martes, 25 de septiembre de 2018

Tronaron los mariachis






Cinco mariachis, sus pistolas de utilería convertidas en fierros, sueltan sesenta disparos en menos de veinte segundos. Javier Solis mira impávido desde su estatua de bronce mientras se cubre el abdomen con su sombrero. Seis muertos en la Plaza Garibaldi el día antes de la independencia de México. Cinco sicarios disfrazados de mariachis andando en tres motos, cascos negros a cambio del sombrero imposible. Y la frase sencilla de una señora que mira tras las cintas que tendieron los policías: “Mira ahí está, sangre, sangre, sangre…” Ciudad de México comienza a ver escenas que parecían hechas para algunos pueblos polvorientos: “esto no es Sinaloa”, se ha repetido muchas veces. Pero no hacen falta carteles, no son necesarios los patrones de los túneles y los afanes con las actrices, algunos barrios pueden entregar cortes menos suntuosas, alardes menos brillantes y ruidosos, pero los mismos delirios y la misma sevicia. Hace tres meses hubo un aviso: dos cadáveres a medio picar fueron dejados en la avenida Insurgentes ¿Bandas o carteles?
Cuando leí esa noticia de rancheras duras en la capital tenía una novela del escritor mexicano Yuri Herrera a mitad de camino. Trabajos del reino tiene como personaje principal a un cantor de corridos que ha vivido entre cartones toda su vida, una vida al sol, una vida de temores y reverencias en las cantinas: “Rondar entre las mesas, ofrecer canciones, extender la mano, llenarse los bolsillos de monedas”.  Al Lobo su papá le puso un acordeón en sus manos y le dijo: “Y abrácelo bien, que este es su pan”. Un día un patrón lo defiende de un borracho en una cantina, le exige que le pague su merecido y le da su merecido al briago. Lobo logra colarse en la corte del Rey traqueto, entra en su círculo y ahora es el artista y compone para todos en ese mundo que parece protegido. Solo una pequeña advertencia al entrar: “Aquí el que la riega se chinga”. Lobo envidia la gala de los músicos en el nuevo escenario, “sus camisas estampadas de espuelas negras y blancas y con flequillos de cuero”. Por los pasillos de Trabajos del reino desfilan el periodista, el joyero, el cura, cientos de niñas, los generales, el heredero, los traidores.
Ahora parece que las cortes de los jefes en Ciudad de México son más sencillas. Roberto Moyado Esparza, alias El Betito, fue capturado hace poco en la simple compañía de su hermano. Tenía diez mil dólares encima, unas 140 dosis de “Crystal” y una pistola. Es el jefe de la Unión Tepito, que ahora dicen es simplemente La Unión, y se enfrenta a la gente de El Tortas, líder de la banda Anti Unión, al parecer a quien iban dirigidos los sesenta disparos del 15 de septiembre. Todo parece muy sencillo, bandas contra bandas, ajustes de cuentas, capos sin aura reemplazados por otros menos curtidos con la ley.
Esas pequeñas cortes se multiplican por la Ciudad de México y muchas ciudades de América Latina. Los barrios pobres entregan vasallos suficientes, Tepito, Tláhuc, son los nombres que se mencionan hoy en la capital mexicana. Los mariachis, sean el artista en la novela de Yuri Herrera o los sicarios de la Plaza Garibaldi, tardan un poco en entender lo que entendió Lobo: “…Que ellos son unos hijos de la chingada, y que tú eres un payaso”. Antes se sentían familia y cuando se rompe el pequeño pacto el plomo viene de donde sea.
Para todos queda una estrofa final dedicada al Rey: “Unos te quieren huir / otros te echan montón / será porque a todos les diste / más que dinero ambición.”

1 comentario:

Sixpence Notthewiser dijo...

El problema de la violencia es endemico en latinoamerica. Es el caos que trae el narcotrafico , que crea víctimas en todos lados. Es la búsqueda de una vida fácil que nunca llega.

xoxo