miércoles, 12 de julio de 2023

Desafío licencia


La excursión comenzó temprano y con un ingrediente original por decir lo menos. La persona que había amanecido en la puerta del Centro de Reconocimiento de Conductores, haciendo la fila para la renovación de licencia de sus protegidos, resultó ser Trans. Cuando la vi en la mañana, pasadas las siete, estaba vestida de negro de las rodillas a la cabeza. Se disculpó por sus chanclas blancas exigidas por la dura jornada en la fila y nos entregó el ficho correspondiente. Reinas de la noche al fin y al cabo. Una “transmitadora”, dijo uno de sus tutelados.

Desde la cadena que protegía la entrada nos dimos cuenta de que las mujeres estaban al frente de la operación. Doña Deisy como la jefa y otras diez encargadas de los registros, los exámenes médicos, conservar los turnos y atender a la colección de adultos mayores empeñados en salvar la vía. Estas mujeres no mostraron una sola sonrisa en toda la jornada. No tenían la adustez polvorienta de las empleadas de las notarías, sino cierta arrogancia juvenil frente a ese universo de variopinto de “pretendientes”. La faena de las empleadas comienza a las siete de la mañana y termina a las nueve de la noche. La única pausa en el trajín la anunció un papel con una constancia mal encarada en la puerta de un consultorio: “estoy almorzando”. Cuando llevábamos cuarenta minutos frente a esa puerta, todos sin almorzar, alguien sugirió pegar un papel como reclamo: “Pero hizo la siesta”.

El Centro de Reconocimiento de Conductores funciona en una casa de estrecho corredor con piezas a lado y lado que hacen de consultorios, oficinas y cafetería para empleados. Solo un baño consuela a los conductores. Todo el tiempo se oían instrucciones por los altavoces: “D-74, Daniel Jiménez consultorio 3, Raquel Urquijo consultorio 1, D 75, deben llenar la planilla antes de pasar por la taquilla…” Una mezcla de aeropuerto, sala de espera y Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía. Una paradoja marca ese lugar detenido por la impaciencia y la expectación: nadie quiere estar allí, pero nadie es capaz de ausentarse. Un llamado no atendido puede significar empezar de cero. Así que los suplicantes salíamos hasta la puerta, respirábamos durante tres minutos y volvíamos a esa atmósfera soporífera y luminiscente.

Doña Gloria puso el picante cuando estábamos a punto de desfallecer. Llegó furiosa, con cara de conductora recién estrellada, preguntando por su cédula y allanando los consultorios. Fue una prueba de supervivencia. Reprobó el examen de visión y no oyó cuando la llamaron a la cabina de audiometría. Solo doña Deisy logró calmarla luego de adjudicarle una escolta y prometerle una segunda oportunidad. Alguien la apodó con descaro Griselda en alusión a la madrina y maestra de Escobar.

El llamado al primer consultorio, luego de más de cinco horas de espera, marcó el momento para la esperanza. A esa hora ya se habían formado una decena de grupos de excursión según la cercanía de los turnos. Chistes internos, complicidad, solidaridad para guardar sillas y cuidar bolsos, ansiedad compartida ante el examen inminente y felicitaciones sentidas por la aprobación. Todo en medio del Desafío Licencia, cómo se bautizó la vuelta en nuestro equipo ¿Cómo es posible tanta camaradería y tranquilidad en medio de semejante tortura? Tal vez todo hace parte de una prueba de civilidad. Tal vez la aburrición nos hace mejores. 

Los exámenes fueron desconcertantes: un juego de video ochentero para la coordinación, un examen de ojos más para lectores que para conductores, una prueba de audiometría con regaño a bordo y una examen general donde la báscula entregó el único diagnóstico. La doctora me preguntó cuánta agua tomaba al día. Me sorprendió el interrogante por mi radiador. No hay duda de que a los carros los miden mejor que a los conductores. En medio de las esperanzas ante la puerta de los consultorios, un paciente se demoró más de los cinco minutos promedio en la cita con la médica general y una voz gritó desde el fondo del corredor: “Quiubo, ¿lo pasaron a cirugía?”. Los bostezos cambiaban a risas.

Al final, a la hora de la foto, ya todos los tramitantes estábamos desencajados. Nadie quedó reconocible en esa imagen de reseña burocrática. Nadie preguntó por el resultado, lo importante es la licencia, no las apariencias.


 


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial simplemente buenísimo

Anónimo dijo...

Dos columnas son mis favoritas de Pascual y las dos son de la vida cotidiana, él describe los dos eventos de manera fantástica. La primera fue la del lavado de loza y esta sobre la espera para sacer el pase o licencia de conducción.

Pascual Gaviria dijo...

Eyyy Gracias or la lectura y los comentarios. Esa licencia es de todos jajajaja