miércoles, 22 de noviembre de 2023

Un león en cuarentena

 



El 9 de julio de 2020 miles de personas protestaron en Argentina contra la cuarentena decretada en marzo para detener la expansión del Covid. “La cuareterna”, la llamaban los manifestantes que gritaban contra el gobierno nacional y las restricciones a la libertad que consideraban arbitrarias. Las consignas y respuestas a los medios se repetían: “el gobierno nos quiere pobres”, “No podemos dejar de trabajar, la salud es importante pero la economía también”, “¿cómo vamos a estar 110 días encerrados? No somos ricos, tenemos que trabajar”. En agosto y septiembre del mismo año hubo nuevas protestas, cada vez más grandes y con más variados reclamos y rechazos al gobierno de Alberto Fernández y a Cristina Kirchner. Un estudio de la facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires, publicado luego de 158 días de confinamiento, entregaba un balance de enfermedades sociales sin vacuna: “La clase media se rebela y los pobres sufren de depresión grave”.

Los datos de la economía iban empujando los males de la salud mental. Un poco más de un año después del inicio de los aislamientos, solo Buenos Aires, 21.000 locales había cerrado y apenas un tercio pudo revivir con la liberación tardía. En 2022 había un millón de pobres más con respecto al año anterior. En julio de 2021, Argentina era el peor país del mundo para soportar la pandemia según un ranking publicado por Bloomberg. Entre los indicadores estaban la calidad de vida y el progreso de las reaperturas. Mientras en Europa los colegios cerraron en promedio 200 días, Argentina tuvo a niños y jóvenes sin clases en salones por 322 días consecutivos. En medio de todo, los argentinos, de por sí adictos al psicoanálisis, se entregaban a citas crecientes por video o teléfono con sus terapeutas.

El 30 de septiembre de 2020, unos días después de la última protesta contra el encierro con el que gobierno decía salvar vidas, se publicó el libro Pandenomics, escrito por Javier Milei. La introducción es una diatriba contra las “cuarentenas cavernícolas” y la obsesión del gobierno por convertir a los ciudadanos en “esclavos de la salud pública”. Según Milei, se habían perdido las proporciones entre las consecuencias del virus y los daños de los cierres. Milei reclamaba contra ese gobierno que “utilizaba el miedo como una forma de control social”. El encargado gubernamental del manejo de la pandemia, Sergio Cahn, decía en televisión: “O estás a favor de este modelo o estás a favor de la muerte”. Además, el autor criticaba las políticas económicas de un gobierno que ya venía con dos años de recesión y compromisos de pago por sus inmensas deudas.

Milei compara el encierro con un delito de lesa humanidad que deja dos alternativas al ciudadano: (i) enfrentarse al Estado y morir de hambre. (ii) rendirse frente al Estado. De algún modo, el ahora presidente electo se convirtió en un divulgador de los “daños colaterales” de los confinamientos, en un agitador contra la “cuareterna”, en un crítico feroz del gobierno y los abusos de las precauciones. Y su melena comenzó a despertar atención y simpatía en los más jóvenes. Desde esos lejanos días el autor del libro parecía haber entendido un papel nuevo para defender la “libertad, carajo”: “En la marcha del 20 de junio, por primera vez desde que tengo memoria, todos reclamaron por el derecho de propiedad, la libertad y que se les permitiera trabajar. Por primera vez una multitud en la Argentina defendió valores liberales.”

Algunos periodistas y profesores han dicho que sin la pandemia no habría Milei. Su figura y su discurso crecieron de la mano del crecimiento de la pobreza, en un país con comorbilidades graves frente al Covid, y del control muchas veces abusivo, político e ineficaz. Los riesgos de meter al león en cuarentena.

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