seres queridos en ella, es
completamente comprensible. Pero aquellos que fuimos capaces de traer
finalmente el acuerdo de paz a Irlanda del Norte, sabemos que no podríamos haberlo
hecho sin su coraje y su silenciosa insistencia en que el pasado no debe
definir el futuro.” También la reina Isabel, quien perdió a su primo Lord
Mountbatten en un atentado, terminó apretando la mano de McGuinness y enviando
una carta personal a su esposa para darle las condolencias luego de su muerte. Y
se oyeron voces que condenaron su memoria. Norman Tebbit, ex ministro
conservador que vio gravemente herida a su esposa luego de un atentado del IRA,
lo despidió con un suspiro de alivio: “Simplemente me complace que el mundo sea
un lugar más dulce y limpio ahora. Él no era solo un múltiple asesino; él
era un cobarde”.
Abrir la
posibilidad a nuevas versiones, ser capaces de examinar conductas con menos
odio, de construir personajes y causas menos simples será un buen indicador de
qué tan posible es la reconciliación. Siempre habrá espacio para rencores y
retrocesos, Irlanda lo sabe, pero el grito de la política tiene que dejar oír
lenguajes más serenos.
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